domingo, 16 de diciembre de 2018

Extinción



          Ninguno nos dimos cuenta de que se estaba marchando. Nadie se percató de que su luz se apagaba. Quizá porque ella era como una habitación con grandes ventanales abiertos al jardín, cuando el sol brillaba en todo su esplendor era difícil percibir si la luz que llenaba el cuarto procedía de múltiples focos en su interior o llegaba desde el exterior. Quizá por eso no nos dimos cuenta, porque la luz fue extinguiéndose poco a poco desde dentro mientras fuera amanecía. Sus focos perdieron intensidad lentamente, así que las primeras noches de luna llena no percibimos que ya no quedaba a penas claridad en su interior. Fue la luna nueva la que nos golpeó por sorpresa dejando tras los enormes ventanales de su casa una oscuridad total y absoluta, un vacío interior y exterior que sigue sobrecogiéndome de dolor.
          No vi las pequeñas señales, no escuche su silencioso y desesperado grito de dolor… la luz que parpadea a penas, una bombilla que se ha fundido, el fuego del hogar que se estaba extinguiendo sin que nadie se preocupara de avivarlo… Alguna vez hasta le reñí “espabila -le dije- esa bombilla fundida lleva mucho tiempo así y como no la cambies te va a fastidiar la lámpara” pero no le tendí la mano, no me ofrecí a cambiar yo misma el casquillo roto e hice como todos los demás, me contenté con mirar su triste decadencia rezongando por el hastío en que estaba cayendo.
          Ordenando cosas encontré una nota “Nadie se preocupa por mi ahora, nadie se preocupará cuando ya no esté”, su letra cansada y la tinta desvaída... ¿Cuánto tiempo hará que la escribió?
          La veo cada día, sigue caminando, sigue trabajando, sigue sonriendo, pero es ya solo un gesto en su rostro, ya no sonríe con la mirada como hacía entonces, tiempo atrás, tanto tiempo atrás que ya no logro recordar la última vez que la vi sonreír así.
          Cada día me asomo desolada al ventanal vacío de sus ojos intentando que sepa que me preocupo por ella, soplo suavemente sobre los rescoldos de la chimenea con la esperanza de que en su noche oscura del alma, una rama seca, un viejo papel arrugado… caigan sobre las brasas y el soplo de mi aliento sea suficiente para avivar el fuego dormido. Quizá entonces, al calor de la chimenea despierte el duende dormido que enciende la luz de detrás de su mirada y ella vuelva a estar aquí, con nosotros, conmigo, alumbrando mi camino, mi oscuridad.
Publicado por Farela

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