Hoy es uno de esos días en los que puedes entender
perfectamente que los celtas temieran que el cielo se derrumbase sobre sus
cabezas.
Llueve, graniza, el viento casi no te
permite salir del coche. De camino pienso que ya llevamos semanas saturados por
el pico de gripe, en las consultas, en el PAC y en el hospital, como siempre,
como cada año, y también como siempre sigue dando igual. Leo los desahogos de
mis compañeros en las redes sociales, hablo con unos y con otros y la única y
triste conclusión es que a los que mandan les da igual y a un alto porcentaje
de pacientes y sanitarios lo único que nos importa es salir del embudo y
resolver nuestra parte para continuar. Este pico de gripe pasará como han
pasado todos sin que nadie haga nada por solucionarlo y después de dos escasos
días de descenso de las asistencias comenzará la saturación por los catarros de
primavera o por los desplazamientos de Semana Santa o por el pico de viajeros
del verano o o o… porque esto ya no da más de si a menos que le pongamos arreglo
entre todos. Y todos quiere decir eso: TODOS.
Entre los políticos y nosotros hemos
medicalizado una sociedad ya de por sí bastante dependiente. Mola mucho vender
accesibilidad, “yo se lo arreglo, usted relájese ”, poner los centros de salud
en la puerta de cada casa, acudir como primer escalón a urgencias
hospitalarias, diseñar protocolos galácticos que nos pongan a la altura de las
estrellas más rutilantes del firmamento sanitario... todo muy bonito pero
desafortunadamente imposible si no se dispone de los medios para sostenerlo, y
la verdad aunque sea políticamente incorrecta y suene feo: NO SE DISPONE. Y si
no se dispone no sirven para nada. Nos vemos obligados a atender consultas
sobre saturadas muchas veces de patologías triviales, que nos acaban agotando,
a acudir a domicilios sin fin, a pedir pruebas sin límite, a asumir como
urgentes consultas que ni lo son ni nunca lo serán porque hemos vendido de todo
menos educación sanitaria y educación para la salud. Es secundario educar para
auto valerse, para identificar y actuar con calma ante pequeños problemas de
salud, (hasta aquí llegamos los de muchas generaciones curadas con saliva de
madre el 90% de las veces), no vende en la prensa como otras asignaturas que
llenan titulares un día sí y otro también, porque educar y enseñar a pensar en
el fondo nunca le ha interesado a ningún gobierno ni le interesará. A los que
mandan lo único que de verdad les resulta rentable es adocenar y nos adocenan a
todos. No nos engañemos, los profesionales tenemos el seso sorbido por la
absurda idea de que todo lo hacemos por los pacientes, cuando atenderlos en el
patético estado en que nos encontramos muchas veces es de todo menos ético y
beneficioso para los enfermos. Los romanos muy listos ellos en estas lides ya
descubrieron el poder del circo para paliar la escasez de pan.
El ahorro sanitario queridos políticos pasa
también por ahí, por enseñar y educar, a los padres, a los niños, a los
educadores y a los profesionales sanitarios, y el ahorro como ustedes bien
saben pero no quieren admitir pasa también por gastar, por gastar durante su
legislatura aunque luego el resultado se vea 12 años después cuando ya ninguno
de ustedes tenga sillón aunque ahora intente seguir “aberronchándose” al poder
con todas sus fuerzas.
Pero como sé que esto no arregla nada, he
decidido tomármelo con sentido del humor, natural o sintético, eso ya se verá.
Bajo del coche dándole vueltas en la cabeza
y pensando en la de veces que parece que me va a explotar y aun no me había
dado tiempo a iniciar la sesión en el ordenador cuando por la puerta entra una
ambulancia con una paciente muy malita, mientras la valoro y la estabilizamos
para enviarla al hospital suena el teléfono y solicitan un domicilio urgente
para otra paciente que ya conozco bien y a la que sé de antemano que también le
tocará de recorrer los 60 Km de rigor en ambulancia, y ya empieza a preocuparme
como voy a trasladarla a Ferrol, si habrá otra ambulancia disponible o si me
compensa que la que tengo en el Centro de Salud venga conmigo hasta el domicilio y en caso
necesario las traslade a las dos. Empiezo la consulta con una hora de retraso y
me encuentro con situaciones que rozan lo rocambolesco, como cuando veo en la
agenda una cita telefónica con una nota al lado que indica que no se la llame a
primera hora que quiere dormir… Me enfada cuando lo llamo a las dos de la tarde
después de una consulta de más de 50 personas y me suelta sin más que pase
a verle por su casa hoy antes de marcharme porque tiene mocos y no le apetece
salir al Centro de Salud con el frío que hace (de verdad que a veces a uno también le entran
ganas de decir aquello de 4x4=16) pero me contengo, aprieto los dientes un poco
más e intento explicarle que las ganas no son un motivo para no venir, mantengo
la calma a duras penas aunque cuando cuelgo el teléfono, hoy que estoy agotada,
no resisto la tentación de zapatear el “fonendo” contra la camilla y bañar en
perfume escatológico a los responsables de este cúmulo de despropósitos.
