domingo, 12 de agosto de 2018

Historias del mar. Nº 3

          La casa se alza majestuosa en lo más alto del acantilado, el bosque ancestral se cierra a su espalda como un manto protector, frente a ella ruge el Atlántico más salvaje y sobrecogedor. La piedra gris con la que está construida hace que se confunda con la dura roca sobre la que se asienta hasta el punto de que parece brotar de ella como una prolongación natural que te sorprende cuando la descubres de repente al girar el último recodo del camino robado al acantilado por los pasos seculares de los pescadores.
          La creencia popular sostiene que alguien de la familia de David ha vivido sobre ese mismo lugar de modo ininterrumpido desde tiempo inmemorial, y lo cierto es que en el sótano de la casa, excavado sobre la roca viva, existe una extraña construcción semicircular de piedra ennegrecida por el humo de un fuego que aunque hace ya muchos siglos que se extinguió, sigue llenando de un reconfortante calor ese lugar que debería de ser frío y húmedo por naturaleza. Ella lo sabe bien, puede sentirlo porque ha pasado muchas noches desde que David se fue, acurrucada en ese pequeño rincón que le proporciona unos escasos e impagables instantes de paz.
          La familia de David, como tantas otras familias aristocráticas, sostiene que descienden de la historia de amor entre un marinero y una sirena, pero al contrario que los demás, su particular leyenda no incluye príncipes perdidos en una noche de galerna, ni hermosos seres mitológicos que los rescatan de su triste destino. Su historia es una simple historia de amor.
          Cuenta la tradición familiar que la sirena y sus hermanas se entretenían en contemplar a los pescadores que faenaban en la costa. Les gustaba jugar a enredarles las redes o soltar a los peces que quedaban atrapados en ellas, a veces abrían las nasas llenas solo por reírse al contemplar sus caras sorprendidas. La sirena se enamoró del pescador porque nunca se enfadaba con sus travesuras, sonreía comprensivo sacudiendo la cabeza como si comprendiese que aquellas trabas eran solo pequeñas trampas que le ponía el mar. Le gustó la franca sonrisa en la cara ya algo arrugada por una vida a la intemperie, le gustó porque cada día antes de marcharse le daba las gracias al mar y le pedía perdón si en algo le había ofendido.
          El pescador se enamoró de un destello de luz rojizo que a veces veía deslizarse rápidamente bajo la superficie del agua, rozando a penas las nasas o las redes, quedó prendado de una sombra que le parecía vislumbrar en la estela del barco al amanecer, le cautivó un susurro que parecía surgir del fondo del mar para decirle quedamente “hasta mañana” cuando ya se alejaba de regreso a su hogar.
          No hubo oposición de sus padres ni guerras fratricidas o trágicas venganzas de oscuras brujas del mar. Se encontraron una noche de luna nueva en que el pescador bajo a soñar al pie de los acantilados y su sueño se hizo realidad. En la boda del mar la sirena recibió tres importantes regalos de su familia:
          De su padre: El amor del mar, su respeto y su fortuna
          De su madre: El conocimiento de todos los remedios curativos que pudieran proceder de la naturaleza, ya fueran por el fuego, la tierra, el aire o del agua
          De sus hermanas: Cada luna nueva, la sirena podría recuperar su cola y volver por una noche al fondo del mar.
          Dicen que el pescador excavó con sus propias manos la roca para construir su primer hogar al borde mismo de los acantilados en los que se vieron cara a cara por primera vez. Cada luna nueva, aunque él no estuviera para ayudarla ella podría acercarse sigilosamente hasta las rocas sin levantar sospechas entre los vecinos del pueblo cercano.
          Sobre el dintel de la puerta cuelga un viejo farol, que según una antigua tradición familiar es el que el marinero encendía durante las noches de luna nueva para que cuando la sirena regresaba un poco aturdida del fondo del mar siempre pudiese encontrar el camino de regreso a casa.
          El destino fue generoso con la familia que crearon la sirena y el pescador. Sus descendientes prosperaron con los regalos del mar, fueron generosos con sus dones. Sanadoras, pescadores, marineras… cambiaron sus nombres a lo largo de los siglos pero no su esencia vital. Siguen aquí y siguen perdidamente enamorados de la vida y del mar, hasta el punto de entregar la una en favor del otro si las circunstancias lo requieren, hasta el punto de buscar su destino en la línea del horizonte, cuando la tormenta se desata, sabiendo que en el fondo les espera la libertad, el final de su largo camino de regreso a casa, a su hogar.
           Vive de nuevo aquí, aquí está su destino también, ligado para siempre al destino de David. Sale a caminar cuando arrecia el temporal, vaga por el bosque umbrío después de la tormenta mientras aguarda algo impaciente el final que ya se acerca. Cuando su memoria se haya diluido casi por completo, cuando ya casi no recuerde quien fue ni quien es, saldrá al porche y encenderá el viejo farol, después se sentará abrazada a la raída manta del sofá y esperará a que el ocaso se apague para que la luz parpadeante de su pequeño faro guíe a David de regreso a casa. Está segura de que lo último que verá antes de cerrar los ojos para siempre, es el barco que se acerca desde la línea del horizonte, exactamente en el mismo lugar donde lo vio perderse por última vez.
 




Publicado por Farela

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