Estoy cansado.
Cansado del dolor. Cansado de ver sufrir a las personas, a los pacientes que me
toca consolar y a sus familiares.
Hace años que sé que la mayoría de los médicos no salvamos vidas sino muy de tarde en tarde. Que, en muchas ocasiones, ni tan siquiera curamos enfermedades, y que tan solo aliviamos síntomas y ayudamos a cronificar procesos hasta que, en el mejor de los casos, el propio organismo del paciente logra curarlos. Así que, en la mayoría de los casos, no nos queda otra cosa que consolar y acompañar.
Y es muy duro. Es muy duro acompañar en el
dolor y consolar lo inconsolable. Sobre todo si uno se implica mínimamente o si siente algo de
empatía por los pacientes.
A veces envidio a aquellos compañeros que
consiguen mantener las distancias. Porque yo no consigo evitar sentir el dolor
de los demás. Me duele ver a una embarazada llorar porque ha muerto el hijo que
porta en su vientre, sobre todo si es cerca del final del embarazo. Ver tantos
meses de ilusiones derrumbarse en un llanto inconsolable. Me duele decirle a
una gestante que su hijo tiene una malformación o una enfermedad que le
impedirá tener una vida normal, o incluso sobrevivir. O decirle a una familia que
su madre, su hermana o su hija, tiene un pronóstico nefasto. E incluso me duele
el contarle a una persona que lo que tiene, aunque no sea especialmente grave, va a
amargarle el resto de su existencia.
Supongo que me hago mayor, pero cada vez
me cuesta más.
Nunca he entendido el porqué del dolor en
los seres humanos. Sobre todo el dolor inútil. Ya sea el dolor de la
enfermedad, el de los cuidadores, o el del cansancio por soportar el dolor de
los demás.
Hace años llegó hasta mí la historia de
los médicos chinos y sus lamparillas. Según parece, los médicos de la antigua
China estaban obligados a poner en su puerta una lamparilla por cada uno de sus
pacientes que había muerto. Así que, conforme pasaban los años, más lamparillas
iluminaban sus puertas.
Y todos los médicos tenemos lamparillas
encendidas, aunque sea en nuestra memoria y en nuestra mente. O al menos
todos deberíamos tenerlas. Todos recordamos pacientes que hemos perdido y que
por alguna u otra causa nos han impresionado. Esas son nuestras lamparillas.
Lamparillas pequeñas, infantiles e incluso nonatas. Lamparillas que estaban llegando al final de
sus años. Lamparillas jóvenes que nos hicieron ser conscientes de nuestras limitaciones. Y el
recuerdo de todas ellas, si tenemos un mínimo de humanidad, nos duele. Luego,
la forma en que cada uno lleva ese dolor varía. Pero no podemos dejar de
recordar alguna, si no todas esas lamparillas.
Y a algunos cada vez nos pesan más. Nos
pesa la impotencia por no haber podido impedir que se encendieran. Nos duele el
dolor que las acompañó, y nos duele su recuerdo sin más.
Así que supongo que estoy mayor, pero cada
vez me duele más el dolor inútil. El dolor que rompe el alma. El que se
acompaña de esos llantos desesperados, o silenciosos, o desconsolados, o sean
como sean, pero que te desgarran el ánimo, y que en la mayor parte de las
ocasiones no puedes hacer otra cosa que acompañar.
Publicado por Balder
No sé si Mati o no, a lo mejor es porque no nos enseñan desde pequeños a qué el dolor, el sufrimiento, las penas forman parte de nuestra vida, que no hay que “negarlas”, ni ocultarlas.. ni dejar de hablar de ellas y menos convertirlas en miedos, angustias, “fantasmas”…sólo tenemos que aceptarlas, muchas ni las podemos controlar!, para qué gastar energía negándolas? mejor buscar el modo de que nos enriquezcan como personas para ayudarnos, entre todos, vivir nuestra vida con más sentido. La muerte siempre estará ahí, no la podemos evitar y menos debemos negarla, farolillos? respetable, pero creo que nos debemos centrar en ayudar en lo que podamos, cómo médicos, profesores, fontaneros….como personas que somos, con la conciencia tranquila de haber hecho lo que pudimos ( no hay mejor almohada que ésta!), el desenlace, los resultados escapan a nuestro control. Centremos nuestra energía en lo que podemos hacer, yo creo que nuestro autocastigo, autosufrimiento por los resultados inevitables lo podemos y debemos controlar, es un aprendizaje desde pequeñitos.
ResponderEliminarUn abrazo
"Siempre estoy conmigo mismo y soy yo quien soy mi propio torturador."
EliminarLeón Tolstoy