Decía Lovecraft
que “la emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más
antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido”.
Es muy cierto
que el miedo es una emoción antigua y necesaria que nos protege, que nos ayuda
a enfrentarnos a toda clase de peligros y que nos permite responder ante
situaciones de riesgo de forma eficiente dotándonos de la suficiente energía
como para poder luchar o huir de la amenaza que lo provoca.
Y posiblemente
también sea muy cierto, como afirmaba Lovecraft, que muchos de nuestros miedos
surjan del temor a lo que nos está oculto o a lo que ignoramos. Al fin y al
cabo el miedo a la oscuridad no es a la oscuridad en sí misma, sino a lo que
esta nos esconde y a lo que nuestra mente y nuestro subconsciente imaginan
detrás de las sombras.
Y es que nuestro
subconsciente acapara muchos y diferentes miedos que una imaginación fértil es
capaz de combinar, reconducir y hacer resurgir en cualquier momento de
incertidumbre, de inseguridad, o de ignorancia. Y entre estos diferentes
miedos, los hay atávicos o innatos, los hay personales y propios de cada uno y
luego están los miedos culturales.
Los miedos
atávicos son aquellos que acompañan a la humanidad desde el principio de los
tiempos. Están inscritos en nuestros genes y su función es alertarnos del
peligro y de las amenazas para asegurar la supervivencia. Cualquier ser humano
los entiende y los ha sentido en más o menos ocasiones. Son el miedo a la
muerte, a la soledad, a la pérdida de nuestra autonomía, a la mutilación y al
daño de nuestro ego o a la humillación. Y de ellos, de sus variedades y de sus
combinaciones, surgen la mayor parte del resto de nuestros temores más
profundos.
Luego están los
miedos personales. Al igual que el resto de animales aprendemos a tener miedo
de aquello que nos causa dolor o sufrimiento según nuestra experiencia
personal. Cualquier estímulo que pueda poner en peligro nuestro bienestar
físico o psicológico activa la respuesta de miedo. Pero además cualquier
estímulo que previamente no suscitaba miedo acaba provocándolo a consecuencia
de su asociación temporal con otro estímulo que sí lo provoca. Y como el miedo también
tiene un importante componente psicológico y afectivo, el mero recuerdo del
estímulo o de las circunstancias o elementos que asociamos al mismo nos hace
anticipar y recrear antes de tiempo las sensaciones de angustia y de malestar
sin que esté presente la causa que las origina. Así aprendemos a tener miedo a diferentes estímulos que no lo provocaban originalmente ni tienen motivos
reales para ser temidos.
Finalmente están
los medios culturales. Porque muchos de nuestros miedos tienen connotaciones
sociales y son aprendidos o adquiridos a través de la interacción con nuestro
grupo.
Y estos son los
que me parecen más interesantes, porque dependen de la historia, de las
leyendas y, como su nombre indica, de la cultura propia de un pueblo. Pueden
variar enormemente de una sociedad a otra y si los analizamos en profundidad
nos dicen mucho de cómo es una determinada cultura. Así en colectividades muy
cerradas nos encontramos con el miedo a los extraños o a lo foráneo; en la
Europa medieval, con una sociedad tremendamente impregnada por la religiosidad,
el principal miedo cultural era a todo lo relacionado con el Diablo y con lo
sobrenatural; en el siglo XIX con la burguesía recientemente llegada al poder
en detrimento de la aristocracia, resurgió el miedo a los vampiros, encarnados
en un noble inmortal que chupaba la sangre y la vida de los plebeyos y de los
burgueses para mantener su propio poder y su inmortalidad; y por otra parte en
ese mismo siglo de las luces y del resurgimiento de las ciencias y de las
tecnologías, que parecían iban a solucionar todos los males de la humanidad,
surgió el mito del monstruo de Frankenstein, que aglutinaba el miedo a la
ciencia y a las tecnologías incontroladas que se presentaban casi como una
nueva religión y que, atentando contra las leyes de la naturaleza, intentaban
rivalizar con Dios, creando y destruyendo la vida… Sí, lo cierto es que estudiar
los miedos culturales de un pueblo nos dice mucho de cómo es este realmente.
Y si esto es
así, debería de hacernos pensar el que, en nuestra sociedad actual, el terror
que ocupa la mayoría de nuestros mitos, incluidos libros, series, películas,
videojuegos y hasta leyendas urbanas, lo constituyan los zombis, unos seres sin
inteligencia ni vida real, (al fin y al cabo son muertos vivientes), que
deambulan sin orden ni control y que solo ansían devorar nuestros cerebros y la
poca inteligencia que podamos conservar para convertirnos en uno de ellos.
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