domingo, 16 de febrero de 2020

Del coronavirus y otras pandemias


Los seres humanos tenemos la costumbre de matar al mensajero. O al menos de buscar un culpable de cualquier mal que nos aceche y de lincharlo en la plaza pública, o en las redes sociales.
Y ante la reciente pandemia del coronavirus, se empiezan a producir conatos de racismo y xenofobia contra cualquier persona que tenga los ojos rasgados. Aunque sean tan autóctonos como el resto de la población y no hayan pisado los lugares donde se halla actualmente la enfermedad en toda su vida. Como si por el mero hecho de pertenecer a una etnia oriental ya se convirtiera uno en portador de un virus que, como el resto de agentes patógenos, no hace distinción entre unas personas y otras. Los seres humanos estamos demostrando ser tan sugestionables, cobardes e imbéciles como lo hemos sido en otras epidemias pretéritas.
En la edad media, ante la pandemia de peste negra que acabó con entre un 20 y un 30% de la población mundial, y que fue causada por una bacteria que era trasmitida por las pulgas transportadas por roedores como las ratas y las ardillas, se achacó a los judíos el ser los causantes de la enfermedad, y se les acusó de intoxicar y de envenenar los pozos y hasta los alimentos. Y como consecuencia de ello, en muchos lugares de Europa se iniciaron persecuciones contra los mismos, lo que supuso el extermio de comunidades enteras.
En 1918 se produjo una mutación del virus de la gripe en Kansas, Estados Unidos, donde actualmente se sitúa el primer caso identificable de la pandemia de aquellos años. Y desde allí, los soldados americanos que venían a combatir a Europa en la primera guerra mundial, trajeron la enfermedad al viejo mundo. Enseguida hubo un nuevo brote en Francia, y a través de los combates cuerpo a cuerpo en el frente, el virus cruzó la tierra de nadie y comenzó a afectar a los soldados alemanes. Y lo que no conseguían avanzar los combatientes lo consiguió el virus. Y dado que la muerte nunca ha hecho distinciones de raza o nación, cayeron por igual blancos y negros, americanos y franceses, alemanes y austriacos, británicos y turcos. La gripe comenzó a causar más bajas que las balas. Y como el alto mando consideró que comunicar la existencia de una enfermedad que mataba a los soldados por millares, podía ocasionar la desmoralización de la población y de las propias tropas combatientes, ocultó su existencia y camuflaba las muertes por gripe, comunicándolas a familiares y allegados como muertes en combate, convirtiendo en héroes a los pobres desgraciados que sucumbían a la epidemia. Y los supuestos muertos en el frente comenzaron a multiplicarse a un ritmo espectacular, hasta para las cifras de aquella, ya de por sí, sangrienta contienda. Y por supuesto ninguna de las prensas de los países beligerantes osaron informar sobre el tema. Ni la francesa, ni la alemana, ni las supuestamente libres prensas británica o estadounidense, ni la censurada prensa austriaca. Todas ellas no hacían otra cosa que informar de las excelentes expectativas de victoria.
Pero la epidemia no conocía fronteras, y cuando llegó a España, que había permanecido neutral, los titulares de los periódicos españoles comenzaron a dar todo tipo de detalles y de información sobre esa gripe brutal y sobre su alta mortalidad. Y más cuando hasta el mismo Alfonso XIII la padeció. Y aunque el rey logró sobrevivir gracias a los cuidados médicos, no lo hicieron cerca de doscientos mil españoles que sucumbieron a la enfermedad, lo que supuso el uno por ciento de la población del país. Mientras, en el resto del mundo, se calcula que aquella pandemia de gripe acabó con unos cincuenta millones de personas. Cinco veces más muertos que los ocasionados por la Gran Guerra. Alrededor del cinco por ciento de la población mundial. Y la prensa de los países beligerantes tuvo las narices de bautizar a esa enfermedad como “gripe española”, aunque se hubiera originado en los Estados Unidos. Y solo por el hecho de que en España había sido el primer lugar del mundo donde se habló pública y libremente de la enfermedad.
Así que como digo, los seres humanos no aprendemos, y aunque no repitamos la historia, lo que si hacemos es repetir una y otra vez los mismos errores.

Publicado por Balder

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