“Cuenta la leyenda que, hace muchos, muchos años, antes de que los romanos llegaran y conquistaran aquellas tierras, una princesa celta se enamoró de un príncipe de una tribu rival con la que su pueblo estaba en guerra. Aquel idilio, lejos de promover la paz entre los dos clanes, lo que provocó fue la ira de su padre, que, utilizando a su propia hija como señuelo, atrajo al enamorado y a sus hombres a una celada donde los apresó y los mandó quemar vivos en un sacrificio macabro ante los aterrados ojos de la doncella y la indiferente mirada de los dioses.
Y por si aquello fuera poco, el cruel padre maldijo a su propia hija y, mediante un ritual ancestral, la condenó a vivir para siempre encerrada en una mámoa entre las ruinas de un castro fantasmal, cuyos restos ya estaban allí antes de la llegada de los celtas, y que se alzaban sobre una isla en el centro de una oscura laguna.
Desde entonces, según se cuenta, todas las noches de luna llena, la doncella encantada baja hasta las orillas del agua, donde se sienta a peinar su larga cabellera rubia mientras espera la llegada de un caballero que la redima de su maldición. Pero nadie hasta ahora ha conseguido liberarla. Es más, todos aquellos que lo han intentado han desaparecido, posiblemente hallando la muerte de una forma horrible.
Si algún valiente se atreve a intentarlo, debe de saber que la doncella le pedirá que la lleve en brazos hasta la laguna para bañar sus cansados pies, y que sólo así se romperá el maleficio. Pero, para el hombre que la lleve, la muchacha se hará cada vez más y más pesada, mientras miles de monstruos y pesadillas saldrán a su encuentro. Si antes de llegar al agua el desafortunado incauto, asustado o desfallecido, deja caer a la doncella habrá fracasado y se habrá condenado a sí mismo a muerte y a la princesa a permanecer en su encierro eterno”.
El narrador se quedó callado y sonriente, tan sólo iluminado por las llamas de la queimada que le daban a su rostro un aspecto fantasmal, mientras observaba el efecto que el relato provocaba en su auditorio. La mayoría de los asistentes eran peregrinos que habían concluido el camino de Santiago, aunque también había algún turista veraniego, e incluso algún estudiante rezagado del curso recién concluido.
Cómo no era la primera leyenda de la noche y el ambiente estaba bastante caldeado, el silencio dio paso a un murmullo de aprobación y a alguna risa nerviosa, hasta que un joven se atrevió a preguntar que dónde se suponía que se hallaba la laguna y el castro de la doncella.
El narrador sonrió con ironía y contestó: “No se sabe con certeza. Se supone que en algún lugar indeterminado entre Santiago y Finisterre. Lo cierto es que hace años que se había perdido el recuerdo de la ubicación de aquella laguna, del castro espectral y de la doncella perdida. Pero hace unos meses desapareció por la zona un joven peregrino que había mostrado la intención de intentar encontrarlo. Y a pesar de la meticulosa búsqueda de la Guardia Civil, lo único que recuperaron fue su mochila y su linterna cerca de las ruinas del monasterio de Novadil, pero ni rastro del joven. Así que algunos supusimos que había encontrado el Castro, pero que no había tenido éxito en su misión”. Y el murmullo de la audiencia se incrementó de nuevo.
Mientras todo aquello sucedía, a apenas unas decenas de kilómetros de distancia en línea recta, la joven, una noche más, se peinaba a la luz de las estrellas y pensaba que el mundo se debía de haber olvidado de ella.
Ya no recordaba cuantos años habían trascurrido desde que el último pretendiente había llegado hasta su morada, pero hacía tiempo que el agua había cubierto de herrumbre sus armas, y de verdín sus huesos.
Sí, hacía muchísimo tiempo que nadie pasaba por allí.
