Te fuiste un atardecer de primavera parecido a este,
bajo la luz plomiza de un cielo cargado de promesas de tormenta. Vi como tu
barco se alejaba mar adentro, contra el vuelo ruidoso de las gaviotas que al
revés que tú anhelaban un refugio seguro frente al inminente temporal.
El amanecer anterior nos sorprendió, como tantas veces,
sentados al borde del acantilado con una taza de café ardiente entre las manos.
¿Por qué te vas? te pregunté y tú retocando aquella
canción de María Dolores Pradera que tanto te gustaba cantar, susurraste en mi
oído "Porque tienes veinte años y yo ya no tengo edad".
Quédate a mi lado, supliqué cuando ya soltabas amarras.
Saltaste del barco y me abrazaste una última vez, con mi cara entre tus manos
las palabras parecieron deslizarse entre tus labios sin que lo quisieras. “Más
tarde o más temprano todos los hombres han de enfrentarse con sus propios
demonios" y yo sabía muy bien que los tuyos estaban al otro lado de la
línea del horizonte donde el mar comenzaba a iluminarse bajo el resplandor
intermitente de los primeros relámpagos.
¿Volverás? Insistí una última vez y tú me prometiste
que sí, aunque los tres sabíamos que el mar nunca te dejaría regresar.
Me quede sentada entre las rocas durante horas, bajo la
lluvia persistente que se deslizaba por mi pelo, mi cara y mis manos llevándose
con ellas los últimos vestigios del calor y el aroma de tu piel sobre la mía.
La noche anterior hablamos de tu partida, de piratas
que buscan un kraken al que enfrentarse para que ya sea por vencer o por morir
se les permita purgar sus pecados.
"Para que las hadas duerman
y sean dulces sus sueños
otros hacen los trabajos
que manchan
de barro y cieno"
Me dijiste.
¿Y entonces yo quién soy? Te pregunte... ¿un hada, un
pirata... un kraken?
"Tú eres mi princesa, de esa clase de princesas
que no dudan en blandir la espada para defender sus ideales. Pero sobre todo tú
eres una de esas extrañas princesas capaces de caminar entre el lodo sin apenas
mancharse, sonriendo como si en lugar de por una oscura ciénaga estuvieses
paseando por un jardín de deslumbrantes flores. Y lo más asombroso es que
posees la capacidad de arrastrarnos a los demás contigo a ese misterioso lugar.
No mires al suelo, sigue caminando con la mirada al frente y sin perder tú fe;
no vaya a ser que como San Pedro en el mar de Galilea, te asalten las dudas y
el miedo te arrastre al fondo si no tienes una mano amiga que te
sostenga".
He vuelto muchas veces en casi treinta años a estos
acantilados, pero hoy por primera vez me enfrento a la certeza absoluta de que
te desobedecí. No sé muy bien en que momento sucedió pero lo cierto es que mire
mis pies y mis manos y fui consciente del barro y cieno que los manchan. Olvidé
por un instante el aroma embriagador de las flores del jardín oculto y perdí la
fe.
Por eso aún sigo aquí, sentada en las mismas rocas,
empapada por otra lluvia y otro llanto y tendiendo las manos temblorosas hacia
el mar esperando que tu recuerdo me sostenga y me permita recobrar la inocencia
perdida.
Publicado por Farela
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