domingo, 3 de agosto de 2025

Ya me tarda el meteorito

 

Enrique Santos Discépolo, compositor, músico, dramaturgo, cineasta y creador de tangos, ya nos decía en uno de ellos, allá por 1934: “Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé, en el quinientos seis y en el dos mil también”.  Pero si él consideraba al siglo XX como la apoteosis de la maldad y del lodo de la humanidad, yo creo que lo que llevamos del XXI, lo está superando con creces.

En primer lugar por los conflictos bélicos, atentados y genocidios. Si bien es cierto que en todas las épocas los ha habido, y que los actuales, al menos de momento, no llegan a la barbarie numérica que supusieron las dos guerras mundiales del siglo anterior, en este periodo que nos toca vivir, y como presumimos de cultos y civilizados, pues como que duelen más. Duele que los objetivos y blancos sean principalmente los civiles, sobre todo los débiles, enfermos, ancianos, niños… sin buscar las escusas o eufemismos de otras épocas. Pero sobre todo duelen porque, con los medios de comunicación modernos, no podemos excusarnos ni escudarnos en el desconocimiento ni en la ignorancia, y porque nos sitúan delante de nuestra indiferencia, de nuestra hipocresía y de nuestra cobarde inacción a pesar de los horrores con que nos desayunamos y almorzamos cada día.

Luego está la estulticia, la corrupción y la falta de altura moral de nuestros dirigentes. Siempre hemos sufrido a demagogos, corruptos y miserables ocupando los puestos de poder, pero hoy en día, y merced a la globalización, a la difusión de las noticias, y sobre todo a la verborrea y a lo que les gusta auto-escucharse a estos “próceres” de la patria, parece como que cunden más, o que son más frecuentes que antaño. Y además con el agravante de sentirnos culpables, cuando no estúpidos, por haberlos elegido nosotros mismos.

Y por encima de todo está la pérdida de empatía y de valores, y la incultura y la radicalización que se respiran en el ambiente. Porque si hay algo peor que un malvado es un idiota. Sobre todo cuando lo es porque quiere y cuando hasta presume de serlo.

Nunca hemos tenido tanto acceso a la cultura y al conocimiento como en esta época actual, donde cada uno de nosotros tenemos en nuestros bolsillos la posibilidad de acceder a todo el saber y a toda la cultura de la humanidad. A través de nuestros móviles disponemos de tres mil años de historia, de literatura, de ciencia, de técnica, de filosofía, de cultura al fin. Basta con darle a unas teclas y aparecerá toda esa información ante nuestros ojos. Y no lo hacemos. Pero lo más triste no es que no aprovechemos y disfrutemos de todo ese conocimiento, sino que en muchos casos lo ignoramos y hasta lo despreciamos. Hemos creado una sociedad donde no se valora para nada la cultura, la experiencia ni el saber. Nunca ha habido tantos analfabetos funcionales como en la actualidad. Pero, ¡si hay universitarios y no universitarios que son incapaces de situar su país en un mapamundi! Que desconocen que idioma se habla en Sudamérica, que no tienen repajolera idea de su historia o que ignoran quienes eran la gran mayoría de personajes históricos, o artistas, o sabios en general, imprescindibles para comprender el mundo actual, para entender lo que fuimos o porque somos lo que somos.

Y eso por no hablar de los terraplanistas y negacionistas de toda clase y condición que surgen como setas y que invaden con sus peroratas todos los medios y todas las redes sociales que se puedan imaginar. Cualquier persona, ya sea tertuliano, influencer o ciudadano de a pie, alardeando de su ignorancia y de su estulticia, pretende rebatirle los argumentos a cualquier experto en un tema, alegando que su opinión vale tanto como los conocimientos, los datos científicos y la experiencia acumulada por las diferentes ramas del saber a lo largo de toda la historia de la humanidad. Nunca se ha presumido tanto de estupidez, de falta de comprensión lectora y de desprecio a la cultura, a la ciencia y, sobre todo, al de enfrente.

Y cuando a una persona le quitas todo eso, una formación integral, unos conocimientos básicos y una información veraz, dejará de tener espíritu crítico, y cualquier desaprensivo la podrá llevar al huerto y hacerle creer cualquier cosa que le cuente un influencer, un demagogo, un gurú, o un político sin escrúpulos. Lo que invariablemente lleva al extremismo y al fanatismo.

Tampoco estoy de acuerdo con que haya que respetar todas las ideas, porque todas las ideas NO son respetables, por muchos seguidores que tenga el opinante en las redes sociales. Sin embargo, sí que lo son todas las personas. Y hoy en día, en lugar de discutir y debatir, con ese radicalismo que se respira, y, sobre todo, con la falta de empatía generalizada, (que diga lo que diga Elon Musk, no es una debilidad), la mayoría prefieren recurrir al escrache virtual o al real, o al insulto fácil, cuando no al linchamiento mediático, y hasta al real. No se permiten las discusiones razonadas, e incluso se intentan impedir hasta por la fuerza en cualquier foro que pretenda favorecerlas. Supongo que, con la escasa cultura actual de nuestra sociedad, supondría un esfuerzo mayúsculo el dejarle al otro exponer sus ideas para poder rebatirlas y, si es posible, hasta machacarlas, pero exclusivamente con la razón y la argumentación. En lugar de ello no se les quita de la boca, o de sus mensajes, lo de atacar con insultos sin más. Que si facha o perroflauta, que si nazi o feminazi, que si zurdo o casposo, que si cuñao… Y ya no hablemos cuando para defender sus pensamientos utilizan argumentos tan “contundentes” como mentar la edad o los defectos físicos del “interlocutor”, llamándolo fósil, niñato, viejo, crío, pollavieja y hasta gordo o gorda y feo o fea. Y es que ni para insultar son inteligentes y siempre acaban sucumbiendo a los mismos tópicos. ¡Cuánto echo de menos al brillante léxico de Ibáñez! A sus berzotas, merluzo, cabestro, burricalvo, cernícalo, batracio, giliflauta, acémila, beodo, y hasta percebe.

 

Así que hace tiempo que he perdido la fe en el ser humano en general, y pienso, como dice una estimada compañera mía, que “nos vamos a extinguir por gilipollas”. Aunque en el fondo, muy en el fondo, todavía confío en que siempre quedarán diez justos en Sodoma que nos rediman al resto, pero que están tan sobrepasados por el conjunto abrumador de la masa estúpida y mezquina, que apenas pueden dejarse ver.

Pero aun así hay días, como hoy, que me da pereza la humanidad, y que ya me tarda que llegue el meteorito.



Publicado por Balder

2 comentarios:

  1. Sí, hace falta una buena dosis de paciencia para sobrevivir.

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  2. Totalmente de acuerdo pero esperemos que llegue la cordura y mientras tanto mucha paciencia y reflexión

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