Para todos los que tuvimos
una abuela que en noches como esta se afanaba en fabricar collares de castañas,
preparaba incansable calabazas iluminadas con velas de aceite para colocar en
puertas y ventanas o para iluminar cruceros y huertos. Para los que crecimos
escuchando historias de miedo a la luz de la lareira, las velas o las linternas.
Nunca supimos que existía
hallowen, ni que podía llamarse samaín. Solo nos hicimos participes de una
tradición que se celebra, cristianizada o no, en cientos de lugares del planeta.
Transmití a mi hija esta
tradición con el amor, el respeto y la alegría con que mi abuela nos la
transmitió a mi madre y a mí, y espero que ella la transmita a su vez.
En esta noche en que, según me
decía mi abuela, se abren de par en par las puertas del Cielo, una oración por
los que amo y ya están allí y el más sincero deseo de que la luz guíe a
vuestras casas a los espíritus de bien...
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