Los mouros, que de tarde en tarde la visitaban, le contaban que el mundo había cambiado. Que la humanidad se había olvidado del mundo mágico y los pequeños seres sospechaban que incluso había perdido la capacidad de verlo. Bien es cierto que los humanos nunca habían tenido fama de avispados, pero es que, según decían los mouros, ahora sólo se dedicaban a manejar ruidosos artefactos mecánicos y malolientes, y a prestar toda su atención a pequeñas baldosas brillantes de las que apenas despegaban sus miradas. Para colmo de males, las mandrágoras habían ocupado en los últimos decenios el bosque cercano a la laguna, posiblemente porque su hogar ancestral había sido arrasado por el fuego y posteriormente replantado con unos árboles egoístas y extraños que decían llamarse “Alcolitos”, que acaparaban toda el agua del bosque y repelían toda la fauna autóctona. Y era bien sabido que las mandrágoras usaban una magia verde que a su vez repelía a los humanos. Así que entre eso y que en el cementerio del cercano monasterio abandonado se habían instalado una panda de los de las mortajas y las velas negras, no le extrañaba que hubieran pasado años desde que el último mortal se aproximara por allí, ni remotamente cerca de la laguna, ni del castro.
Hasta el escurridizo Vákner, que antaño acudía con frecuencia a las ruinas, cada vez espaciaba más sus visitas.
Y allí seguía ella. Cualquiera hubiese pensado que estaba aburrida como una almeja, peinándose la larga melena a la luz de la luna las noches en las que la maldición le permitía abandonar la mámoa, (aunque lo cierto es que con el relajo del tiempo transcurrido habían pasado a ser casi todas, las noches en que se le permitía deambular por el castro). Pero no, no se aburría en absoluto. Porque, además de las visitas de los mouros que, como los cotillas que eran, le traían toda clase de noticias, tanto del bosque cercano como de tierras lejanas, disfrutaba de la amistad de todas las criaturas del bosque y del agua. En primavera recogía florecillas con las que trenzaba guirnaldas para las hadas de alas luminosas. En verano le gustaba inventar historias para las libélulas, que la miraban extasiadas con sus grandes ojos brillantes. En otoño bailaba con la espuma y las ondinas del agua en las noches de tormenta. Y en invierno aullaba con los lobos para llamar la atención de la luna. No, lo cierto es que no se aburría en absoluto. Tan sólo sentía algo de saudade cuando recordaba haber formado parte del mundo de los mortales. Y por eso seguía esperando y peinando su melena. Al menos hasta aquella noche en que las criaturas del bosque, malinterpretando su ocasional mirada perdida en sus cavilaciones, habían decidido buscarle un salvador.
En cuanto pasó por las cercanías el primer humano despistado, se las arreglaron para entorpecerle el camino y dirigirlo, mediante miedos y engaños, hasta la laguna y la isla, (que con la sequía de los últimos tiempos se había convertido en península, facilitando su acceso).
Habían pasado varias horas desde que había salido la luna llena, pero aún se distinguían en el horizonte los últimos rayos de la puesta del sol, y los primeros jirones de niebla comenzaban a formarse en la superficie de la laguna. Fue entonces cuando, traído por la brisa nocturna, llegó hasta ella un perfume extremadamente abigarrado que le hizo arrugar la nariz. Porque no le cabía en la cabeza que nadie en su sano juicio se perfumara de tal forma, a no ser que lo usara como repelente de algo. Luego, tras el olor, llegó hasta ella un estrépito que, poco a poco, se hizo más estruendoso conforme se acercaba a su morada.
Ella, por seguir la tradición, se sentó sobre una roca y comenzó a entonar una triste y dulce tonada que le sirviera de guía al humano que se acercaba. Pues solo un humano podía organizar semejante escandalera.
Y entonces lo vio llegar. Era un individuo que trastabillando y gimoteando parecía huir de su propia sombra, y que al oír la melodía pareció alegrarse, y siguiéndola, cruzó el estrecho istmo de tierra seca hasta la antigua isla.
