domingo, 27 de enero de 2019

MEMORIAS DE UN MÉDICO RURAL 4


Hoy es uno de esos días en los que puedes entender perfectamente que los celtas temieran que el cielo se derrumbase sobre sus cabezas.
Llueve, graniza, el viento casi no te permite salir del coche. De camino pienso que ya llevamos semanas saturados por el pico de gripe, en las consultas, en el PAC y en el hospital, como siempre, como cada año, y también como siempre sigue dando igual. Leo los desahogos de mis compañeros en las redes sociales, hablo con unos y con otros y la única y triste conclusión es que a los que mandan les da igual y a un alto porcentaje de pacientes y sanitarios lo único que nos importa es salir del embudo y resolver nuestra parte para continuar. Este pico de gripe pasará como han pasado todos sin que nadie haga nada por solucionarlo y después de dos escasos días de descenso de las asistencias comenzará la saturación por los catarros de primavera o por los desplazamientos de Semana Santa o por el pico de viajeros del verano o o o… porque esto ya no da más de si a menos que le pongamos arreglo entre todos. Y todos quiere decir eso: TODOS.
Entre los políticos y nosotros hemos medicalizado una sociedad ya de por sí bastante dependiente. Mola mucho vender accesibilidad, “yo se lo arreglo, usted relájese ”, poner los centros de salud en la puerta de cada casa, acudir como primer escalón a urgencias hospitalarias, diseñar protocolos galácticos que nos pongan a la altura de las estrellas más rutilantes del firmamento sanitario... todo muy bonito pero desafortunadamente imposible si no se dispone de los medios para sostenerlo, y la verdad aunque sea políticamente incorrecta y suene feo: NO SE DISPONE. Y si no se dispone no sirven para nada. Nos vemos obligados a atender consultas sobre saturadas muchas veces de patologías triviales, que nos acaban agotando, a acudir a domicilios sin fin, a pedir pruebas sin límite, a asumir como urgentes consultas que ni lo son ni nunca lo serán porque hemos vendido de todo menos educación sanitaria y educación para la salud. Es secundario educar para auto valerse, para identificar y actuar con calma ante pequeños problemas de salud, (hasta aquí llegamos los de muchas generaciones curadas con saliva de madre el 90% de las veces), no vende en la prensa como otras asignaturas que llenan titulares un día sí y otro también, porque educar y enseñar a pensar en el fondo nunca le ha interesado a ningún gobierno ni le interesará. A los que mandan lo único que de verdad les resulta rentable es adocenar y nos adocenan a todos. No nos engañemos, los profesionales tenemos el seso sorbido por la absurda idea de que todo lo hacemos por los pacientes, cuando atenderlos en el patético estado en que nos encontramos muchas veces es de todo menos ético y beneficioso para los enfermos. Los romanos muy listos ellos en estas lides ya descubrieron el poder del circo para paliar la escasez de pan.
El ahorro sanitario queridos políticos pasa también por ahí, por enseñar y educar, a los padres, a los niños, a los educadores y a los profesionales sanitarios, y el ahorro como ustedes bien saben pero no quieren admitir pasa también por gastar, por gastar durante su legislatura aunque luego el resultado se vea 12 años después cuando ya ninguno de ustedes tenga sillón aunque ahora intente seguir “aberronchándose” al poder con todas sus fuerzas.
Pero como sé que esto no arregla nada, he decidido tomármelo con sentido del humor, natural o sintético, eso ya se verá.
Bajo del coche dándole vueltas en la cabeza y pensando en la de veces que parece que me va a explotar y aun no me había dado tiempo a iniciar la sesión en el ordenador cuando por la puerta entra una ambulancia con una paciente muy malita, mientras la valoro y la estabilizamos para enviarla al hospital suena el teléfono y solicitan un domicilio urgente para otra paciente que ya conozco bien y a la que sé de antemano que también le tocará de recorrer los 60 Km de rigor en ambulancia, y ya empieza a preocuparme como voy a trasladarla a Ferrol, si habrá otra ambulancia disponible o si me compensa que la que tengo en el Centro de Salud venga conmigo hasta el domicilio y en caso necesario las traslade a las dos. Empiezo la consulta con una hora de retraso y me encuentro con situaciones que rozan lo rocambolesco, como cuando veo en la agenda una cita telefónica con una nota al lado que indica que no se la llame a primera hora que quiere dormir… Me enfada cuando lo llamo a las dos de la tarde después de una consulta de más de 50 personas y me suelta sin más