Es un día cualquiera de verano. Me
levanto cuando aún no están puestas las calles, desayuno medio dormida y
conduzco durante una larga hora preguntándome durante todos y cada uno de sus
minutos hacía donde voy.
Primer centro de salud, M. Dos horas,
20 pacientes, un domicilio.
Vuelvo a enfilar la carretera con
cierta angustia, los 18 minutos que me separan de mi segundo centro de salud están
siempre sembrados de la desesperación de saber que cuando llegue ya habrá gente
esperando en la puerta. Gente por otro lado tan cortés que me sugiere que me
tome algo antes de empezar e incluso se ofrece a traérmelo de casa. Una persona
se marcha y pide una hoja de reclamaciones porque tardo un poco en empezar la
consulta, no le explico que no había luz en M. Me duele la cabeza porque hoy
que está nublado pasé la consulta a oscuras y sin ordenador, tengo que escribir
en los evolutivos de 20 personas antes
de empezar aquí o se me olvidaran, no puedo llevar notas a mano que los
identifiquen por la ley de protección de datos.
No merece la pena enfadarse.
Segundo centro de salud, E. 4 horas.
46 pacientes, dos de ellos domicilios. Más de la mitad son urgencias. Me
bloqueo unos segundos, no sé por dónde empezar. Las urgencias son urgencias,
pero por experiencia sé muy bien que todas no lo serán. No me parece justo
pasarlos a todos delante de los pacientes que han esperado días para conseguir
una cita a sabiendas de que más de uno estará mal mal. La duda se resuelve
sola. Urgencia en la vía pública.
Sigo preguntándome a donde voy, me lo
pregunto en la ambulancia camino de F. durante el traslado que me aleja
durante dos horas y media de la consulta y me suma 120 km más al cuerpo. No
tengo fuerzas para preguntarme nada a la vuelta, estoy angustiada otra vez
porque sé que me siguen esperando los pacientes que aún no he podido ver.
En mi ausencia han solicitado el
tercer domicilio.
Sigo preguntándome a donde voy.
Son cerca de las 4 de la tarde, un café
a las 6:15 de la mañana, dos “digestive” y un bombón son mi sostén físico. Sé
que no llegaré a casa hasta después de las 5.
¿A dónde voy?
Estoy desesperada, no tengo capacidad
para pensar ni estoy segura de tenerla para conducir los 60 km que me separan
de mi casa, de una comida que ya no me apetece y de una cama que se me antoja
un sueño inalcanzable. Solo quiero llorar.
Ya no sé si esto ha sucedido hoy u
otro día, o quizá todos los días. Las cifras y los hechos bailan en mi memoria,
como mi capacidad de concentración y resolución.
¿A dónde voy? ¿Cuál es mi lugar?
La respuesta me espera al salir del
último domicilio y tomar una curva cerrada hacia el último tramo de pista
forestal.
Voy aquí, esta es mi gente, este es
mi mar, esta es mi tierra, este es mi hogar. Se me eriza la piel. Me siento feliz a pesar de todo.
Quizá si tenga fuerzas para llegar a mi casa, con mi familia. A mi lugar.
Publicada por Farela
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