Ella continuó cantando con su dulce voz, pero con los ojos abiertos como platos ante lo que veía que se acercaba. Aquello debía de ser un humano, pero dudaba mucho de que fuera un caballero que viniera a rescatarla. Era un individuo blando, a pesar de sus músculos cincelados a costa de horas de gimnasio. Tanto su pelo como su barba estaban cuidadosamente desarreglados en lo que debía de haberle costado horas de acicalamiento. Sus ropajes le resultaban extraños y tan poco prácticos para caminar por el bosque que, al contemplarlo, no sabía si es que eran así en su diseño original o es que se le habían ido deteriorando por el camino. La parte de sus brazos y piernas que se hallaba descubierta estaba cubierta por unos tatuajes tan abigarrados y coloridos que apenas dejaban ver un centímetro de su piel original. En su mano portaba uno de esos baldosines, de los que le habían hablado los mouros, con el que apuntaba a uno y otro lado. Y todo él, envuelto en aquel penetrante perfume del que se debía de haber aplicado varios litros.
Ella, compuso su pose, y siguió cantando mientras hacía como si peinara su melena, qué había que mantener las formas.
Aquel ser se sentó ante ella tratando de recuperarse tras el mal rato que debía de haber pasado. Dirigía nervioso sus ojos, y sobre todo aquella baldosa luminosa que llevaba en la mano, a uno y otro lado. Luego, algo más tranquilo, se preocupó por recomponer su imagen como si la vida le fuera en ello, y para eso utilizó como espejo el instrumento luminoso que portaba y que no era más que un móvil de ultimísima generación. Cuando debió de considerar que estaba presentable miró a la joven, pero siempre a través del móvil y, como si acabara de reparar en ella, le dijo:
- ¡Ostras tía, que susto! Estaba buscando localizaciones exóticas para las fotos de mi jefe, que es un rancio y me he despistado en el bosque este. ¡Qué vaya sitio más desorganizado! No hay señales, ni indicaciones, ni cobertura del móvil, ni nada de nada. ¡Joder tía! Vaya cutrez de sitio. Y ¿tú quién eres? ¿La modelo de las fotos? o... ¡No me jodas que eres la tía de la leyenda del brujo!
- ¿La leyenda del brujo? - preguntó la doncella algo desconcertada.
- Claro tía, la leyenda que nos contó el brujo, el pavo ese del Pub “A Sirea miuda”. Esa que se pasa todo el día peinándose desde que la castigó su padre.
Ella, al escuchar su triste historia tan simplificada y banalizada, abrió la boca y los ojos y solo atinó a responder:
- Supongo que sí, que soy yo.
- ¡Joder tía que pasada! Y ¿tienes algún poder mágico? ¿Te transformas en alguna cosa o haces algún truco o algo... Así como Harry Potter?
La doncella no entendía nada. Estaba cada vez más sorprendida y sobrecogida con aquel individuo. Pero sintiéndose obligada a demostrar quién era, susurró:
- No sé... Canto...
Y sin pretenderlo, apenas lo dijo, empezó a emitir un aura luminosa que le daba un aspecto fantasmagórico.
El hombre comenzó a grabarla al tiempo que exclamaba:
- ¡Qué pasada tía! Ya quisiera mi jefe tener este efecto para sus reportajes. Se van a quedar todos muertos cuando se lo cuente. De esta me hago famoso. Este video sale en cuarto milenio fijo. ¡Qué pasada tía! ¡Cómo mola!
La muchacha comenzó a sentirse incómoda y le preguntó:
- Pero entonces, ¿me vienes a rescatar o no?
- Ni de coña tía. Bueno... Depende. ¿Hay alguna recompensa?
La joven recordó la olla de oro y piedras preciosas que los mouros le habían dejado en la mámoa, supuestamente como regalo para cuando fuese libre. Pero viendo la mirada avariciosa en el rostro de aquel individuo contestó:
- No... Pero me libertarías a mí. Y se supone que yo me quedaría contigo... - Al decirlo y al contemplar ante ella, con esa expresión entre estúpida y codiciosa, el rostro de aquel hombre, que por otra parte era atractivo, descubrió que, a pesar de todos los años de maleficio transcurridos, ese no era su sueño precisamente. Pero, antes de que pudiera añadir nada más, aquel sujeto contestó:
- Huy, quita quita, cargar con una pava así antigua como tú. No. Creo que no te voy a rescatar. Además que me han dicho que si fallo en la prueba me juego el tipo. Mira no... - Y mientras lo decía manipuló el móvil que la iluminó y la deslumbró con una fuerte luz que pretendía captar mejor la escena.