que pase a verle por su casa hoy antes de marcharme porque tiene mocos y no le apetece salir al Centro de Salud con el frío que hace (de verdad que a veces a uno también le entran ganas de decir aquello de 4x4=16) pero me contengo, aprieto los dientes un poco más e intento explicarle que las ganas no son un motivo para no venir, mantengo la calma a duras penas aunque cuando cuelgo el teléfono, hoy que estoy agotada, no resisto la tentación de zapatear el “fonendo” contra la camilla y bañar en perfume escatológico a los responsables de este cúmulo de despropósitos. Desafortunadamente recuerdo tarde que algún informático bien intencionado me ha recomendado descargar mi furia y a poder ser un café bien caliente sobre el ordenador como único recurso para que me lo cambien por uno de este siglo.
No voy, y a pesar de que sé que tengo razón mi adocenamiento sanitario no deja de roerme la conciencia hasta hacerme sentir mal. Tengo otro domicilio al que nunca he acudido. 102 años, historia clínica vacía. Las instrucciones para llegar son complicadas, le digo a la familiar que lo intentaré pero que si me pierdo llamaré por teléfono para que me digan como seguir, “huy, ni lo intentes, desde mitad del camino no habrá cobertura”, gran verdad. Después de dibujar en un trozo de papel el mapa con las instrucciones detalladas comienzo el periplo…Subo hasta lo alto, justo antes de los molinos pero un poco después de los primeros que están solos, inmediatamente después de la cantera abandonada pero no en el caminito, en el cruce de unos metros mas adelante, bajo hacia la derecha (madre mía y todo esto sin la Compañía del Anillo), aunque parezca mentira a medida que me pierdo me voy serenando. Desciendo por una carretera estrecha y empinada hasta encontrarme con el río, los árboles se cierran sobre el coche formando un falso techo acogedor, jirones deslavazados de luz plomiza se cuelan entre las ramas cubiertas de liquen, me siento arropada por la naturaleza, quizá porque voy al encuentro de alguien a quien los árboles y el río conocen y lo saben. Me miran y me animan a continuar, oigo su murmullo aunque pueda tan solo parecer el susurrar del viento entre las ramas y pienso que ese es su lenguaje, el lenguaje ancestral de los que comparten la vida que hoy visito y las mil vidas que me rodean.
La casa es antigua, de piedra, y el cuarto pequeño y oscuro, siento la tentación de encender la linterna del móvil pero antes de hacerlo dejo que mis ojos se acostumbren y lo que me parecía oscuridad es ahora tan solo una serena penumbra que me recuerda al suelo umbrío del bosque. El tiempo ha marcado surcos profundos en su rostro y en sus manos, tiene un piel fina y suave, casi quebradiza y cálida al tacto, su gesto es tranquilo y sonríe a penas mientras la exploro confirmándome con el brillo de sus ojos que ella también conoce a ese bosque que la mima y la aguarda para un reencuentro que más tarde o más temprano habrá de llegar.
Me voy mucho más tranquila de lo que llegué y a mitad de camino recuerdo que aun hay otro lugar al que tengo que acudir. Abre la puerta, como siempre, antes de que yo llegue, nos miramos a los ojos, nos abrazamos y las dos sabemos que cada una a su manera vamos a echarlo de menos. No necesitamos palabras, solo eso, un abrazo, una mirada y muchos recuerdos compartidos. Aun me queda otra despedida más, pero hoy no puedo, no me da el corazón porque la vida y la muerte me han desinflado el coraje que traía de serie. Será otro día, quizá mañana.
Me gusta mi profesión, me gusta la gente, venir aquí bajo la granizada por una carretera llena de curvas para entrar en esta consulta solitaria de médico rural y compartir la vida y la muerte, los encuentros y los desencuentros con mis pacientes, la compañía y la soledad. Mientras me subo al coche para volver a enfilar la carretera llena de ramas aspiro profundamente el olor del mar y no dejo de preguntarme si a los que nos sigue gustando lo que hacemos a pesar de todo ¿tendríamos que hacérnoslo mirar?


















Publicado por Farela



2 comentarios:

  1. Me ha gustado cada reflexion , cada palabra.
    Con nuestro amor a la profesion que tengamos suplimos la incopetencia de nuestros politicos. Debemos sentirnos orgullosos pese a las frustraciones y el cansancio.

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  2. Que maravilla tener médicas con tanta pasión como la tuya.

    Que felicidad en el silencio de la noche, sentirse tan acompañada por tan bellas historias. Muchas gracias 🙏🙏🙏

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