domingo, 29 de diciembre de 2019

Aquel día en el frente

"Si lo construyes, él vendrá."
Shoeleess Joe Jackson. Campo de sueños. 
Phil Alden Robinson. 1989


          Hacía un frío de mil demonios. Y a pesar de las raciones extras, de la cena especial, y hasta del whisky o del licor repartido alegremente por los mandos, en atención a lo extraordinario de la fecha, el frío se metía en los huesos, en el alma y en la moral de los soldados, a ambos lados del frente.

          Y es que, la que habían prometido que sería una guerra rápida, apenas un desfile militar hasta la capital enemiga, después de aquellos largos meses de sangre, sudor y barro, se había convertido en un infierno estático de trincheras, frío, humedad y muerte. Y el que fuera la Nochebuena y los pillara allí, atascados en aquel lodazal, lejos de los seres queridos, no ayudaba a mejorar la moral de la tropa.

          Tras la sangrienta batalla del Marne, el frente se había estancado en una guerra de trincheras donde la conquista de una decena de metros suponía la muerte de cientos de hombres, y donde la insalubridad, la humedad y el frío de las trincheras causaban tantas bajas como las balas.

          Pero esa noche, en aquel sector del frente belga, con los hombres agotados, ateridos de frío y desmoralizados, sucedió algo extraordinario.

          Todo empezó cuando los "fritzs" comenzaron a adornar sus trincheras con pequeños árboles de Navidad iluminados con velas y lamparillas, e inmediatamente se pusieron a cantar villancicos acompañándose de armónicas y de acordeones. En frente de ellos, los "tommies", aunque en un principio pensaron que aquello era algún nuevo tipo de ardid bélico, se pusieron a entonar sus propios villancicos, y alguien de los regimientos de los "scottish" comenzó a acompañarlos con su gaita. Y los galeses, tan cantarines como siempre han sido, los siguieron con melodías navideñas de su tierra. Por un momento el enfrentamiento bélico dejó paso a una competición cantora, cual si fuera una precuela del futuro festival de Eurovisión, solo que con cánticos navideños en lugar de canciones pop, y en un plató de lodo, alambradas y trincheras. Hasta comenzaron a hacerse peticiones de un lado a otro de los parapetos. Y puede que fuera al sonar Noche de Paz, que, aunque cada cual la conocía en su propio idioma, todos recordaban su melodía universal, o quizá fue con algún otro villancico internacional, el caso es que al final todos se encontraron entonando la misma melodía, aunque en diferentes lenguas, en ambas trincheras, al tiempo que la acompañaban con gaitas, armónicas y acordeones, a uno y otro lado del frente.

          El recuerdo de los seres queridos y de otras Navidades pasadas al calor de la paz del hogar fue calando en aquellos hombres.

          Unos dicen que los primeros fueron un par de alemanes, otros que un inglés, el caso es que al amanecer de aquel día , un grupo de soldados desarmados salieron de ambas trincheras y se encontraron en medio de la tierra de nadie, estrechándose las manos, intercambiando chocolate y regalos, enseñándose unos a otros las fotos de las mujeres, las novias, los padres y los hijos y deseándose alegres ¡Feliz Navidad! Pero sobre todo descubriendo que, bajo los diferentes uniformes, había unos seres humanos tan sucios, tristes y cansados como ellos mismos.
"Qué maravilloso y qué extraño al mismo tiempo. Al fin de cuentas, debajo de los uniformes éramos todos iguales" 

          Y durante aquel día de Navidad de 1914 no se disparó una sola bala en aquel sector del frente. Los hasta hace unas horas enemigos que se tiroteaban, acuchillaban y mataban con saña, se ayudaron a enterrar a los muertos, rezaron juntos, se redescubrieron como semejantes, y si es cierta la leyenda, hasta jugaron un partido de futbol en aquel terreno de juego repleto de cascotes, agujeros de obuses y lodo ensangrentado.

          Al atardecer, cada uno volvió a su trinchera, a sus guardias de vigilancia y a su fusil. Y todo volvió a la “normalidad”.

          La noticia saltó a la prensa, y varios periódicos hasta publicaron fotografías del extraordinario acontecimiento. Pero eso no hizo ninguna gracia ni a los generales ni a los políticos de ambos bandos. Confraternizar con el enemigo era poco menos que traición. Al fin y al cabo la guerra no era un juego de niños, era un juego de generales. Y decidieron que había que depurar responsabilidades y se juraron a si mimos que una tregua así nunca volvería a producirse. Se realizaron investigaciones, se efectuaron consejos de guerra y castigos ejemplares, y los regimientos implicados fueron trasladados a las zonas más duras del frente. Y en los años posteriores, para evitar tentaciones, en la víspera de Navidad o de cualquier otra fecha señalada, se ordenaban bombardeos indiscriminados de la “tierra de nadie” para impedir que ningún soldado se atreviera a cruzarla con aviesas intenciones pacíficas.

          Han pasado más de 100 años de aquel maravilloso acontecimiento. Y desde entonces hasta ahora, sobre todo en las últimas décadas, se han vertido ríos de tinta sobre él, se han firmado múltiples artículos, se han escrito libros, se han realizado documentales y hasta se han filmado películas que hasta fueron candidatas al Óscar. Se han levantado monumentos, y se han hecho toda clase de homenajes. Literalmente lo hemos convertido en leyenda. Y eso es fundamentalmente así porque hoy en día desconocemos exactamente como sucedió, y hasta hay quien pone en duda que ocurriera. Si no fuera por las escasas fotografías que lograron conservarse, hoy nos parecería un suceso legendario, casi mítico.

          Después de aquel gesto de humanidad, de solidaridad y de esperanza, los poderes fácticos de la época hicieron todo lo posible porque nunca pudiera volver a repetirse y lo aplastaron con toda la fuerza de sus tacones. Y se esforzaron por confiscar cualquier prueba del incidente, y por censurar cualquier carta o documento que lo mencionara. Pues no hay nada tan subversivo como descubrir que el supuesto enemigo es tu igual.

          A pesar de los presuntos homenajes posteriores, los diferentes estamentos de poder siguen esforzándose, día a día, porque un acontecimiento similar no pueda volver a repetirse. No pueden consentir que los soldados de a pie, el pueblo llano, descubramos en el enemigo a un semejante, a un compañero, a un hermano. El enemigo debe de ser visto como un ser abyecto, o mejor aún, como un ser ridículamente inferior, porque cuanto más distinto y alejado lo percibamos de nosotros, cuanto más los deshumanicemos en nuestra mente, más fácilmente lo odiaremos, y con más alegría lo atacaremos sin cuestionárnoslo.

          Desgraciadamente los que dicen que aquel día "la Navidad venció a la guerra" están tristemente equivocados. Porque los herederos de aquellos políticos de la Gran Guerra van ganando. Y cada vez que hacemos un comentario despectivo de nuestros supuestos adversarios, cada vez que nos creemos superiores a los otros, cada vez que somos incapaces de ponernos en los zapatos de los demás, más nos alejamos de ser capaces de repetir aquel hermoso evento que sucedió en Ypres, el día de Navidad de 1914. Más nos alejamos de ser humanos.

Publicado por Balder

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