domingo, 15 de agosto de 2021

Olimpiadas y juegos olímpicos

 

Recientemente han concluido los Juegos olímpicos de la XXXII Olimpiada moderna. Y aún nos envuelve el espíritu olímpico.

Según cuenta la leyenda, los primeros juegos olímpicos se celebraron cuando un tal Dáctilo Heracles y sus hermanos corrieron hasta Olimpia para entretener al dios Zeus, recién nacido. El ganador, Dáctilo Heracles, decidió celebrar unas competiciones deportivas, a partir de entonces, en honor de Zeus Olímpico cada cuatro años.

Fuera como fuese, lo cierto es que los juegos deportivos eran unos eventos muy apreciados por los griegos, que los realizaban con cualquier excusa, ya fuera como disfrute o para honrar a hombres o a dioses. Ya en la Ilíada se narra la realización de juegos atléticos en honor de los caídos en combate. Y formaban parte de su épica, de su lírica y de su mitología. Porque para los antiguos griegos, el vencer en alguna de las pruebas deportivas, premiadas las más de las veces tan solo con una corona de olivo, era el mayor honor que podía recibir un hombre libre. Era convertirse en héroe, literalmente en un semidiós.

El caso es que sobre el 776 antes de Cristo, año arriba, año abajo, se iniciaron las celebraciones de los juegos olímpicos en honor de Zeus en la ciudad de Olimpia, (de ahí su nombre). Unos acontecimientos tan importantes y tan sagrados, que durante la celebración de los mismos se posponían y se detenían los conflictos entre las diferentes ciudades estado griegas. Y al periodo de cuatro años entre juegos y juegos se le llamó olimpiada, y fue utilizado como una de las principales medidas de tiempo de la antigüedad.

 Pero con la conquista de Grecia por Roma los juegos se fueron apagando, y cuando el emperador Teodosio los prohibió, sobre el año 393 de nuestra era, porque le sonaban demasiado a prácticas paganas, lo cierto es que ya no eran muy apreciados ni seguidos por las multitudes.

Y tuvimos que esperar al año 1896 en que, bajo el auspicio y la inspiración del ya mítico barón Pierre de Coubertin, se reanudó la celebración de los juegos olímpicos.

Y aunque los Juegos Olímpicos modernos no tienen el carácter sagrado y místico de antaño, lo cierto es que no han perdido su espíritu heroico e incluso un cierto componente mítico. A pesar de todos los acontecimientos y controversias que los han rodeado.

Porque a lo largo de las olimpiadas y de los años hemos visto de todo. Hemos visto la introducción y desaparición de deportes, pasando de los seis principales de la época clásica a 36 deportes en la actualidad, con unas 51 disciplinas deportivas y unas 339 competiciones distintas. Hemos asistido a la incorporación de la mujer a los juegos, a pesar de una cierta oposición inicial con la excusa de que en la época helénica no se les permitía competir. Hemos observado como los juegos no solo no paralizaban los conflictos internacionales, sino que se suspendían durante las grandes guerras mundiales, y como eran utilizados como elemento propagandístico o de presión en toda clase de enfrentamientos políticos. Hemos contemplado como se comercializaban y se mercantilizaban, de tal forma que han pasado a ser considerados por muchos una oportunidad de enriquecimiento económico más que un encuentro deportivo y de unión entre los pueblos. Hemos presenciado el intento de utilización de los juegos como plataforma propagandística de diferentes ideologías, y como fueron atacados por el terrorismo. Y hemos percibido como su reputación y credibilidad era salpicada por el dopaje, el racismo y el sexismo.

Pero a pesar de todo eso nunca se ha perdido el espíritu olímpico. El ansia de superación, el “citius, altius, fortius, communiter” (más rápido, más alto, más fuerte, juntos), se ha mantenido. Y los valores de unidad y compañerismo se siguen percibiendo en la mayoría de las acciones, gestos, miradas y sonrisas de los atletas. Hasta tal punto que, por la humanidad que desprenden y por la frecuencia con que estos actos se dan en los juegos, han pasado a denominarse “gestos deportivos”.

Pero además, es que los deportes olímpicos nos sumergen en nuestras raíces y mitos y nos hacen revivir y redescubrir los personajes legendarios de nuestra infancia haciéndolos actuales y trayéndolos a nuestra cotidianidad. Y así creemos ver náyades y tritones en los deportes acuáticos, Hipólitas y Hércules capaces de superar sus 12 pruebas en gimnasia, hadas élficas flotantes en gimnasia rítmica, titanes capaces de sostener el universo sobre sus hombros en halterofilia o de dominar las fuerzas de la naturaleza en aguas bravas, centauros en equitación y en ciclismo, combatientes legendarios en los deportes de lucha o en la esgrima, batallas épicas en los deportes de equipo… Y en todos los deportes, pero por antonomasia en el atletismo, encontramos héroes que rivalizan con los habitantes del Olimpo, puesto que son capaces de vencer y de superar al más duro e inmisericorde de los rivales, a uno mismo. Y no solo con el logro de una medalla, sino con su capacidad de esfuerzo, de sufrimiento y de superación.

Y es que los seres humanos seguimos necesitando héroes, con sus limitaciones humanas pero con sus toques de divinidad. Mortales como nosotros, pero a los que podamos admirar, aplaudir, emular y quién sabe si algún día igualar.

Quizá por todo eso es por lo que, al contemplar deportes que no entendemos, ni practicamos, y a los que ni siquiera asistimos habitualmente, seguimos maravillándonos y disfrutando con los juegos olímpicos.


Publicada por Balder

No hay comentarios:

Publicar un comentario