domingo, 11 de noviembre de 2018

Cien años del fin de la Gran Guerra


          Hoy se cumplen cien años del final de la Primera Guerra Mundial.
          A las once horas, del día once, del mes once, de hace un siglo concluyó la que sería llamada la Gran Guerra. Porque hasta entonces el ser humano no había conocido otra igual.
          Hace ya una centuria que terminó la que H. G. Wells, en un arrebato de optimismo, definió como la guerra que acabaría con todas las guerras.
          Había habido otras grandes guerras, pero ninguna como esta había implicado a tantos territorios y escenarios, a tantos estados y potencias mundiales, y ninguna había tenido hasta entonces tantas víctimas.
          Fue la guerra que supuso el fin del mundo decimonónico y la entrada por la puerta grande en el siglo XX. Para bien y para mal.
          Pero sobre todo fue la guerra que supuso la pérdida de la inocencia de occidente.
          En el siglo XIX, los estados europeos, creían a pies juntillas que el progreso y la civilización acabarían definitivamente con las guerras. Estaban convencidos de que las potencias mundiales, conforme se desarrollaran y se volvieran más civilizadas, serían capaces de resolver sus disputas pacíficamente, o como mucho en conflictos rápidos y limpios; y que conforme fueran extendiendo la civilización por el resto los continentes, este sistema se extendería al resto del mundo hasta conseguir la paz mundial. Realmente creían que la guerra terminaría para siempre.
          Los estadistas de las grandes potencias se veían a sí mismos como los apóstoles del liberalismo y del progreso industrial, que iban a ser las fuentes de la mejoría de la calidad de vida de los pueblos. Y creían tener la obligación moral, y “el deber sagrado”, de extender esta prosperidad al resto del mundo, a toda esa ingente cantidad de seres humanos que habitaban las regiones “más atrasadas”, que alegremente recibirían la civilización y el progreso, aunque ciertamente no lo hubieran pedido para sí. Realmente creían que el mundo podía ser mejor, y que la civilización occidental sería el motor y el medio capaz de conseguirlo. Con ese paternalismo caballeresco, los dirigentes de las grandes potencias, creían realmente en lo que los franceses llamaron la “mission civilisatrice”, la misión civilizadora, por la que se veían en la obligación de rehacer el mundo a su imagen y semejanza, para con ello conseguir el bienestar y la paz mundial.
          No concebían la guerra entre países civilizados, si no era como una honorable pelea entre caballeros, pulcra, corta y rápida.
          Pero la primera guerra mundial acabo siendo todo lo contrario. Y, en contra de lo esperado, aquel conflicto mundial acabó siendo la más sangrienta, sucia e infernal guerra que ningún ser humano hubiera sido capaz de imaginar. Y cual plaga bíblica, terminó por alcanzar todos los confines del mundo. Y para horror de los ciudadanos de aquellos estados “tan civilizados”, la tecnología y el desarrollo industrial, en los que habían puesto todas sus esperanzas, y que eran su orgullo social, no solamente no favorecieron la paz, sino que generaron atrocidades nunca antes imaginadas: ametralladoras que segaban compañías enteras de soldados en minutos, gases letales como el mostaza capaz de llevar la muerte a los rincones más profundos de los refugios más protegidos, cañones capaces de lanzar obuses y destrucción a kilómetros de distancia, lanzallamas que hacían palidecer al fuego del infierno, zepelines, bombarderos, carros blindados y en fin, toda una enorme colección de horrores tecnológicos nunca vista hasta entonces. Y todo ello a lo largo de un infierno de miles de kilómetros de barro y trincheras, alambre de espino, minas, trampas y posiciones de artillería, y todo lo necesario para que el frente se estabilizara durante meses en batallas eternas, como las del Somne, Verdun o Passchendaele, auténticos mataderos de hombres, y picadoras de carne, en las que cualquier avance de unas decenas de metros, se hacía a costa de divisiones enteras de soldados que caían presa de todos esos “adelantos” de la civilización, de enfermedades como la disentería o el tifus, o del estrés postraumático capaz de destrozar a los hombres tanto o más que la metralla. Y todo ello a lo largo de cuatro años de horror, sangre y muerte.
          Y como resultado de todo aquello, y para horror de la humanidad, más de doscientos millones de personas se vieron afectadas en mayor o menor medida. Entre ellos más de nueve millones de combatientes y más de trece millones de civiles muertos, seis millones de inválidos, veinte millones de heridos graves, un enorme número de desaparecidos, cinco millones de viudas, y más de ocho millones de huérfanos. Y la ruina de tanto vencedores como vencidos, en la que las potencias europeas, inmersas en la economía de guerra, perdieron hasta el veinticinco por ciento de su riqueza nacional, y que generaría, años después, una crisis que explotaría en todo su esplendor en la depresión de mil novecientos veintinueve.
          Y entre todas esas listas de víctimas, como un caído más, pudimos encontrar la inocencia de la humanidad, muerta en combate. Y con ella murió la esperanza de ese futuro de un mundo bondadoso, idílico y civilizado, en el que el desarrollo tecnológico mejoraría la vida de los hombres y acabaría con las guerras. En lugar de ello la tecnología solo había dado lugar a toda clase de horrores con los que vestir y armar a los cuatro jinetes del apocalipsis, a la locura, la peste, la guerra y el hambre.     
          Y finalmente llegó la paz. Pero tras tanta demencia desatada, el final no podía ser mucho mejor, y los artífices de la guerra, rebosantes de odio y resquemor, fueron incapaces de crear una paz estable y duradera. En lugar de ello no hicieron más que cerrar todo aquel sufrimiento en falso, como una herida emponzoñada cuya costra ocultaba el pus infecto de los totalitarismos, del racismo, del nacionalismo exacerbado y de un nuevo belicismo soterrado y nunca destruido, que resurgirían, apenas veinte años después en otro conflicto más violento, sucio y sangriento como fue la segunda guerra mundial.


Publicado por Balder

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