domingo, 29 de abril de 2018

Sobre agresiones y juicios

            Los acontecimientos de los últimos días en torno a la sentencia del juicio a “la manada” me han reabierto heridas que siempre he sabido que no tenía cicatrizadas. Como supongo que le habrá sucedido a otra mucha gente. Y me han hecho volver a reflexionar sobre temas y recuerdos que no me gusta rememorar, y con los que no me siento especialmente cómodo.
            Han pasado más de veinticinco años desde que tuve que atender, por primera vez, a una mujer, a una joven, que acudía a urgencias tras denunciar que había sufrido una agresión sexual. Y aun la recuerdo perfectamente. Recuerdo las lesiones, los hematomas, las excoriaciones, los arañazos y los mordiscos que cubrían su cuerpo y que tuve que inspeccionar para describir y transcribir en el parte de lesiones. Recuerdo perfectamente sus lágrimas, su desesperación y su indefensión mientras la exploraba.
            Recuerdo mi propia angustia. Angustia por el dolor de la mujer y de su familia. Angustia por el temor a que no me tomaran en serio en el juzgado por ser un profesional demasiado joven y todavía en formación. Angustia por el miedo a no haber hecho las actuaciones de la mejor forma posible por mi inexperiencia. Y sobre todo angustia por la sensación de que con el interrogatorio, con la exploración, y con la rememoración del hecho la estaba volviendo a agredir, a violar.
            Luego a lo largo de mi vida me ha tocado ver de todo. He visto mujeres en estado catatónico por lo que les acababa de acontecer. He atendido a jóvenes perplejas, desconcertadas y desvalidas, por no recordar nada de nada. He interrogado a pacientes psiquiátricas que relataban historias absurdas y demenciales. He explorado a niñas que, tras años de abusos repetidos, no entendían porque se les prestaba tanta atención. He examinado a menores en presencia de forenses borrachos. He asistido a prostitutas menospreciadas por jueces de guardia que presuponían que a una puta no se la puede violar. He discutido con profesionales que se negaban a atender a mujeres, supuestamente violentadas, porque consideraban que el proceso no entraba dentro de sus competencias. He visto a compañeros, a sanitarios, a forenses y a jueces que dudaban de la verosimilitud de las narraciones de las mujeres, prejuzgaban las declaraciones o que emitían sus propios juicios de valor ante los hechos relatados. Y siempre he tenido la sensación de que, a todas ellas, con todos esos hechos y actuaciones, no hacíamos más que seguirlas violentando, golpeando, y que les infringíamos nuevas lesiones y heridas, aunque no fueran en su cuerpo.
            Me alegro de no ser juez. No me gusta tener la responsabilidad de juzgar a nadie ni de decidir sobre el futuro de su vida. Bastante tengo ya con lo mío. Pero hace tiempo que he descubierto que en esto, como en tantas otras cosas, soy un “bicho raro”. A casi todo el mundo le gusta juzgar y sentenciar. Juzgar a las víctimas, a los agresores, a la prensa, a las familias y hasta a los jueces.
            A pesar de ello, en el caso de la sentencia de la manada, repasando el relato de los hechos, me sale del alma decir que a esa chica, encerrada en aquel cubículo, con esos cinco individuos que la rodean, que la desnudan y que le hacen de todo, la han agredido sexual, física y por supuesto que moralmente. Vamos que la han violado. Y por supuesto que hubo intimidación.
            Pero como digo, me alegro de no ser juez y de no haber estudiado para eso. Y me alegro de no tener que tomar una decisión sobre la vida de unos tipos, que por otra parte me parecen absolutamente despreciables. Porque, como digo, bastante tengo con lo que tengo.
            A estas alturas de mi vida, cada vez que me enfrento profesionalmente a una situación de este tipo, solo intento tratar lo mejor posible a mis pacientes; ser lo más atento, lo más amable, y hacer las cosas como deben hacerse y actuar de la forma en que mejor sé. Y trato de no juzgar a nadie, ni a los forenses, ni a los jueces, ni a los policías, ni por supuesto a las víctimas. Pero por encima de todo y con toda mi alma, me esfuerzo, hasta donde soy capaz, porque esas mujeres no se vuelvan a sentir violadas, una y otra vez. Aunque siempre me queda la duda y el resquemor de no conseguirlo. Así que ya tengo bastante con lo mío como para andar juzgando a nadie.




Publicado por Balder

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