domingo, 6 de agosto de 2023

El metro de Madrid


Me encanta viajar en el metro de una gran ciudad, especialmente en el de Madrid.
Caminar sin prisas por esos túneles refulgentes de luz artificial, a una hora en la que no estén ni demasiado saturados, ni demasiado vacíos, te permite contemplar la compleja variedad de tipos que los transitan y disfrutar de la esencia de la humanidad en estado puro. Solo hay que prestar un poco de atención para poder hacerlo.
Ya nada más entrar y mientras tus pasos te dirigen al andén que buscas, quizá escuches a lo lejos una música que se va acercando a ti, melodiosa o estridente, hermosa o prosaica, triste o incongruentemente absurda y, conforme diriges tus pasos hacia el artista callejero de donde brota, va impregnando tus pensamientos de sus sentimientos.
Caminando por esas galerías he disfrutado de intérpretes absolutamente increíbles, en todos los sentidos de la palabra. Desde violinistas que empapaban la atmosfera de pura belleza a músicos callejeros que más que ejecutar la obra musical, la ajusticiaban junto a los oídos y a la sensibilidad de los que les escuchaban. Desde alegres percusionistas africanos golpeando frenéticamente los más variados objetos, a ancianos que, más que tocar, acariciaban sus instrumentos y extraían de ellos melodías etéreas y cautivadoras.
De cualquier forma, esos sonidos, junto con los más bulliciosos que proceden de la apresurada multitud, parece como si fueran indicándote y dirigiendo tu periplo.
Luego, ya en los andenes o en los vagones, te ves envuelto en los seres más dispares y peculiares que pudieras imaginar. Desde señoras con caras cansadas que vuelven de su trabajo o de la compra, a jóvenes estudiantes que arrastran sueños perdidos en lucha contra las clases y los exámenes. Aquí y allá alguna mascarilla aislada y rezagada, recordatoria de tiempos peores y aún no pasados del todo. 
A tu lado una delicada joven, consciente de la belleza sutil de bailarina que emana su cuerpo, la reafirma llamando la atención bajo un sombrero de gánster.
Un poco más allá un joven, que no puede negar su sangre altiplana, con el rostro marcado por el acné y un traje tan de los domingos que roza la exuberancia y la chabacanería, sueña quimeras de baile y de salsa.
En el otro extremo del vagón, una pareja de enamorados, ensimismados el uno en el otro, ajenos al resto del mundo, no se percatan de la niña que, aferrada a la mano de su madre, no deja de mirarlos absorta.
En la siguiente estación sube un joven negro abrazado a una pelirroja de rasgos irlandeses. Y tras ellos unos pelos azules y rosa chicle frente a otros con peinados imposibles de laca o de gomina.
Aquí y allá calvas orgullosas y brillantes frente a otras vergonzantes que se esconden tras matas raquíticas de pelo lacio y grasiento. O hiyabs que ocultan el cabello frente a otros pañuelos que cubren el dolor de tratamientos agresivos.
Un obrero, cansado y sudoroso, se apoya somnoliento en una barra mientras a su lado un anciano apocado y nervioso protege, abrazándolo, un ajado cartapacio. Y junto a ellos dos mujeres de la mano que trasmiten su orgullo.
Y muchas de esas personas entretienen el tiempo del trayecto sumergiéndose en diferentes lecturas. Unos con artilugios electrónicos, otros, los menos, con libros de papel y la abrumadora mayoría con teléfonos móviles que los abducen y a los que dedican sonrisas, escrituras y hasta parrafadas verborreicas.
Y en medio de todo eso se puede contemplar la indolencia o el egoísmo en su estado más puro; desde esos indiferentes que no ceden su asiento a quienes más lo pueden necesitar, a los que miran con desprecio o simplemente ignoran con apatía a cualquiera que intenta reclamar su atención mediante alguna de las miles de formas de dolor que acompañan a los seres humanos.
Así que el metro es un espectáculo en sí mismo. Al menos para los ojos que quieren verlo. Y una muestra significativa de la humanidad en su estado puro.
Si algún día una mente extraterrestre quisiera estudiarnos, no hallaría una mejor representación de la humanidad que dándose un paseo por el metropolitano.


Publicado por Balder

2 comentarios:

  1. Gracias por darnos la oportunidad de acompañarte en este viaje tan real como emocionante

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