domingo, 13 de abril de 2025

Nápoles y la Campania a la sombra del Vesubio.

          Tuve la suerte de que la primera vez que contemplé el Vesubio lo hice viéndolo surgir entre la bruma del amanecer, desde el mar, mientras entrábamos costeando en la bahía de Nápoles.
          Recientemente he vuelto a visitar y a saborear, en unos días plenos de sol y de sonrisas, la ciudad y la referida bahía, aunque nuestra llegada en avión haya sido algo más prosaica que la anterior en barco. 
          Y cada día, desde que nos acariciaban los primeros rayos de la hermosa Aurora, la de rosáceos dedos, al momento en que caíamos agotados en brazos de Morfeo, hemos vuelto a disfrutar de Nápoles y de la Campania. 
Hemos vuelto a saborear, en toda su efervescencia, la vieja y joven Nápoles. La caótica, bulliciosa, encantadora, alegre, sucia y tierna Nápoles. La ciudad griega y romana, normanda y francesa, aragonesa y española, y finalmente italiana casi a su pesar. La ciudad recostada entre el fuego y el mar, eternamente atacada, bombardeada, saqueada y conquistada por aliados, libertadores y hasta por las fuerzas de la naturaleza, encarnación de los antiguos dioses. Ciudad de Santos en hornacinas situadas en cualquier rincón y en cualquier calle, y que venera a San Genaro y a Maradona por igual. La ciudad de los belenes y de la camorra. La ciudad que vive a la sombra del Vesubio y de espaldas a él, que, 
para que preocuparse de lo inevitable y del mañana si hoy hace sol, tengo pizza para comer y vino para beber, las mujeres son hermosas y hay un extranjero dispuesto a que le aligeren un poco la bolsa... Y la ciudad donde cualquier nacido en el Mediterráneo se siente en casa. Porque ya saben, soy ladrón, soy embustero, me gusta el juego y el vino, tengo alma de marinero...
          Y recorrimos su casco urbano, sus iglesias y sus castillos. Degustamos sus ambientes, sus callejuelas y sus tradiciones. Descubrimos sus templos, antiguos y reconstruidos, sus palacios, sus espléndidos y hermosos belenes, sus bulliciosas y barrocas calles, y, sobre todo, su basura y su suciedad que se nos ofrecía sobremanera.
          Y hasta nos deleitamos con su gastronomía, con la pasta en todas sus variedades, con la pizza frita, con los espressos y los maquiatos, y con sus dulces, incluidos el exquisito baba y la sfogliatella.
          Y al caer la tarde disfrutamos de agradables paseos por la Gallería Umberto I, por la plaza del Plebiscito, entre la basílica de San Francisco de Paula y el Palacio Real, camino de la bulliciosa y concurrida calle Toledo, frontera del barrio de los españoles, antiguos soldados de los tercios. Un lugar ideal para comer cualquier bocado en plena calle, para deleitarte con un helado, para ver una procesión religiosa cruzando entre el bullicio, e incluso para que te aligeren la cartera al menor descuido. 
          Ya en el hotel, descubrí que el ascensor tenía matrícula, con lo que caí en la cuenta de que ese era el medio de transporte que mejor conducía en toda la ciudad. Una ciudad donde los semáforos y las señales de tráfico son meramente orientativos.
          Y aunque cansados, disfrutamos de la vieja y eterna Nea Polis.
          Tras recorrer apenas unas millas romanas, paseamos maravillados por las calles de Herculano y las de Pompeya, mientras el Vesubio a nuestras espaldas no dejaba de susurrarnos: recuerda que eres mortal, como lo hacía un esclavo al oído de los generales romanos victoriosos mientras disfrutaban de su desfile triunfal. Y el volcán se lo susurraba con el viento y con pequeños temblores a las ciudades a sus pies, que, sordas en su prosperidad, no lo escucharon. 
          Merced a su inconsciencia quedaron ambas conservadas en el tiempo y en toneladas de lava y ceniza, como insectos en ámbar, para que ahora podamos viajar en el tiempo y pasear por las calles del antiguo Imperio Romano y vislumbrar sus vidas, sus trabajos y afanes, sus lujos y miserias, y sus muertes angustiosas, dolorosas y desesperadas, plasmadas en moldes de yeso.
          Entramos en sus domus, en sus villas, en sus tabernae, en sus templos y hasta en sus lupanares. Nos maravillamos con sus mosaicos, sus frescos, sus fuentes y sus esculturas. Y cual unos ciudadanos romanos más, deambulamos por el foro, entramos en su basílica, atravesamos el anfiteatro, disfrutamos de sus termas y presentamos nuestros respetos a Apolo.
          Tras el viaje en el tiempo, degustamos pasta con Mejillones y fritada de mar al ritmo de canciones de Doménico Modugno. Y nos encaminamos hacia la fe de un pueblo mediterráneo en forma de santuario dedicado a la Virgen del Rosario, o cómo el sueño de un creyente se convirtió en el lugar Mariano más visitado de toda Italia. Lo que es mucho decir y mucho visitar. 
          Y, continuando con nuestro viaje, nos dirigimos a conocer los palacios de los Borbones. En concreto el de Caserta, que mandó construir nuestro Carlos III cuando era rey de aquellas tierras.
