A mis vecinos y sin embargo amigos, los catalanes, hay que perdonarlos. Ya sé que últimamente están muy pesados y cargantes, pero después de lo que han hecho por todos nosotros, no queda otra que disculparlos.
Perdonarles su continua monserga con el hecho diferencial y con su complejo de superioridad que les hace creerse que son más civilizados, más europeos y hasta más altos y rubios que todo el resto de habitantes de esta triste y sufrida piel de toro, sin darse cuenta que, desde al menos los tiempos de los romanos, los diferentes invasores nos han mezclado y se han mezclado con nosotros hasta hacernos a todos iguales: cabezones, bajitos y cabreados.
Perdonarles que quieran borrar de la
noche a la mañana los 1800 años de historia en común, dentro de los últimos
2200, haciendo como que nunca sucedieron y como que nunca sufrimos juntos a los
mismos gobernantes, las mismas desgracias, ni a los mismos enemigos.
Perdonarles todos sus intentos de
robo, más o menos disimulados o flagrantes. Desde el intento de robo del
patrimonio religioso del Aragón oriental, al de nuestros propios sufrimientos,
que parece que sólo ellos han sido los agraviados y maltratados a lo largo de
los siglos, sin querer ver que en todas partes cuecen habas, y que a todos nos
han sojuzgado, expoliado y fusilado por igual y con el mismo cariño. Pasando
por el robo de nuestra propia historia y hasta de nuestro nombre.
Perdonarles la cansina cantinela del “España
nos roba”, sin tener en cuenta que en la mayoría de las veces ellos han sido
los más beneficiados, y que han recibido, desde los tiempos de las dictaduras
del siglo XX, hasta la época en que se hablaba catalán en la intimidad, pasando
por los juegos olímpicos de 1992, la parte del león, bien en forma de
presupuestos, de infraestructuras o de mano de obra inmigrante.
Perdonarles sus intentos de separarse
del resto, una y otra vez, atacando y vilipendiando el estado de derecho y las
instituciones comunes, y buscando el apoyo y compañías cuando menos
sospechosas, desde grupos con escaso espíritu democrático a antiguos miembros
del KGB reconvertidos en nuevos zares.
Perdonarles que tengan cogidos por
las partes nobles al gobierno actual, a costa de un puñado de votos electorales
y en las cortes, para así conseguir acuerdos vergonzantes, transferencias cuestionables
y, una vez más, financiaciones envidiadas por el resto.
Y perdonarles al fin sus quejas, sin
que se les caiga la cara de vergüenza, sobre lo costosas que son sus autopistas o
lo mal que funcionan sus trenes de cercanías, mientras otras comunidades de
esta tierra nuestra los miran sorprendidos por no tener ni autopistas, ni
cercanías, ni en algunos casos casi ni siquiera trenes de los que quejarse.
Pero lo dicho, hay que perdonarles
porque cada uno tenemos nuestras cosas y nuestras cadaunadas. Y sobre
todo porque después de aportar al patrimonio inmaterial de la humanidad el pa
con tumaca, de verdad y de corazón, toditito se lo perdono.
Publicado por Balder
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