domingo, 19 de septiembre de 2021

Odisea en el mes de Agosto

          Como en años anteriores, este mes de agosto me ha tocado realizar, además de mis cometidos habituales de adjunto, la tarea de jefe en funciones. Por encima de otros supuestos méritos, es lo que tiene el peinar más canas que nadie.

          Y un año más, he intentado paliar los agobios y amargores de este puesto tan poco agradecido con una lectura que me relajara y despejara la mente en las tardes libres. Y más aún en medio de esta pandemia, que no acaba de desaparecer, y tras un incendio en los paritorios de nuestro servicio cuyas secuelas aún estaban en proceso de resolución.

          Quizá porque mi niñez sigue jugando en su arena, decidí que este año fuera una aventura clásica que transcurriera a lo largo del Mediterráneo, esa casa común de la que proceden nuestra historia, nuestra cultura y dónde amontonamos amores, juegos y penas. Y como temía que al igual que en otros años mi calenturienta imaginación, o mis delirios oníricos, mezclarán realidad con ficción y se dejarán llevar por la lectura estival, intenté elegir un texto lo más alejado posible de mi cotidianidad. Así que me decanté por uno de los auténticos clásicos entre los clásicos, por "La Odisea" de Homero, el que escribía aquello de "aqueos de hermosas grebas" y de "los inmortales dioses que poseen el anchuroso cielo". Y me autoconvencí de que no, de que este año no me iba a dejar influir por la lectura y de que está solo iba a ser un agradable divertimento veraniego.

          El texto en cuestión empezaba con algo así como:

          "Oh musa, cuéntame del varón paciente y de luengas canas, que anduvo peregrinando durante el mes de agosto, después de que el ardiente fuego devorara los sagrados paritorios, cual divina ofrenda, y que vio la necedad de muchos hombres y que padeció en su ánimo gran número de trabajos, en cuanto procuraba conservar la integridad de su nave y de su servicio y los contratos de sus compañeros. Mas ni siquiera así terminó de concluirlo todo a su entera satisfacción, pues las bajas y los innumerables eventos se lo impidieron..."

          Bueno, más o menos así comenzaba...

          El caso es que el relato cuenta las desventuras que le suceden a un tal Ulises, u Odiseo, mientras intenta regresar a su hogar. Allí lo espera su mujer que, para no aburrirse, se dedica a tejer, día sí, día también, un enorme telar (¿o era un cuadro de punto de cruz?). Lo cierto es que la señora teje y desteje la referida tela con la excusa de ganar tiempo, o por los errores cometidos en los puntos.

          Mientras, el pobre Ulises es desviado una y otra vez de su destino por uno de los inmortales dioses, un tal Poseidón, el de cerúlea cabellera, que le ha cogido manía y que parece no tener otro entretenimiento que ponerle palos en los remos, y en hacer que Eolo y todos los demás vientos de los mares soplen en su contra. Y total por una pequeña desavenencia "ocular" que había tenido Odiseo con un hijo del dios, un tal Polifemo, al que también le gustaba "soplar", aunque en su caso el zumo fermentado de la uva, más que al mismísimo Dionisos, alias Baco para los romanos.

          De tal forma que el paciente Ulises tiene que andar errante, mar arriba, mar abajo, e irse enfrentando a toda clase de peligros, monstruos y hasta con otros inmortales dioses, o directivos, que se unen al afán de Poseidón, el prepotente batidor de la tierra, por amargarle el viaje.

          Y así tiene que pasar por el país de los lotófagos, unos drogatas, colgados y negacionistas, que pasando de confinamientos, intentan tentar a los compañeros de Ulises para que se unan a su macrobotellón sin mascarilla ni nada.

          También tiene que enfrentarse a hechiceras como Circe, la de lindas trenzas, que desde dirección, y con su voz pausada y melodiosa de teleoperadora, pretende convencerle de las bondades de deshacerse de sus compañeros, bien transformándolos en diferentes animales, o bien rescindiéndoles los contratos prometidos.

          Así que el pobre Odiseo tiene que rehacer, una y otra vez, las cartas de navegación o las distribuciones de trabajo del servicio, y tomar decisiones incómodas que lo llevan de Guatemala a Guatepeor, o cómo pone en el relato, a navegar entre Escila, el monstruo de la axila peluda y de denuncias obstétricas, y Caribdis, el remolino de los usuarios violentos, exigentes y protestones, dónde son devorados o se hunden la paciencia y la abnegación de sus esforzados compañeros, de hermosas y broncíneas EPIS.

          Y día tras día, tras embarcar en la negra y cóncava nave, al salir del Hospital, oía el sonoro canto de las sirenas, transmutadas en guiris playeros, que me incitaban a abandonar los amargos trabajos y a dejarme llevar por la molicie en las terrazas veraniegas de las arenosas playas.

          Y como todas estas cosas me afligían el corazón y lastimaban mi cansada mente, hasta busqué en el Hades, o por ahí cerca, el oráculo de los antiguos, y anhelando encontrar sabios consejos, me dirigí a la presentación del libro de memorias de los que me precedieron, donde encontré consuelo, pero escasas soluciones.

          Oh lectores de sobrada paciencia, largo sería el relato de todos los infortunios que acontecieron en el largo periplo, pues lo cierto es que, entre una cosa y otra, con tantos trabajos, eventos y vicisitudes, se me antojó que llevaba más de diez años fuera de casa. Y cuando ya creía vislumbrar la orilla de mi patria vacacional, descubrí horrorizado que aún me quedaba una postrera batalla. Pues me encontré, en las mismísimas puertas del ansiado asueto, con un número ingente de soberbios pretendientes que, a través de las "listas de sustituciones", ansiaban las plazas convocadas y que amenazaban la estabilidad de los contratos y la programación tan duramente organizada, y con ello, mi plácido regreso al hogar. Suerte que conté con la ayuda de la indómita Atenea-Alejandra, la de ojos de lechuza, que, honesto es reconocerlo, con el consejo de la hechicera Circe, me ayudaron a cerrar las listas de pretendientes y poder así gozar, por fin, de la paz de mis, no sé si merecidas, pero si necesarias vacaciones.

          Y ahora que todos estos periplos y afanosos trabajos han concluido, y que me hallo por fin en mi hogar ancestral, sentado apenas alborea la Aurora, la de rosados dedos, en el porche de la casa de mi venerable padre, hablando con él de lechugas, cebollas, orugas y malas hierbas, oliendo la tierra mojada por la tormenta de la víspera y mientras compartimos un racimo de uvas recién cogido, pienso que esto es la vida y la felicidad, y que todo lo demás son los peajes que nos impone el amargo destino.

          Así que cuando el hado y los inmortales dioses nos hagan partir, una vez más, en las cóncavas naves, hacia nuevos trabajos, aventuras e infortunios, pues allá iremos a enfrentarnos con otros monstruos, directivos, usuarios, virus y confinamientos, pues al fin y al cabo "Nautas somos y en el Egeo nos encontraremos". 


Publicado por Balder.

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