          Al menos pudimos disfrutar de la hermosura y del frescor de sus jardines y de sus fuentes, imitación de los de Versalles, porque el interior no conseguimos verlo esta vez. A pesar de tener reserva hecha, con hora y día, desde hacía semanas... Que al parecer los autóctonos tienen preferencia sobre el resto de foráneos, por mucho que tengan reserva establecida. Me da a mí que no habíamos hablado ni subvencionado al capo adecuado. Así que hicimos la reclamación oportuna, aunque con poco éxito, y nos dirigimos hacia el siguiente palacio. Aunque seguro que la Granja de Segovia, el palacio Real de Madrid y hasta el de Riofrío son mucho más bonitos que Caserta. Y es que, como decía la zorra de Esopo, las uvas están verdes...
          El que sí pudimos visitar fue el palacete de caza y de cría de caballos de Carditello. Desgraciadamente está muy deteriorado porque los napolitanos, tras echar a los Borbones, lo arrasaron todo intentando hacer una suerte de dannatio memoriae, (a diferencia de los rusos en el Palacio de Invierno de San Petersburgo, que para suerte del patrimonio ruso y de la humanidad, cuando lo asaltaron en la revolución de octubre, no le ocasionaron daño alguno, y donde todos los bienes fueros respetados, salvo un cuadro de Nicolás II). Es la diferencia de los caracteres eslavo y mediterráneo. 
          A pesar de ello el lugar no deja de tener su encanto. 
          En sus afueras un hipódromo construido a imagen de los de los antiguos romanos se conserva bastante bien, con sus dos obeliscos en sus extremos y un templete dedicado a Diana cazadora en el centro. Debajo del templete hay una habitación secreta de la que nos dicen que se desconoce para que era usada. Vamos a ver, Borbones, habitación secreta... No hace falta tener mucha imaginación para descubrir su utilidad...
          En la siguiente jornada nos esperaban las aguas y los vientos propicios del mar Tirreno, donde no ha mucho, para navegar por él, hasta los peces debían de llevar la señera del rey de Aragón. Y nos embarcamos en las cóncavas naves para cruzar el negro mar, que hoy no es negro sino más bien brillante y luminoso. Y nos dirigimos hasta Capri, hermosa isla, refugio de famosos, destino de millones de turistas cada año y que fue el hogar del cruel emperador Tiberio desde el que controlaba el mundo mientras decía: que me odien, mientras me teman. Lo que me recuerda a otros tiranos, posteriores y hasta actuales. 
          Y la circunnavegamos por mar, empapándonos de sal y de agua y disfrutando cual niños del Mediterráneo y de sus costas, y la ascendimos por tierra maravillándonos con sus paisajes, con su sol y con sus comercios. 
          De ahí, sin prisa pero sin demora, partimos hacia la mítica Sorrento, tan antigua como Nápoles, con historia compartida, pero infinitamente más limpia. Recorrimos sus acantilados, sus calles, sus Iglesias y sus leyendas, huyendo de una marea de peregrinos que la inundaba. Capturamos campanelas y nos refugiamos en terrazas en las que, mientras imaginábamos el canto de las sirenas, degustamos la brisa marina y el limoncello.
          Desde allí partimos a recorrer la costa Amalfitana, con el mar a la derecha y el sol brillando sobre nosotros. 
          Y visitamos hermosos pueblos colgados de acantilados, antiguas torres de vigilancia normandas y aragonesas que avisaban de la presencia de moros y de otros piratas en la costa, (y que hoy se conforman con contemplar el asalto despiadado de los turistas), y transitamos por estrechas carreteras que te hacen admirar a los chóferes y entender el porqué de tantas hornacinas con Santos protectores. 
          Y desde Positano soñamos con una casa en la Toscana, o en otro lugar idílico similar.
          Y llegamos hasta la república marinera de Amalfi, otra novia del mar de estrechas callejuelas, glorioso pasado y dueña de una hermosa catedral que es sepultura del apóstol San Andrés. Ciudad anclada en tiempos remotos, y desde la que surcamos de nuevo el Tirreno camino de Maiori, donde las jactanciosas y centroeuropeas aspiraciones de un millonario local se transformaron en un castillo anacrónico y absurdo.
          Ascendimos a las montañas Lattari en busca de un ensueño de Wagner anclado en las ruinas de una villa amalfitana. Y finalizamos nuestro último día contemplando de nuevo el omnipresente Vesubio y el anochecer sobre el Tirreno como conclusión de un viaje en el espacio, la historia y el tiempo.
          En fin, que estuvimos por reclamar de nuevo estos territorios para la corona de Aragón. Porque, desde que nos abandonaron, está claro que, al menos en cuanto a organización, no han mejorado demasiado, y que no se les puede dejar solos. Habría que hacerles una oferta que no pudieran rechazar... (Creo que me estoy contagiando demasiado del espíritu local...)
          Finalmente nos despedimos de la Campania desde el convento del santo bueno de Asís, dispuestos a empezar una nueva aventura, aunque sea la de la dura y rutinaria cotidianidad.
          Pero, para no perder el espíritu napolitano, camino del aeropuerto, aún tuvimos un amago de multa por parte de la policía Sorrentina. Lo dicho, que creo que no habíamos negociado con el capo correcto.







 





















             Publicado por Balder

No hay comentarios:

Publicar un comentario