domingo, 29 de abril de 2018

Chove


Chove.
         Horas después, sigue chovendo. Por fuera y por dentro. Hoy toca. ¡Qué le vamos a hacer!
         47 pacientes, 3 domicilios inaplazables (no recuerdo ya la última vez que hice uno programado, quizás aún era residente). Un día más o menos normal, pero hoy "chove". Desde las 6 de la mañana sigo de pie con dos cafés, tres galletas maría y una príncipe rellena de chocolate, gigante eso sí, que mis compas me cuidan un montón.
         Hoy ni siquiera puedo preguntar dudas por comunicator, ese chat fantástico de primaria que nos permite a los que trabajamos aislados contactar con otros animales del mismo pelaje laboral y palía un poco la perpetua sensación de desamparo que proporciona la soledad. Nada fuera de lo normal.

         Chove.
         Cuando era estudiante mis compañeras de piso me llamaban MatiGiver y hoy no me ha quedado más remedio que intentar hacerle honor al apodo para inmovilizar una fractura imposible; después de 30 minutos, varios paquetes de vendas, un cabestrillo, 7 envases de gasas y la paciencia del afecto y su familia agotados, quedó patente que todos tenemos un pasado y que ninguno somos lo que éramos.
         Salgo a los domicilios distribuidos como un perfecto triángulo sobre el google maps. Son las 14: 08. No sé por dónde empezar, hago un filtro rapidito y decido comenzar por el que tiene más posibilidades de acabar en el hospital aunque eso me suponga dar luego marcha atrás.

         Chove.
         Primer domicilio, como sospechaba respirando por branquias y no solo por la humedad ambiental, en ambulancia camino del hospital.

         Chove.
         Salgo del segundo domicilio, estoy obligada a bajar a dar la vuelta hasta la playa de Mazorgan. La sorpresa me espera al final, la marea alta y la fuerte riada que baja desde el monte me obligan a plantearme como primera opción girar metiendo las ruedas en la arena y el morro del coche casi en el agua. Aunque mi coche es negro y estupendo mi reciente encuentro con MacGiver me ha golpeado fuertemente contra el duro suelo de la verdad: no queda nada de Batman en mí. Sopeso detenidamente la segunda opción, de culo y cuesta arriba unos 700 metros. Estoy cansada y necesito las neuronas no motoras para valorar al paciente del tercer domicilio. Me meto en la arena sin pensar. Afortunadamente el mecánico que me cambió las ruedas la última vez algo raro vio en mí y robó las del batmovil para ponérselas a mi coche. No hay testimonio gráfico de la espectacular marea... estaba tan textualmente acongojada por mi falta de sentido común y por la asombrosa capacidad de mis ruedas "polivalentes" que, cosa rara en mí, ni pensé en la foto.

         Chove.
         Debería haberlo previsto por la localización del tercer domicilio en las inmediaciones de varios molinos. El rio aun no sobrepasa el puente pero ya invade los dos lados de la carretera. Puedo dar la vuelta y entrar desde lo alto, supone unos 35-40 minutos más de camino. Se me agotan las neuronas, incluso las motoras y entro en relé. Si he salido de la playa... sin pensar en mis riesgos ni los del coche (conmigo no pasa nada, el sergas me paga por buena; lo del coche es otra cosa, a ver como convenzo a los del seguro de que no lo uso para trabajar aunque el accidente sea laboral) cruzo la riada antes de recobrar el sentido común y sobre todo antes de que la cosa vaya a más. El Matimovil es la pera.

         Chove.
         Salgo del domicilio a las 15:35. Me queda una hora para llegar a casa y comer. Continuidad asistencial. Nadie me lo va a pagar ni en tiempo ni en dinero, es más, posiblemente me cutreen las horas de formación o cuando acompañe a un familiar al médico. Desde luego que no se me ocurra enfermar y si lo hago que sea siempre con cura rapidita y en las fechas que les vengan bien a ellos... y sino al inspector que vas.
         Aporto testimonio gráfico que incluye bache del 99% en la única vía de salida disponible, que luego dicen que una se lo inventa todo y se angustia con nada.

