domingo, 15 de mayo de 2022

O Tesouro dos Mouros


Como se achega "o día das Letras Galegas" hoxe publicaremos un texto cuxa primeira versión publicouse en galego, e algo acurtada, na Voz de Galicia o 12/8/20. Primeiro poñémolo en galego e despois en castelán:

A versión publicada en galego:


          Nunca fixen caso das historias do meu avó. De cativo adoitaba acompañalo nas súas delirantes excursións por castros e ruínas en busca dos míticos dons da terra que os mouros atesouraban, pero nin sequera entón cría naquelas historias de potes de ouro, nin nos seres que as posuían. Pero o outro día un estraño presentimento levoume ata o vello castro. E, como hai tempo vin facer en tantas ocasións ó meu avó, púxenme remover febrilmente as pedras cubertas de musgo e rosada.

          Non sei se foi polas recentes choivas, polas obras da autoestrada, ou polos meus quilos de máis, o caso foi que de súpeto o chan cedeu baixo os meus pés e caín entre cascotes nunha vella cámara oculta desde vaia vostede saber canto tempo.

          E aí estaban, rodeándome, tódolos seres lendarios da miña infancia. Desde trasgos de pel verdosa a vellas meigas de bocas desdentadas. Incluso había un grupo de amortallados con sudarios, portando cirios e cheirando a cera e cemiterio. Pero o que sobre todo había eran decenas de mouros. Pois supoño que todos aqueles seres diminutos, de rostros escuros e miradas torvas, debían de ser os mouros dos contos do meu avó.

          E miraban cara a min cunha mestura de resentimento e terror, coma se eu fora responsable de algún feito terrible, aparte de interromperlles tan heteroxénea reunión.

          E antes de que me atrevese a mover un só músculo, un daqueles seres achegouse e, como nos mais extravagantes sonos do meu avó, entregoume un pote dourado, como mandaba a tradición, repleto dos dons que colman a terra. Así que empoliqueime parede arriba, tan apresa como puideron as miñas pernas, sen perder de vista a aquel estraño grupo, sobre todo ós dos cirios.

          Corrín coma alma que leva o demo, feliz de ter realizado o aloucado sono do meu avó. E en canto me crin a salvo, lonxe do castro, introducín as miñas mans no pote esperando atopar os dons que zumega a terra. Pero en vez dun puñado de pedras preciosas ou de ouro, o único que saquei dese pote foi o que ultimamente colma a nosa terra e as nosas praias, un bo puñado de lixo e chapapote.


        Y ahora la versión en castellano:


Nunca hice mucho caso de las historias de mi abuelo sobre los tesoros de los mouros. Aunque bien es cierto que de niño, en ocasiones, le acompañaba en sus delirantes excursiones por castros y ruinas en busca de los míticos dones de la tierra que los mouros gustaban de atesorar. Pero ni siquiera en mi más tierna infancia creí en aquellas historias de ollas de oro y piedras preciosas, ni en aquellos seres que las poseían, y que supuestamente habían habitado los castros en tiempos de Maricastaña.

Pero el otro día, cuando volvía ya de madrugada de celebrar el triunfo de nuestra selección, ahíto de alcohol, cansancio y euforia, un extraño presentimiento me hizo dirigirme, a la luz del amanecer, a las ruinas del viejo castro.

         Y como antaño había visto hacer en tantas ocasiones a mi abuelo, me puse a remover febrilmente las viejas piedras cubiertas de musgo y de rosada. No sé si sería por las recientes lluvias, por las obras de la cercana autovía, o por mis kilos de más, que supongo que todo debió de influir, el caso es que de pronto el suelo cedió bajo mis pies y caí tan largo soy entre cascotes y piedras en una vieja cámara que se hallaba oculta desde vaya usted a saber cuánto tiempo.

         Y ahí estaban, rodeándome y mirándome como si llevaran esperándome toda la eternidad, todos los seres legendarios de mi infancia. Desde los trasgos de piel verdosa y ojos grandes, a las viejas meigas de caras arrugadas y bocas desdentadas. Incluso había un grupo tenebroso vestidos con sudarios, portando velones y apestando a cera y cementerio. Pero lo que sobre todo había eran decenas de mouros. Pues supongo que todos aquellos seres diminutos, vestidos de pieles, tocados con cascos con cuernos y turbantes, de rostros oscuros y miradas torvas, debían de ser los mouros de los cuentos de mi abuelo.

         Y todos me miraban con una mezcla de resentimiento y de terror, como si yo fuera capaz de hacerles algo terrible, aparte de haberles interrumpido tan heterogénea reunión.

         Y antes de que me atreviera a mover ni un solo músculo de mí magullada anatomía, uno de aquellos extraños y torvos seres se acercó y, como en el más extravagante sueño de mi abuelo, me ofreció una olla dorada, diciéndome que, puesto que los había descubierto y como mandaba la tradición, me entregaba un puñado de los dones que colman la tierra.

         No me atreví a replicar. Cogí la olla y sin perder de vista a aquel extraño grupo, sobre todo a los de los cirios, me encaramé pared arriba, hacia la luz del sol, tan aprisa como pudieron mis huesos.

         Ya afuera corrí como alma que lleva el diablo, sonriendo feliz pues había conseguido hacer realidad el alocado sueño de mi abuelo. Y como no podía esperar para cobrar mi recompensa, en cuanto me creí a salvo, lejos del castro y a la luz de los rayos del nuevo sol, introduje mis manos en la olla con la esperanza de sacarlas llenas de los dones que rezuma la tierra. Pero cual sería mi sorpresa cuando en vez de un puñado de piedras preciosas o de oro, lo único que saque de aquella olla fue lo que últimamente colma nuestra tierra y nuestras playas, un buen puñado de basura y chapapote.



Publicado por Balder

No hay comentarios:

Publicar un comentario