Hoy se celebra la Inmaculada Concepción de María. Y aunque es un dogma de la Iglesia Católica proclamado hace relativamente poco tiempo, en 1854 por Pio IX, es una de las advocaciones marianas más representada en la historia del arte. Aunque la mayoría de esas imágenes fueron realizadas mucho antes de que el dogma fuera declarado y en tiempos en que ni siquiera todos los teólogos católicos estaban de acuerdo sobre el mismo. Y algunas de esas imágenes se han visto envueltas en toda clase de acontecimientos y sucesos cuando menos curiosos, desde milagros en Flandes, en los tiempos en que incluso los holandeses proclamaban que Dios era español, hasta saqueos deleznables y sacrílegos, ventas fraudulentas y escasas restituciones.
El caso es que uno de los pintores que más veces representó a la Inmaculada Concepción fue Bartolomé Esteban Murillo, del que hay registradas alrededor de una veintena de cuadros con este motivo, y que hoy se hallan dispersos por diferentes museos e iglesias del mundo. Desde la catedral de Sevilla y el museo del Prado, hasta el Hermitage de San Petersburgo, pasando por el Louvre de París.
Todas las Inmaculadas de Murillo presentan una dulzura y un realismo difícil de encontrar en las de otros autores. Y a pesar del esplendor que las envuelve, y que no pierden con respecto a las de artistas anteriores, lo que trasmiten los rostros de esas imágenes es ternura, paz, amor, serenidad y sobre todo humanidad. Quizá porque, según dicen, copiaba los rostros de modelos reales. Así las Inmaculadas de Murillo, como la original a la que representan, son sobre todo mujeres cuya humanidad trasciende a la gloria y a la majestuosidad que las envuelve.
Pero de entre todas las Inmaculadas que representó el maestro sevillano, hay una que me agrada y me emociona especialmente, y es la del Escorial, llamada así porque allí estuvo expuesta. Es el cuadro de Murillo en la que nos presenta a la Inmaculada más joven, apenas una adolescente, que con su gesto de oración intercede por toda la humanidad de la que ella es su representante e intermediaria. Pero lo que me conmueve especialmente es que también trasmite el asombro, la inocencia y la ternura que emanan los rostros de las futuras madres.
Por otra parte, las vírgenes de Murillo, y especialmente la del Escorial, son mujeres que, como aquella a la que simbolizan, han aceptado y asumido su labor sin cuestionarse nada más. No son personas que se han resignado a su destino, sino que, como la María original, han elegido libremente la obligación que se les ha encomendado, por dura que esta sea. Y lo trasmiten en esos rostros, tremendamente humanos, que rezan en silencio y con serenidad.
Hoy en día, cuando sólo nos preocupamos por nuestros derechos, pero intentamos escabullirnos de nuestras obligaciones, conforta ver en las Inmaculadas de Murillo, reflejo de María, como puede empoderar la actitud de aceptación de la misión encomendada, y el asumir las propias obligaciones, tanto o más que reivindicar los supuestos derechos.
Pero además, en las Inmaculadas de Murillo se percibe amor. Amor, tanto en la mano del artista, como en los rostros representados.
Decía San Agustín: “Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor. Si tienes el amor arraigado en ti, ninguna otra cosa sino amor serán tus frutos”.
Así que, como el maestro sevillano lo hacía a través de sus pinturas, empapémonos un poco de ese amor e iluminemos el mundo, aunque tan sólo sea cumpliendo con nuestras obligaciones, ya sean laborales, sociales o morales.
Publicado por Balder