domingo, 23 de abril de 2023

San Jorge y Aragón

 

Hoy 23 de abril se conmemora la festividad de San Jorge y como no podía ser de otra forma el Día de Aragón.

Y no es extraño que el patrón de Aragón, un territorio y un pueblo rapiñado, humillado y hasta vilipendiado a lo largo de la historia por invasores, gobernantes y vecinos de toda clase, calaña y condición, sea San Jorge, un santo así mismo maltratado y venido a menos, y que a fecha de hoy estaría poco menos que condenado al ostracismo si no fuera por su coincidencia temporal con el día del libro.

La relación entre Aragón y San Jorge se inició en la batalla de Alcoraz, allá por el 15 de noviembre de 1096, cuando el santo tuvo a bien aparecerse para apoyar a los aragoneses en el combate contra los ejércitos musulmanes y castellanos en la conquista de Huesca. En aquel tiempo tanto el reino como el santo eran jóvenes, alegres y se hallaban en plena ascensión hacia la que iba a ser la mejor etapa de su existencia y su época de mayor fortuna y gloria. Luego, las tornas y los tiempos cambiaron y nos acabaron llevando a la situación actual de corrección política en la que Jorge y Aragón parecen ofender con su historia y hasta con su mera existencia, y en la que parece que no les queda otra que reconvertirse o esconderse para no ofender la vista o las narices de los intelectuales fanáticos de lo políticamente correcto.

Lo cierto es que San Jorge ya empezó su trayectoria de santo con mal pie. Pues desde el principio se le consideró un personaje casi mitológico del que hasta la Iglesia Católica ponía en duda su existencia, incluso en el mismo momento de su canonización, allá por el 494 d.C. al incluirlo entre “...aquellos cuyos nombres son justamente reverenciados, pero cuyos actos sólo son conocidos por Dios”. O sea, que daba a entender que igual existió pero que no lo tenía muy claro y que no podía tener certeza de cuales habían sido las acciones de su vida.

Cuenta la tradición, o la leyenda, que Jorge, al morir su padre, Geroncio, a la sazón oficial del ejército romano, se trasladó con su madre, Policronia, hasta la ciudad natal de esta, Lydda, la actual Lod de Israel. Allí la buena mujer educó a su hijo en la fe cristiana. Pero el joven, en cuanto alcanzó la edad adecuada, siguiendo los pasos de su padre, se alistó en las legiones romanas donde alcanzó el grado de Tribuno y llegó a formar parte de la guardia personal del emperador Diocleciano antes de haber cumplido los treinta años.

En el año 303 d.C. el emperador emitió un edicto de persecución contra los cristianos en todo el imperio. Jorge, antes de tomar parte en dicha persecución, confesó que también era cristiano, con lo que el emperador ordenó que lo torturaran para que apostatase. Y, al no conseguir que el joven abjurase de su religión, decretó que lo decapitaran frente a las murallas de Nicomedia el 23 de abril del 303. Su cuerpo fue enviado a Lydda, donde hasta el día de hoy puede visitarse la tumba del santo.

Pero al igual que su carrera y progresión en el estamento militar fue meteórica durante su vida, también lo fue su fama y veneración como santo y mártir tras su muerte. Y así ya hay referencias de una iglesia construida en su honor en torno a su tumba durante el reinado de Constantino I, entre el 306 y el 337 de nuestra era.

Durante el siglo IV su devoción se fue extendiendo desde Palestina al resto del imperio romano oriental y en el siglo V su celebridad había alcanzado las regiones más occidentales de Europa. Hasta tal punto es así que, aunque hay otros textos anteriores sobre San Jorge, hacia finales del siglo VII el abad Adomnán, en la lejana isla de Iona, en Escocia, recogió en un tratado algunos de los hechos atribuidos al santo.

