domingo, 12 de abril de 2020

Domingo de Resurrección en los tiempos del Coronavirus


          Hoy celebramos la Resurrección de Cristo. Es el final de la Semana Santa y la celebración más importante para los cristianos. Al menos para los católicos.

          Y aun con todo lo que supone y representa, esta de hoy, posiblemente sea la celebración más triste de la Pascua desde hace siglos.

          Encerrados en nuestras casas, en muchos casos solos, sin poder visitar a nuestros amigos, cuidar de nuestras familias o despedir apropiadamente a nuestros deudos, seguimos esperando, como Lázaro, que nos digan “¡sal fuera!”, porque por fin se haya conseguido vencer a la muerte. A esta enfermedad y muerte acechante en forma de virus que lleva azotándonos, y que nos tiene aprisionados, desde hace ya casi un mes.

          Ha sido una Semana Santa especialmente extraña y triste. Sin procesiones, sin oficios religiosos en comunidad, sin preocupaciones por el tráfico, por el tiempo o por la lluvia, sin vacaciones escolares... sin vida.

          Una Semana Santa en la que todos seguimos ansiando y esperando que llegue esa otra “resurrección” que nos saque de nuestras catacumbas para poder volver a vivir.

          Pero aunque se nos antoje lejana, como se les debió de antojar la resurrección de Cristo a sus apóstoles, esa “vuelta a la vida” llegará.

          Llegará un día en que podremos volver a nuestras odiadas y anheladas cotidianidades de antes del confinamiento. Un día en que podremos volver a pasear alegres por calles abarrotadas, por ciudades atestadas y por campos repletos de vida. Un día en que volveremos a mirarnos directamente a los ojos, sin pantallas ni micrófonos de por medio. Un día en que podremos volver a abrazarnos y a besarnos. Un día en el que podremos volver a celebrar cumpleaños, fiestas, Semanas Santas, y Pascuas de resurrección.

          Y en ese día al fin podremos rendirles nuestro respeto y llorar a nuestros muertos, a todos aquellos que se quedaron por el camino, y a los que no pudimos despedir como se merecían. Y también ese día, en lugar de solo con un lejano aplauso, podremos agradecer en persona, con una sonrisa, con una mano tendida o con un gesto amable, a todos los que lo hicieron posible: a todas las empresas, grandes y pequeñas, que donaron sus materiales, su dinero, su esfuerzo y su tiempo; a los empleados de los bancos y a los de la limpieza, a los mecánicos e ingenieros, a los obreros y a los fontaneros; a los camioneros y transportistas; a las reponedoras, a las cajeras y a los dependientes; a los agricultores y ganaderos; a los sanitarios, a los policías, a los guardia civiles y a los militares; a los educadores y a los periodistas; y a todos los que dieron, de una u otra forma, lo mejor de sí mismos, aunque fuera quedándose en casa trabajando o viendo cómo se perdían sus empleos, mientras entretenían a los niños, rezaban, aplaudían, o simplemente se aguantaban el ansia de salir.

          Y ese día volveremos a respirar, a sentir y a vivir. Volveremos a sentirnos libres.

          Y todo volverá a ser lo mismo, aunque ya nada será igual.

Publicado por Balder

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