domingo, 4 de julio de 2021

El futuro que no llegó

 

De niño, y de no tan niño, leía libros y comics o veía series y películas que vaticinaban un futuro, más o menos cercano, en el que nos desplazábamos en coches voladores hasta la oficina, teníamos colonias en la Luna y en Marte, y veraneábamos en los anillos de Saturno o en las playas subterráneas de Ganimedes.

Y lo curioso del caso es que esos futuros se nos presentaban al mismo tiempo, lo suficientemente alejados de nuestra cotidianidad para contemplarlos como posibles, pero lo suficientemente cercanos como para estar a tiro de una vida humana.

Y así esos acontecimientos futuristas sucedían en fechas tales como 1999, 2001, 2015, 2020 o 2062. Y de esa forma, los niños y jóvenes de finales del siglo XX, nos imaginábamos de adultos en el siglo XXI vestidos con trajes plateados o dorados, viviendo en edificios suspendidos en el aire, y decidiendo en que parte del sistema solar pasaríamos el siguiente puente festivo.

Vislumbrábamos un porvenir benévolo y tecnológico en el que la humanidad había derrotado a muchos de los males que la aquejaban en aquellos últimos años del siglo pasado, y que por desgracia y a pesar de todos esos buenos augurios, nos siguen afligiendo en la actualidad.

También he de decir que había otros cenizos que presagiaban, aproximadamente para las mismas fechas, apocalipsis mundiales de toda clase y condición, así como futuros oscuros, radioactivos o polvorientos. Futuros donde lo mismo Los Ángeles se convertía en una prisión de alta seguridad para los que fumaban o comían carnes rojas, como los escasos supervivientes de la consabida catástrofe, acabábamos peleándonos por la última lata de gasolina o por una caja de galletas de dudosa procedencia.

Comprenderéis que yo prefiriera los futuros amables y bondadosamente tecnológicos.

El problema surgió cuando esas fechas fueron llegando y descubrimos que ni teníamos monopatines voladores, ni había barcos a Venus y ni tan siquiera autobuses a la Luna. Y las ilusiones, junto con la inocencia de nuestra infancia, se fueron esfumando.

Y aunque hubo otras fechas que fueron pasando sin que se hicieran realidad esos dichosos futuros pronosticados, la que supuso mi epifanía fue 2001. La película que aludía a esa fecha, “2001 una odisea en el espacio”, ni siquiera es una de mis películas favoritas, a pesar de la historia inquietante que cuenta, de sus imágenes sugerentes y casi psicodélicas, del maravilloso encaje de la música clásica en determinadas escenas, o de sus revolucionarios efectos especiales. Pero supongo que fue el ver cumplirse esa fecha y descubrirme a mí mismo, ya con una edad, y con una vida bastante menos “supersónica” de lo augurado, y en un tiempo en el que gran parte de los proyectos espaciales mundiales estaban, o cancelados, o exasperadamente ralentizados, lo que me hizo caer de la moto jet, (o de la burra), y lo que me hizo comprender que ya nunca vería salir Saturno por el horizonte de Titán, ni volaría en ralis por el cinturón de asteroides, y que ni tan siquiera podría subir a la estación espacial para contemplar la Tierra desde el espacio. El futuro había llegado, pero con él no se habían presentado ninguna de las maravillosas promesas predichas en las series, en las películas o en las historietas de mi infancia.

Y aunque estoy seguro que todas esas cosas llegarán, y que algún día los seres humanos harán realidad nuestros sueños, no será tan pronto como esperábamos, o como muchos de los de mi generación hubiéramos deseado.

Así que aquí estoy, añorando todos esos mundos utópicos y maravillosos de extraordinarios descubrimientos, de épicos viajes y de enormes conquistas que nunca acabaron por llegar. Por lo menos a día de hoy.

Por fortuna las distopias y los apocalipsis pronosticados tampoco han llegado, y no se han cumplido los vaticinios de los agoreros… O al menos eso espero.


Publicado por Balder

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