domingo, 19 de diciembre de 2021

La pequeña niña Gorrión

 

Llegó a este mundo en plena calle, bajo una farola y sobre el capote de un gendarme. Su padre, saltimbanqui ambulante, había salido en busca de una ambulancia, pero decidió celebrar el nacimiento de su retoño, aun antes de que se produjera, parando a tomar un trago en cada taberna por la que pasaba camino del hospital, y dejó sola a su mujer. Está intentó conseguir ayuda por sus propios medios, pero no llegó más allá de aquella solitaria farola.

Tras el parto, la miseria y el alcohol, obligaron a la joven mujer, cantante callejera, a dejar a la niña al cuidado de su propia madre, una matrona argelina que para “desinfectar” los biberones y para que la niña durmiera, los llenaba de vino.

Su padre no tardó en reclamarla y la encontró sucia y cubierta de costras, pero, tras ser movilizado para ir al frente de la Primera Guerra Mundial, tuvo que dejarla a cargo de su otra abuela, a la sazón madame de un burdel.

Allí la niña fue criada con cariño y delicadeza por las putas del lupanar que ejercieron de solicitas madres y que la mimaron y cuidaron con todo el amor que solo es capaz de dar quien tiene auténtica sed de él. Y fue feliz.

Pero terminó la guerra y su padre, tras regresar del frente, volvió a buscarla para convertirla en su socia. Y así, con seis años, se inició en la actuación en pequeños circos primero y en las calles después. Mientras el hombre hacía acrobacias o caminaba cabeza abajo con las manos, la niña pasaba la gorra llevando de la mano a un monito.

Un día su padre enfermó, y la pequeña se encontró sin dinero y sin nada que llevarse a las bocas, ni a la de ella, ni a la de su padre, ni a la del mono.

Decidida salió a la calle y se puso a cantar la Marsellesa. Los transeúntes se quedaron asombrados al contemplar a una niña que apenas levantaba dos palmos del suelo con ese torrente de voz. Y recaudó más dinero en ese día que su padre en una semana.

A partir de entonces fue ella el centro de la actuación familiar, hasta que con catorce años decidió escapar de la protección y de la explotación de su progenitor.

Pero si la infancia es el presagio de lo que va a ser la vida adulta, con esos mimbres no se podían augurar grandes alegrías.

Fue descubierta en la calle por un empresario parisiense de los bajos fondos, y se convirtió en la reina del music-hall en cafés oscuros y noches brillantes. Y su desgarradora voz, a través de la radio, enamoró a toda Francia y a medio mundo. Pero tras la oscura muerte de su protector, la sospecha la envuelve y la precipita al linchamiento público y la condena a regresar a las calles y a los tugurios miserables.

Y así su vida se convirtió en una sucesión de ascensos a la gloria y recaídas al abismo en una serie de catastróficas desdichas, y distó mucho de ser de color de rosa, a pesar de la canción. Conoció el amor, el abandono, el escándalo, los excesos y la tragedia. Perdió a su única hija con tan solo dos años de meningitis, y tiempo después a su gran amor en un accidente de aviación. Hubo muchos hombres en su vida. La mayoría acudían a ella al calor de su fama, como tiburones al olor de la sangre. Y aunque los hubo que la amaron con pasión, hubo otros muchos que se aprovecharon de su candor y que medraron a la sombra del éxito del pequeño gorrión. Pero ella se entregó a todos sus amigos con una generosidad extraordinaria, siendo capaz de amar con total entrega y desprendimiento a pesar de todos los golpes que le dio la vida. Incluso durante la ocupación nazi, sus canciones aportaban esperanza y sus letras de doble sentido, mensajes a favor de la resistencia, mientras ella protegía y ocultaba a artistas perseguidos. Y durante toda su vida fue capaz de transmitir todos esos sentimientos en canciones que siguen siendo himnos del amor y del sufrimiento.

Vivió al límite como si solo tuviera una vida que quisiera apurar de un solo trago. Pasó del arroyo a la autodestrucción, y una y otra vez perdió. Perdió todo. Su hija, sus amantes, su salud, y finalmente su propia vida. Aunque nunca culpó a nadie por ello, ni quiso lamentarse de nada, y así nos lo cantó.

Finalmente derrotada por el alcohol, las drogas, los sufrimientos y la vida, falleció con apenas cuarenta y siete años, aunque su destrozado cuerpo aparentaba muchos más.

A su multitudinario entierro acudieron decenas de miles de personas que paralizaron las calles de su amado París como no había sucedido desde el día de la liberación. Y sus admiradores derramaron ese día tantas lágrimas como ella les había hecho derramar a largo de años con sus canciones.

En el cementerio Pere Lachaise de París reposa, junto a parte de su familia, el delicado y menudo cuerpo de la niña gorrión que envolvió en vida a la enorme, prodigiosa y triste voz de Edith Piaf.

Aunque esta portentosa voz nunca ha dejado de desgarrar el aire ni nuestros corazones.

 

https://www.youtube.com/watch?v=SHCccQbfCi8

 

https://www.youtube.com/watch?v=7I7u_XLtFa0&list=RD7I7u_XLtFa0&start_radio=1

 

Publicado por Balder

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