domingo, 31 de octubre de 2021

La Noche de Todos los Santos

          No es ningún secreto que esta es para mí una de las noches más especiales del año.

          Mi familia materna ha estado profundamente vinculada a la celebración de la muerte y otros eventos religiosos. Mi bisabuelo y después mi tío abuelo fueron sacristanes y enterradores en la aldea, y la casa en la que ambos vivieron y se criaron mi abuela y mi madre estaba y está ubicada frente a la Iglesia Parroquial y el cementerio de San Ramón de Ambroa. Es quizá por eso que la muerte nunca ha sido en mi familia un tabú, y el miedo a los difuntos a través de mitos y leyendas casi siempre pasaba por la frase final de mi abuela… “miedo hay que tenerles a los vivos”, y un sentido racional sorprendente dentro de su corazón profundamente arraigado a creencias y tradiciones populares cristianizadas con el paso de los siglos… si un muerto viene a verte pues tú le preguntas que necesita, porque algo necesitará, y si puedes le echas una mano y listo, que a hacer daño no vienen”. Ella no tenía miedo a casi nada, ni al cementerio de día o de noche, ni a aparecidos o fantasmas, pero no soportaba entrar en la iglesia oscura después del atardecer “porque ahí entre las sombras siempre puede haber quedado rezagado algún vivo que te haga daño de verdad”.

          La muerte dentro de su dolor, no era para nosotros un hueco vacío y guardo muchos recuerdos de velatorios, difuntos en casa o en el tanatorio y conversaciones infinitas en la madrugada cuando ya solo quedaban los más cercanos y mi “padrino Antonio”, que yo siempre he tenido dos padrinos, acababa arrancándonos a todos una sonrisa, sino una tremenda carcajada, al rescatar del pasado cualquier anécdota graciosa que el difunto había protagonizado a lo largo de su vida y esos momentos que pueden parecer faltos de respeto, no lo eran, eran un canto de vida, de memoria, de la alegría que esa persona había supuesto en nuestras vidas; y tampoco estaban fuera de lugar, porque el dolor por la ausencia no siempre tiene que vestirse de llanto y desventura, es bueno y curativo recordar los momentos felices de los que ya no están con nosotros, porque los que nos amaron se hacen, si cabe, más presentes en la felicidad que nos desean que en la angustia que nos genera su partida.

          A mi abuela le gustaba esta noche y le gustaba mucho celebrarla, hacíamos calabazas y collares de castañas para espantar el mal y encendíamos una luz para rezar frente a ella por nuestros difuntos.

          Yo tenía mucho miedo, y como se contaban siempre alrededor de la lareira o la cocina de leña historias de terror con los difuntos como protagonistas, al acostarme en la cama que compartíamos me apretaba muy fuerte contra ella; entonces me abrazaba y susurraba en mis oídos historias para espantar la oscuridad, memorias de amor de los que ya no estaban, y una tradición sacada de no sé dónde que ella repetía como un mantra “Hoy se abren de par en par las puertas del cielo y todos los que estaban en el purgatorio suben a encontrarse con Nuestro Señor”, sé que lo repito muchas veces y soy cansina, pero es que esa frase lo cambiaba todo para mí, la celebración pasaba de ser una fiesta de miedo y dolor a una fiesta de esperanza y amor.

          Nos cansamos de oír que el cristianismo se “apropió” muchas fiestas paganas porque no podía vencerlas, pero pocas veces pensamos que no se apropió de todas y el por qué algunas han cobrado más significado que otras y aunque se hayan modificado no han caído en el olvido. Está es una de ellas y en mi humilde opinión lo es porque los seres humanos necesitamos vincularnos con la muerte, porque creamos o no en el más allá, nos iguala, nos sucede a todos, y uno de nuestros miedos más ancestrales es caer en el olvido de los que hemos amado. Apartar a nuestros hijos de ella es un error como cualquier otro, es privarlos de la comprensión, del encuentro y de la memoria de los que les precedieron.

          Por eso me gusta celebrar esta noche con mi familia, hacer una calabaza y encender una luz en mi ventana. Me gusta rezar por los que ya no están y recordarlos, y me llevaría la vida tener una colección infinita de fotografías para, como hacen los mejicanos, recordarlos hasta donde ya no me llega la memoria.

          Yo no soy de dar consejos, porque luego soy la primera que los incumple, pero seas creyente o no, eso poco importa, haz de esta noche tu noche de la memoria, acéptala, transfórmala, hazla tuya. Disfraza a tus hijos o disfrázate tú si quieres y es lo que te gusta. Pero en estos tiempos sin tiempo que vivimos, cuando llegues a casa con ellos tomate un rato para encender una vela y con una risa, una sonrisa o una lágrima recordar a alguien a quien hayas amado y ya no esté con vosotros. Si le conocieron hacedlo juntos y sino cuéntales su historia, diles porque es tan importante para ti, y que cuando encendéis juntos esa luz, esté donde esté, exista en otro lugar o no, está a vuestro lado por arte y magia de la memoria.

          Si no tienes hijos hazlo con un familiar o un amigo.

        Sea cual sea tu momento vital, estés solo o en compañía de miles de personas, triste o alegre, cansado o aburrido, date unos minutos para encender esa vela y sentarte frente a ella, para evocar a un ser querido, reza si eres de rezar o háblale si eres de hablar, ten con él o con ella o con todos a la vez, esa conversación que te gustaría haber tenido, háblale de tu día y de cuanto le has querido y le recuerdas. Solo es una noche, solo es una vela, solo es una luz, pero esa luz prendera en los demás el deseo de recordarte cuando también tú te hayas ido.

        Feliz Noche de Todos los Santos, que los buenos espíritus dejen un beso de amor en tu frente y un instante de paz en tu memoria. 


Publicado por Farela

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