Ella pensaba que se mantenía en perfecto equilibrio con los dos pies firmemente anclados al suelo. No fue consciente de que para alcanzar sus sueños se iba estirando poco a poco hasta que ya solo se sostenía sobre los doloridos dedos de sus cansados pies, en un equilibrio tan frágil y precario que una leve brisa fue suficiente para derrumbarla estrepitosamente contra el suelo.
Lo peor no fue caer otra vez. Lo peor fue
descubrir que se estaba mejor en el suelo. La tierra cálida le resultó
extrañamente acogedora y familiar después de haber estado expuesta durante
tanto tiempo al frío exterior. Ahora solo desea acurrucarse sobre sí misma,
hacerse un ovillo y dejar que las inclemencias del tiempo erosionen sus
aristas. Desintegrarse lo más rápidamente posible para ser parte de esa tierra
fértil que la mece en su regazo. Pero sabe que dentro, en algún lugar, sigue
viva la vieja y ancestral semilla que se abrirá paso entre la polvareda de su
vida, y un día cuando las primeras lluvias empapen la tierra cálida y seca,
brotará de nuevo.
Mientras dejadla dormir, dejadla descansar de sí
misma y de los demás. Dejadla ir para que aun mantenga en su corazón el deseo
de regresar.
Publicado por Farela.
Bello relato críptico.
ResponderEliminarGracias.
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