domingo, 18 de febrero de 2024

Una vuelta al cuello de la camisa II

 

Mi vida ha sido una sucesión constante de momentos en los que he sentido no pertenecer a nada, a nadie, a ningún lugar. Mi ciudad me fue robada por los que se creían sus dueños, los lugares a los que podía o no podía ir o aquellos a los que debía entrar avergonzada y con la cabeza gacha, marcaron para siempre mi sensación de no pertenencia, de volatilidad; y sin embargo siento que debería estarles agradecida porque ahora el mundo es mi lugar, mi casa definitiva, mi hogar.

Me siento en esta casa de piedra frente al mar rugiente, Javier y los niños no están, han salido a caminar con el perro a pesar de la amenaza persistente de lluvia. A ellos nada ni nadie puede hacerlos sentirse fuera de lugar, ellos constituyen en sí mismos los lugares por los que transitan. No son extraños a ningún paisaje y pertenecen a todas partes. Eso fue lo primero que me sorprendió de Javier, y siento en mi interior una extraña satisfacción cuando veo que en mis hijos ese sentimiento se ha manifestado como algo inherente, ni mis miedos ni mis inseguridades parecen hacer mella en ellos, y su seguridad ante el lugar que como personas ocupan en el mundo parece transmitida directamente por el material genético del cromosoma Y de su padre.

Yo nunca fui así. Yo siempre fui una niña perdida, robada y lanzada de golpe a Nunca Jamás. Quizá por eso son tan importantes para mí, porque por primera vez en mi vida, tengo una patria en la que asentarme, un lugar en el que sentirme amada por ser y a pesar de ser como soy.

Intento leer bajo la luz plomiza de la tarde. No lo consigo. El mar me devuelve mi propia imagen, soy pequeña y estoy asustada. No sé nadar, nadie me ha enseñado. En casa nadie sabe nadar, pero sabemos caminar contra corriente adentrándonos mar adentro hasta donde nuestras fuerzas y la arena bajo los pies nos permiten mantener la cabeza fuera del agua. Pronto descubriré que caminar no es suficiente, que en el mundo que me espera fuera del refugio de las cuatro paredes de mi familia hay que saber nadar y si nadie me enseña debo de aprender sola. Hubo muchas cosas que mis​ padres no pudieron enseñarme, pero me enseñaron la más importante. Me enseñaron a aprender.



Publicado por Farela

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