Para mí la cocina es muy importante, me vincula con los olores, los sabores y los amores más importantes de mi infancia. En muchos momentos de mi vida he sabido que el sol volvía a salir cuando recuperaba las ganas de cocinar.
Tengo una de esas costumbres inconfesables que
te llevan de cabeza al DSM-IV (manual de clasificación de las enfermedades
mentales): cuando cocino alguna receta familiar, de esas especiales que todos
guardamos en el corazón y especialmente si es de repostería, les rezo a las
mujeres de mi familia que las han cocinado durante generaciones antes que yo;
les rezo para que me acompañen en ese ritual que me vincula a ellas de un modo
muy especial y les pido disculpas por mi osadía que va íntimamente unida a una
monumental torpeza culinaria.
Hoy me tentaron las orejas y las rosquillas,
con las prisas me olvidé de rezar antes de empezar... Y así andamos.
Publicado por Farela.
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