domingo, 28 de octubre de 2018

El Velorio


No hay concurrencias más extrañas que las que se dan en un velatorio. En ese recinto estrecho y generalmente abarrotado, iluminado con luz artificial, que suele hacer más opresiva la estancia, y ante la omnipresente presencia del homenajeado, que no puede agradecer la visita a los comparecientes, se dan lugar encuentros y conversaciones insólitas entre personas que tal vez ni siquiera se saludarían en otro lugar.
Por eso a nadie le extrañó que la heredera hablara distendidamente con el hijo adoptivo, aunque hasta hacía tan solo unas horas apenas se dirigían la palabra, cuando no se daban puñaladas por la espalda. Ni que el recientemente jubilado patriarca abandonara su retiro para presentar sus condolencias. Ni que los antiguos enemigos, declarados o no, se acercaran para presentarle unos respetos que nunca se dignaron ofrecerle en vida. Ni que el lugarteniente y mano derecha del Jefe estrechara abiertamente la del alcalde.
Ni por supuesto que todos lanzaran loas y alabanzas hacia el finado, aun cuando en vida algunos de los presentes le hubieran menospreciado, apartado y hasta traicionado.
No, a nadie le resultó extraño aquel ambiente de cordialidad, camaradería y “buen rollito” que se respiraba en las exequias.
Porque, al igual que aquel viejo templario de Tierra Santa seguía protegiendo a los peregrinos cristianos después de muerto, dándoles refugio en la capilla de su mausoleo cuando las cosas iban mal dadas, el viejo prohombre, desde su féretro cubierto con las banderas y con su cadáver aún caliente, seguía promoviendo el “sentidiño”, las conversaciones entre antagonistas, las reuniones polémicas, clandestinas o no, y fomentando esa agradable, provechosa y fructífera corrupción.


Publicado por Balder

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