Si no te fías de tus propios
recuerdos, ¿de qué te puedes fiar?
No hay nada más angustioso
que sufrir una mente desnuda de sus recuerdos, de sus capacidades, y de su esencia misma.
Y esta es la angustia
que viven cada día todas las personas que sufren una demencia. Y la que padecen
todos aquellos que ven a sus seres queridos pasar por esta enfermedad. Sobre
todo si les toca el trago de ser los cuidadores de aquellos que les cuidaron.
Ver el deterioro y el consumo de las que antaño fueron mentes brillantes,
amables y queridas; ver el agotamiento de los cuerpos, huérfanos de su entendimiento,
entrando en barrena hacia la decrepitud y la decadencia, es un dolor solo
comprensible por aquellos que lo han tenido que soportar.
A veces pienso que la
Naturaleza nos mortifica haciéndonos perder nuestros recuerdos personales en
expiación por la lobotomía social que le hacemos a nuestra cultura, a nuestra sociedad
y a nuestros jóvenes. Que el Cosmos, o la Providencia debe de considerar
que si, al fin y al cabo, cada vez nos preocupamos menos por nuestra historia,
por nuestros acervo cultural y por nuestra esencia social, tampoco debería de
preocuparnos mucho el olvidar nuestros recuerdos personales, nuestra historia
vivida, y hasta nuestro propio ser.
Pero la mayor parte de
las veces pienso que eso no puede ser así. Porque nada puede ser tan cruel como
para desearle o hacerle eso a un ser humano. Porque no hay nada tan triste, tan
doloroso y tan atroz como el ir perdiendo, poco a poco, los recuerdos que apreciamos,
la memoria de las personas que amamos, y aún la remembranza de lo que fuimos y
de lo que somos. O quizá solo hay una cosa tan triste, tan dolorosa y tan
cruel, y es el ver como esto le sucede a quienes amamos. El ver su deterioro
diario, y el tener que atenderlos, protegerlos y cuidarlos, como ellos nos
cuidaron, hasta el punto de descuidar nuestra propia vida. El acabar siendo, día
tras día, esclavos de la responsabilidad y del amor. El sentir el dolor por el
ser querido, y al mismo tiempo el sentimiento de culpabilidad por desear que acabe
su sufrimiento, su dependencia y su vida.
No, no puedo creer que
haya nada ni nadie capaz de castigar a ningún ser humano con tamaña crueldad. Y
solo puedo esperar que algún día, a no mucho tardar, logremos atajar, curar y vencer
a esta epidemia mundial del siglo XXI, con Ciencia y con Conciencia social.
Así que dedicado a todas
las personas que lo han sufrido, lo sufren o lo sufrirán, bien sea en sus
propias carnes o en la de sus allegados, con todo mi respeto, con mis mejores
deseos y con mi más profunda solidaridad.
Si ellos ya no te
recuerdan, tú no les olvides.
No hay comentarios:
Publicar un comentario