Y llegado el siglo IX surge, o se difunde, otra historia que llegó a ser enormemente popular: la de San Jorge vencedor del dragón. Los acontecimientos narrados en el relato se sitúan en diferentes lugares de la geografía mediterránea según de que labios los escuchemos. Y así, para algunos la ciudad en la que sucedieron los hechos fue Beirut, en el Líbano, mientras que para otros fue Montblanch en Tarragona. Hay quienes la ubican en Livia, en el norte de África, o en la Capadocia, en Asia menor, e incluso los hay que la sitúan en Asturias. Fuera donde fuera, el caso es que las crónicas comienzan contando como un Dragón instaló su guarida en las inmediaciones de una fuente que proveía de agua a la ciudad. A los lugareños no les quedó otra que apaciguar y alejar al monstruo del manantial ofreciéndole un par de ovejas cada día, para así poder obtener el agua que necesitaban. Pero cuando las ovejas se agotaron, o cuando ya no fueron suficientes para calmar la voracidad de la bestia, comenzaron a ofrecerle un sacrificio humano, generalmente una doncella elegida más o menos al azar, (que digo yo que no sería porque las mujeres fueran más tiernas, sino más bien porque los que efectuaban el sorteo eran los medrosos varones de la localidad). El caso es que un día le tocó en suerte a la hija del rey ser la sacrificada. Y a pesar de los intentos del monarca por evitarle ese trago a la princesa, los ciudadanos diciendo aquello de “verdes las han segado”, o en aragonés normativo, “sí, sí, por los cojones”, cogieron a la muchacha y la llevaron hasta la entrada del cubil del dragón. Y cuando la joven estaba a punto de formar parte del menú diario del monstruo, apareció por allí Jorge a caballo y, en cuanto se enteró de lo que allí acontecía, le propició a la bestia tal indigestión de acero que se le quitaron las ganas de devorar princesas y hasta ovejas. Y ya puestos en faena, Jorge acabó con la vida de la fiera, salvando con ello la de la princesa. Dicen que de la sangre de la alimaña nació una rosa que el caballero regaló a la dama, iniciando una tradición que, en determinados lugares, ha llegado hasta nuestros días. Ante semejante hazaña, (la de matar al dragón, no la de regalarle la rosa), todos los habitantes de la región, con el rey a la cabeza, abandonaron el paganismo y adoptaron la fe del joven militar que llevaba la cruz pintada en su escudo.

Esta historia, que por otra parte es el origen de muchos de los cuentos de hadas, princesas y dragones, acabó considerándose legendaria, (y es que la gente es muy descreída). Aunque muchos sesudos estudiosos le han buscado raíces en historias más antiguas como las de Perseo o la de San Miguel, e incluso le han encontrado otros simbolismos e interpretaciones religiosas en las que San Jorge sería el creyente, su caballo blanco la Iglesia y el dragón el paganismo, la tentación o el mismísimo Satanás.

El caso es que, entre leyendas, relatos y apariciones del santo en diferentes batallas de la cristiandad, como la mencionada de Alcoraz o la de Antioquía, o en las conquistas de Valencia y de Mallorca, la popularidad de San Jorge en la baja Edad Media fue aumentando hasta convertirlo en uno de los santos más venerados de la cristiandad, e incluso del Islam, sobre todo en Palestina donde es conocido como Mar Djiries (el árabe cristiano). Y así San Jorge se convirtió en el protector de los cruzados en Jerusalén, en patrón de los caballeros en general y de determinadas órdenes de caballería en particular como la de los Templarios, la Orden de Calatrava, la Sacra Orden Constantiniana, la Orden Teutónica, la Orden de San Jorge de Alfama o la Orden de la Jarretera, y en patrón de casas nobiliarias, de ciudades y de reinos enteros como la Corona de Aragón, Inglaterra, Portugal, Rusia, Georgia, Grecia o Lituania. Vamos, que el Caballero del Dragón se convirtió en un auténtico influencer medieval que lo mismo te ayudaba en los conflictos bélicos, que cuidaba de los animales domésticos y de los caballos, que te protegía de las mordeduras de serpientes y de otras diferentes afecciones como el herpes, la peste, la lepra, la sífilis e incluso el mal de ojo. O sea, que lo mismo te valía para un roto que para un descosido, y solo era capaz de hacerle algo de sombra, como santo desfacedor de entuertos, el mismísimo Santiago “matamoros”.

