domingo, 3 de junio de 2018

MEMORIAS DE UN MEDICO RURAL. PARTE 2

           Se hace tarde, que le vamos a hacer, a mí que soy lentita, siempre se me hace tarde. Queda el último domicilio del día, voy tranquila, con la tranquilidad del que sabe lo que va a encontrar, y vuelvo con esa melancolía un poco agridulce del que encuentra lo que esperaba, y lo que encuentra llena su corazón de respeto, amor y ternura.
           Vuelvo a adentrarme en el bosque que he cruzado en dirección contraria hace más de una hora. Muchas veces, en este camino un poco umbrío, rodeada de un silencio y una soledad que solo rompe el motor de mi coche, he pensado que soy como un astronauta que regresa a la tierra desde los confines del universo conocido y me descubro a mí misma repitiendo en alto el monólogo de Batty en el mítico final de Blade Runner (ojo spoiler):
           "Yo he visto cosas que vosotros jamás creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir".
           En momentos así me siento tan pequeña y sobrecogida por la belleza de este lugar como tiene que sentirse un astronauta flotando en medio de una nada llena de todo, rodeado de luces distantes que invitan a un infinito sin fronteras... más allá de mil puertas de Tannhauser.
           Pero otros días, como la belleza no está exenta de humor, pienso que el primer ser humano que se instaló aquí, a la fuerza huía de algo; no sé si de un dinosaurio, de la guardia civil o de sí mismo, pero que huir huía. El segundo ya no sé, quizá el perseguidor se adentró tras él en el bosque y ninguno de los dos pudo o quiso, volver a salir.
           Voy dándole vueltas a mis tonterías, a ratos astrales y a ratos terrenales, cuando el ya rebautizado como matimovil frena en seco a la salida de una curva, de verdad que no soy consciente de haber frenado yo... Llueve (no confundir con chove, hoy la lluvia es literal) y no me salgo en la curva porque el "chapa sueca" es un crack.
           En un badén sobre la carretera un leñador está asestándole el golpe de gracia a un frágil pino, los cortes iniciales y la posición de la cuña de madera parecen predecir con exactitud en qué dirección y con qué fuerza caerá. Pero esto es Galicia, aquí como bien sabemos todos, no solo los bosques hablan sino también los difuntos que los habitan en forma de postes telefónicos y de la luz o en forma de bandidos que andan buscando el Camiño de San Andrés. Aquí los queixumes de los pinos son tan erráticos y los mensajes que entre ellos se susurran tan místicos y misteriosos que no queda más remedio que en previsión de lo impredecible, se proceda a señalizar adecuadamente el riesgo que supone pasar en ese justo momento por ese justo lugar. Y ¿Qué podría haber que más alerte del inminente peligro de que un pino se derrumbe sobre tu cabeza y sea a la vez más disuasorio para intrépidos conductores dispuestos a pasar, que el tronco de un eucalipto atravesado sobre la calzada? Desde luego mis más de ocho apellidos gallegos (Maceira, Castiñeira, Cagiao, Coira, Cagiao otra vez- esta duplicidad explica ya algunas cosas- Leira... etc etc) y todo mi enxebre ADN se estremecieron de placer. De arrollar siempre es mejor arrollar un eucalipto que un ejemplar de bosque autóctono al que te unen miles de voces ancestrales y quién sabe si más aminoácidos de los que te crees. Y puestos a que nos estozolen, para mí, que soy más de monte que el pino que se derrumba ante mis ojos en la dirección adecuada y prevista, que quieres que te diga... dan mucho más prestigio un pino o un carballo, aunque te duelan infinitamente más en el corazón y aunque todos sus momentos se pierdan en el tiempo como lágrimas en la lluvia. También para los árboles es tiempo de morir.












Publicado por Farela

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