A ella no la conozco, vive dentro
de mí, pero es como un ser extraño que de repente me habita. No reconozco su
vejez desesperada. Me mira desde el fondo del espejo y sigo pensando que nunca
ha formado parte de mí. Estoy triste, es cierto, porque nunca pensé que dejaría
que este parásito colonizase mi interior. No sé de donde viene ni hacia dónde
va y desconozco por completo si me arrastrará con ella o lograré expulsarla de
aquí.
Se hace vieja y no lo acepta.
Quiere ser joven, quiere crecer de nuevo, volver a sentirse viva y llena de
energía, recuperar las ganas de correr y de saltar, quiere borrar de un
manotazo las canas que le atenazan las sienes y el alma. No quiere ser
responsable, solo quiere vivir sin límites, alcanzar de nuevo todas las
fronteras que en otro tiempo alcanzó y cruzar alguna que nunca se atrevió a
pasar.
Es caprichosa y de pronto un
atardecer cualquiera se desinfla y vuelvo a ser yo, o quizá no, quizá es solo
ella que agotada de desasosiego solo desea sentarse a descansar para dejar que
su mirada vague por un mar enfurecido rodeada de su música y sus libros
mientras cae lento e inexorable su placentero atardecer.
Esta adolescente irreconocible
que me habita amenaza con agotarme el alma, me sube en una montaña rusa
infinita de pronunciados ascenso y descensos hasta que un día en plena caída me
desdoblo, en dos, en cuatro o dieciséis y ya no soy yo ni ella es ella, ni somos
las demás. Soy las millones de mujeres de los millones de segundos que he
vivido y al darme la vuelta las veo a todas y me veo en todas y cada una de
ellas y me reconozco y las reconozco. A ella también. Sé que es porque siempre
ha estado ahí. Me arrastró a escalar acantilados, a practicar deporte, al
teatro, a subir en bicicleta y descender a cuevas oscuras y extrañas, me
hipnotizó la mirada a través del objetivo transparente y perfecto de matices de
mi vieja Nikon, a bailar, a viajar, a crecer a vivir y a soñar, y aunque a
veces parece dormida fue mi fuerza y mi sostén cuando creía que al caer nunca
más me levantaría.
Me miro en el espejo y la veo,
puedo descubrirla en cada arruga que la risa y el llanto han dibujado en mi
piel, en las canas que el tinte apenas disimula en mis sienes, la veo en las
comisuras un poco caídas de los labios, en el pecho que ya no ocupa altivo su
lugar de antaño y en el pijama de grasa que arropa la que un día fue una casi
caquéctica figura. La veo con sorprendente nitidez a través de la presbicia de
mis ojos y de mi alma.
Encuentro sus ojos risueños y un
poco burlones y le doy las gracias, de corazón, porque su latido en mi interior
aun me permite sentirme viva, porque sé que aún tiene fuelle para hacerme
saltar y caer, y romperme para descubrir que aunque ya ha llegado la
osteoporosis a mi esqueleto mientras ella siga ahí sorprendiéndome y arrastrándome
la carcoma no me alcanzará el alma.
Espero que esté aquí conmigo
hasta el instante mismo de mi muerte, porque aunque su dolor es desolador, su
risa es la más alegre y su esperanza la más limpia y sincera.
Para mis chicas de cincuenta y
tantos, para esta loca desquiciada que nos ha devuelto la menopausia. Para
las que estáis aquí conmigo y para las que desde el otro lado de la frontera
aún se ríen con nosotras cada día. Como entonces, como mañana, como siempre.
Publicado por Farela
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