Desafortunadamente recuerdo tarde que algún informático bien intencionado me ha
recomendado descargar mi furia y a poder ser un café bien caliente sobre el
ordenador como único recurso para que me lo cambien por uno de este siglo.
No voy, y a pesar de que sé que tengo razón
mi adocenamiento sanitario no deja de roerme la conciencia hasta hacerme sentir
mal. Tengo otro domicilio al que nunca he acudido. 102 años, historia clínica
vacía. Las instrucciones para llegar son complicadas, le digo a la familiar que
lo intentaré pero que si me pierdo llamaré por teléfono para que me digan como
seguir, “huy, ni lo intentes, desde mitad del camino no habrá cobertura”, gran
verdad. Después de dibujar en un trozo de papel el mapa con las instrucciones
detalladas comienzo el periplo…Subo hasta lo alto, justo antes de los molinos
pero un poco después de los primeros que están solos, inmediatamente después de
la cantera abandonada pero no en el caminito, en el cruce de unos metros mas
adelante, bajo hacia la derecha (madre mía y todo esto sin la Compañía del
Anillo), aunque parezca mentira a medida que me pierdo me voy serenando.
Desciendo por una carretera estrecha y empinada hasta encontrarme con el río,
los árboles se cierran sobre el coche formando un falso techo acogedor, jirones
deslavazados de luz plomiza se cuelan entre las ramas cubiertas de liquen, me
siento arropada por la naturaleza, quizá porque voy al encuentro de alguien a
quien los árboles y el río conocen y lo saben. Me miran y me animan a
continuar, oigo su murmullo aunque pueda tan solo parecer el susurrar del
viento entre las ramas y pienso que ese es su lenguaje, el lenguaje ancestral
de los que comparten la vida que hoy visito y las mil vidas que me rodean.
La casa es antigua, de piedra, y el cuarto
pequeño y oscuro, siento la tentación de encender la linterna del móvil pero
antes de hacerlo dejo que mis ojos se acostumbren y lo que me parecía oscuridad
es ahora tan solo una serena penumbra que me recuerda al suelo umbrío del
bosque. El tiempo ha marcado surcos profundos en su rostro y en sus manos,
tiene un piel fina y suave, casi quebradiza y cálida al tacto, su gesto es
tranquilo y sonríe a penas mientras la exploro confirmándome con el brillo de
sus ojos que ella también conoce a ese bosque que la mima y la aguarda para un
reencuentro que más tarde o más temprano habrá de llegar.
Me voy mucho más tranquila de lo que llegué
y a mitad de camino recuerdo que aun hay otro lugar al que tengo que acudir.
Abre la puerta, como siempre, antes de que yo llegue, nos miramos a los ojos,
nos abrazamos y las dos sabemos que cada una a su manera vamos a echarlo de
menos. No necesitamos palabras, solo eso, un abrazo, una mirada y muchos
recuerdos compartidos. Aun me queda otra despedida más, pero hoy no puedo, no
me da el corazón porque la vida y la muerte me han desinflado el coraje que
traía de serie. Será otro día, quizá mañana.
Me gusta mi profesión, me gusta la gente,
venir aquí bajo la granizada por una carretera llena de curvas para entrar en
esta consulta solitaria de médico rural y compartir la vida y la muerte, los
encuentros y los desencuentros con mis pacientes, la compañía y la soledad.
Mientras me subo al coche para volver a enfilar la carretera llena de ramas
aspiro profundamente el olor del mar y no dejo de preguntarme si a los que nos
sigue gustando lo que hacemos a pesar de todo ¿tendríamos que hacérnoslo
mirar?
Publicado por Farela
Me ha gustado cada reflexion , cada palabra.
ResponderEliminarCon nuestro amor a la profesion que tengamos suplimos la incopetencia de nuestros politicos. Debemos sentirnos orgullosos pese a las frustraciones y el cansancio.
Que maravilla tener médicas con tanta pasión como la tuya.
ResponderEliminarQue felicidad en el silencio de la noche, sentirse tan acompañada por tan bellas historias. Muchas gracias 🙏🙏🙏