Pero los tiempos cambian, las costumbres evolucionan y las necesidades vitales son sustituidas por otras. Y lo que parecía indispensable en la Edad Media ya no lo era tanto en el renacimiento, ni mucho menos en el siglo de las luces y para que vamos a hablar en la época del buenismo y de la corrección política. Porque como decía García Márquez “he visto, con algo de paciencia, a lo inolvidable volverse olvido, y a lo imprescindible sobrar”.

Pues eso es lo que le sucedió al bueno del santo Caballero, que poco a poco dejó de gustar tanta sangre, tanta armadura y tanto bicho muerto, y lentamente fue abandonado y hasta casi olvidado por la mayoría de los pueblos que anteriormente lo habían encumbrado. Los ingleses, con la excusa de separarse de la Iglesia Católica, reprimieron su culto; los portugueses decidieron sustituirlo como patrón del país por San Antonio de Padua que, además de ser autóctono, era más presentable para la opinión pública; en cuanto a los rusos, tras su periodo soviético en el que no cabía santo alguno y aunque lo han vuelto a colocar en su escudo, no son actualmente muy fiables como valedores de nadie, por muy santo que sea; y respecto a las órdenes religiosas que aún perduran, han perdido gran parte del prestigio y del poder que tuvieron antaño, al igual que el santo. Y además y por encima de cualquier otra consideración, el caso es que hoy en día San Jorge es, cuando menos, políticamente incorrecto, pues además de ser militar y guerrero (con lo feo que está eso), se dedicó a matar animales en peligro de extinción, (y hasta seguro que propició con ello el cambio climático), y encima lo hizo con la fútil excusa de defender a una mujer que seguramente estaba tan empoderada que no le hacía ninguna falta que nadie la defendiera... Bueno, o eso dirán ahora de él todos los lissstos (listos con tres “s”) que interpretan o manipulan la historia. Y sólo le permiten a San Jorge formar parte de la tradición de la rosa y el libro, que eso sí que es transversal, sostenible y con perspectiva de género.    

Menos mal que al menos Aragón no se ha olvidado de su patrón. Quizá porque al igual que el santo, tras una época de esplendor, nos tocó sufrir el abandono, la desidia y el oprobio. Porque como decía Labordeta “hemos perdido compañeros, paisajes y esperanzas, en nuestro caminar… hemos perdido en nuestra historia, canciones y caminos en duro batallar…” Una historia que es a ratos triste, a ratos hermosa, a ratos épica y también a ratos oscura, pero que es riquísima y que es la nuestra. Como lo es San Jorge.

Y aquí estamos, pueblo y santo, testarudos y resilientes, orgullosos de las aventuras que vivimos, de las de ambos, sean políticamente correctas o no, porque son las nuestras. Firmes y tenaces (gigantes y cabezudos) para decir que no nos van a sacar de aquí, ni de nuestra tierra, ni de nuestras tradiciones, ni de nuestra historia, porque como canta la Ronda de Boltaña: “Tu tierra estará viva, mientras viva en ti”.

Así que, pese a quien pese, aquí seguiremos, altivos como el Toro bajo la Estrella, dignos como la Campana imperecedera y férreos como el reverenciado Pilar. Gritando como antaño una y otra vez al viento:


¡Aragón, Aragón, Aragón!


Aur, aur… Desperta Ferro!


Y por supuesto:


¡Por San Jorge Deus lo vol!




"Por San Jorge Deus lo vol!" acuarela




Publicado por Balder

 

3 comentarios:

  1. Recién me despierto y el largor de tus palabras se meten en mi
    good morning to you

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  2. Soberbio como siempre...
    "Qué así se escriba y así se cumpla"...

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