         Chove.
         El limpia sigue machacando mi migraña de cuatro días. Igual son esas noches de insomnio provocado por los sofocos, la sinusitis, el estrés... o que se yo... igual es solo que soy cortita y mal médico y no doy para más.
         Por el camino rezo para no encontrarme un accidente y tener que parar, 60 km de curvas ya me han sorprendido alguna vez. Odio subir a la ambulancia y dejar mi coche tirado en un arcén, pero ya lo he hecho, aún recuerdo que en una ocasión un guardia civil se ofreció a traérmelo hasta el hospital para que no tuviese que volver a por él. Acepté encantada, mis recetas de estupefacientes nunca conocieron mejor custodia. También lloro por el camino, es un sano ejercicio que hago todos los días, a casa hay que llegar llorado del trabajo; cuando ves cerca de 50 pacientes al día o eres un tonto inconsciente o tienes la dolorosa certeza de haberte equivocado con más de uno y más de dos. Solo queda esperar que no sea grave, que te venga a la cabeza a tiempo el error y que tenga solución.

         Chove.
         Me pregunto si todo esto merece la pena y hoy me digo a mi misma totalmente convencida, que no. Mi hija ha venido por una semana y hoy tampoco comeré con ella, soy la única hija de unos padres de más de 80 años a los que tampoco visitaré esta tarde porque después de comerme un bocadillo frío caeré en estado semicomatoso en cualquier lugar, mi marido vive conmigo una recreación de Apocalipsis Z, o como se llame, hace meses que no me siento a tomar un café con mis amigas y años que no callejeo sin rumbo. Pensar en todos ellos es lo único que me despeja la cabeza cuando el cansancio hace que estampar el coche contra cualquier árbol del camino se vuelve demasiado tentador. Hoy también he perdido la consulta del fisio que me veía de favor y no sabe cuándo tendrá otro hueco para mis devastadas columna y rodilla cuyos males agrava considerablemente conducir dos horas y media cada día.

         Chove.
         Me miro en el espejo retrovisor, por la mañana no me he podido maquillar, arrugas, ojeras profundas, la cara y los ojos rojos de tanto frotar, dos dedos de raíces tecnicolor. ¿Cuándo fui a la peluquería la última vez? ¿Y qué porras me hicieron aprovechando mi falta de energía para protestar?


         Chove.
         Hoy confieso que no quiero ser una Khalesi, hoy quiero ser una de esas princesas que se pasan dormidas en un plácido sueño vacío de pesadillas todo el cuento para acabar despertando en los brazos del príncipe azul que la libera de su encantamiento (¡ja!) con un apasionado beso de amor.

         Chove.
         Ya lo dije al principio. Hoy toca. Pero se me pasará. Siempre se me pasa, porque soy una floja emocional, y todo me parecerá que merece la pena cuando la migraña se diluya después de una noche de sueño reparador y recuerde esas sonrisas que hoy me han regalado mis dos pacientes de 100 años, o esa tableta de chocolate favorito de su nieto que alguien deslizó casi clandestinamente sobre mi mesa "para el café doctora que hoy tienes cara de no poder más", o la carita del bebe que hoy me han traído sus recién estrenados papas para que lo conozca (que anda que no nos dio guerra la hipertensión de mama)... y a mi estas cosas me emocionan y me ponen, como a otros colocar un tubo de tórax o desfibrilar. Pero sobre todo porque a pesar de lo mal que los cuido, aunque no comí con ella mi hija me abrazó al llegar de su charla, mi madre nunca olvida llamarme por teléfono de camino a casa para preguntarme por donde voy, mis amigos siguen contestando el teléfono cuando los llamo y estoy segura de que ahora mismo que ya no quiero seguir siendo rana, voy a recibir un estupendísimo beso de príncipe azul que me despertará de la pesadilla de hoy.

         Parece que Escampa.



Publicado por Farela.


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