- Mira, casi mejor te grabo y lo llevo a la tele... Esto... a un amigo, Iker, Iker Jiménez, que seguro que me saca en su programa y me gano una pasta... Y seguro que él sabe cómo liberarte, o te hace un programa especial y me hago famoso... Bueno y tú también, ¿eh?
La doncella sintió una indignación como no había sentido en toda su existencia. Después de más de 2000 años confinada en aquella laguna y de más de 200 desde que la visitara el último pretendiente, le mandaban “eso”.
Entretanto aquel individuo no paraba de hablar:
-... Pero tía muévete o haz algo, no seas pava, que si no queda esto muy soso. Y necesitamos más marcha...
Y mientras decía todo esto no dejaba de acosarla con aquella luz y de grabarla con el móvil. Y ella se sintió explotada y utilizada como no lo había sido desde que su padre la maldijo hacía tantos años. No sabía exactamente qué era eso de “grabarla”, pero intuía que no era nada bueno. Y que, si dejaba escaparse a aquel canalla con aquel “móvil”, podía suponer una catástrofe tanto para ella como para todas las criaturas del bosque. Pues ahora las intenciones de aquel sujeto no le dejaban ninguna duda. No es que no quisiera ayudarla, es que pretendía usarla para sus abyectos fines... Y conforme se iba enfadando, sin pretenderlo y sin darse cuenta, iba transformándose. Los ojos se le volvieron rojos y brillantes como carbones encendidos, los dientes se le afilaron y le crecieron enormemente y sus uñas se convirtieron en garras. Y creció, aumentó de tamaño hasta poder mirar a aquel fatuo individuo desde la altura. Los mouros, las libélulas, las ondinas y las hadas, que habían asistido a toda la escena medio ocultos en la penumbra, se escabulleron o huyeron realmente asustados, pues nunca antes la habían visto así. Pero aquel sujeto inconsciente no dejaba de grabar mientras le decía:
- Genial tía, lo estás haciendo de puta madre. Con estas imágenes salimos, no sólo en lo de Iker Jiménez, sino hasta en el telediario o en el programa de Ana Rosa. Me voy a forrar... Digo que nos vamos a forrar.
Ella lo agarró con una garra por la cintura y mientras le gritaba con una voz de ultratumba - ¡¡Deja de grabarme imbécil!! - le arrebataba el móvil con la otra mano. Aplastó el aparato con una fuerza sobrehumana y arrojó los restos al agua.
Entonces lo soltó.
Aquel hombre, inconsciente de la fuerza de la naturaleza que había desatado, se encaró con ella desde el suelo y le gritó:
- ¡Tú estás loca tía! Te has cargado mi móvil. Era un Iphosanson Ultra Universal 20G chachipiruling, y te lo has cargado. Me lo vas a pagar tía. Y te vas a enterar. Te voy a denunciar y no vas a ver un euro ni de la tele ni de nada.
Ella lo miró con los ojos rojos y con esa voz cavernosa le susurró al tiempo que señalaba el bosque:
- Fuera de mi isla.
Si aquel individuo hubiera tenido dos dedos de frente, al ver aquella mirada y escuchar aquella voz, habría escapado como alma que lleva el diablo. En su lugar, fue retrocediendo poco a poco, tropezando en las rocas y sólo acertó a insultarla:
- ¡Zorra!
Ella, al escuchar aquella palabra, se lo quedó mirando sorprendida. Porque era lo mismo que le había dicho su padre antes de maldecirla. Parecía que los hombres no tenían otra palabra en la boca cuando querían insultar a una mujer. Y en ese mismo instante decidió que era muy feliz en su castro y en su mundo mágico, y que, si ese era el mejor representante del mundo de los humanos que podían enviarle, que no quería, ni falta que le hacía, que nadie la rescatara.
En cuanto a aquel individuo que se alejaba indignado hacia el bosque, sopesó el peligro que podría suponer para ella o para su mundo el dejarlo marchar, hasta que vio asomarse la cabeza del Vákner entre los árboles, relamiéndose, mientras miraba al humano. Y la doncella sonrió al comprender que todo estaba controlado.
Publicado por Balder
No hay comentarios:
Publicar un comentario