Cuentan
que mientras el Titanic se hundía la orquesta seguía tocando, y que lo hizo
hasta el final. Que los ocho miembros que la componían permanecieron en su
puesto, sin intentar salvarse, hasta que la inclinación del barco les impidió
proseguir y que todos ellos perecieron en la catástrofe.
Para
muchas personas, la acción de aquellos músicos es el paradigma del ejercicio
inútil y ridículo, cuando no de una soberana estupidez. Y hay muchos que lo
sacan a colación siempre que quieren denostar algún acto o actitud estéril o esfuerzo
malgastado en solucionar cualquier futilidad, en lugar de atajar y solucionar
el problema principal y acuciante.
Y
no estoy de acuerdo.
Estoy
convencido de que los miembros de la orquesta del Titanic sabían exactamente lo
que estaban haciendo, y que en medio de todo aquel caos y desorden que culminó
con la muerte de unas 1500 personas, fueron de los pocos que mantuvieron la
calma y que no hicieron más que lo que podían y tenían que hacer. Creo que
ellos eran perfectamente conscientes de que no había suficientes plazas en los
botes salvavidas, ya no para la tripulación, sino incluso para muchos de los
pasajeros, y puesto que no iban a tener posibilidad de ocupar un asiento en los
botes, decidieron hacer lo que sabían y lo que debían hacer. Tocar hasta el
final intentando tranquilizar y animar al pasaje, consolar a los desesperados y
reconfortar a los resignados. Y que lo hicieron por sentimientos tan anticuados
y en desuso hoy en día como son la lealtad, la abnegación y el sentido del
deber.
Y
cada día que pasa, más se me antoja que muchos de los profesionales de
diferentes estamentos de nuestra sociedad actual formamos parte de la orquesta
del Titanic.
Porque
aquí seguimos, al pie del cañón, haciendo lo único que sabemos hacer.
Cumpliendo con nuestra obligación, aunque sepamos que eso no va a impedir el
hundimiento general.
Mientras
los “mandos” siguen dando órdenes contradictorias, inútiles y caóticas,
mientras gran parte de la sociedad que nos rodea sigue yendo absolutamente a su bola,
preocupándose solo por su confort y por su disfrute individual y pasando absolutamente
del bien común, mientras personajes sin conocimiento, sin escrúpulos o sin
vergüenza se permiten elucubrar toda clase de teorías y conspiraciones absurdas
y sin sentido, y hasta de acusarnos de toda clase de delitos y de barbaridades,
mientras todo eso nos envuelve y nos rodea, nosotros seguimos intentando
proteger, cuidar, consolar, tratar y
hasta mantener un rayo de esperanza.
Nosotros
seguimos tocando en cubierta. Cada día más agotados, más desesperados y con menos
fe en la humanidad. Pero lo seguimos haciéndolo porque es lo que nos toca, lo
que debemos y lo que sabemos hacer.
Solo
espero que, cuando todo se vaya al tacho y el barco se hunda definitivamente, y
nosotros con él, que al menos no les pasen la factura de nuestros uniformes a
nuestros deudos, como hizo la compañía naviera a los herederos de la orquesta
del Titanic.
Publicada por Balder
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