Ya en el siglo V a. C., pero sobre todo a partir del año 1449 de nuestra era, los chinos levantaron la enorme y gigantesca Gran Muralla para defenderse de los invasores del norte.
En el siglo II d. C., el imperio Romano construyó una barrera fortificada desde Britania y el Mar del Norte hasta el Mar Negro, para proteger sus fronteras y con ello la paz y el bienestar de sus ciudadanos.
Y antes y después de ambos eventos, la mayoría de las sociedades humanas han intentado construir diferentes murallas con las que defenderse de todo tipo de invasores y de catástrofes, y con las que mantener a sus pueblos y civilizaciones a salvo.
Pero esas murallas siempre han necesitado personas que las defendieran y mantuvieran. Eran los defensores del muro.
Y hoy en día nuestra sociedad también tiene sus propios defensores del muro. Hombres y mujeres que, tanto desde fuera, como desde dentro, intentan que todos los ciudadanos mantengamos nuestras libertades, nuestro confort y nuestra seguridad, nuestro estado del bienestar al fin, y que, con ello, podamos vivir en paz. Aunque muchos de nosotros lo ignoremos e incluso los despreciemos.
Hombres y mujeres que, con escasos recursos y efectivos, con medios inadecuados, con el abandono de sus dirigentes, y con la indiferencia de casi toda la población a la que protegen, intentan defender las murallas.
Y da igual que lo hagan con lanchas obsoletas en el mar, con turnos de trabajo o de guardia excesivos, con medios de transporte con el gasoil racionado, con las plantillas recortadas o incompletas, o con armamento y herramientas inadecuadas e insuficientes; da igual que realicen rescates arriesgados sin anteponer su propia seguridad; da igual que tengan que controlar el orden público, aunque sea en inferioridad numérica y de recursos, siempre que son requeridos, o por el contrario, que no les dejen actuar cuando ellos sienten que deberían hacerlo; y da igual que lo hagan defendiendo fronteras lejanas, discutidas y discutibles. Y da igual que en muchos casos no dispongan ni siquiera del apoyo social, ni legal, ni judicial necesario, y sin que ninguno de los políticos de turno, ni la mayoría de la sociedad a la que salvaguardan, estén dispuestos a dar la cara por ellos, por muy aciaga que sea su situación. Y da igual incluso que lo hagan, en muchos casos, arriesgándose a que los criminalicen o los pongan a los pies de los caballos cuando las cosas se tuerzan, que, sin medios ni apoyo y desbordados, las cosas siempre se tuercen o se ponen mal dadas.
Y todo esto da igual porque lo hacen por conceptos tan desfasados como son la responsabilidad, la lealtad, el deber, o incluso el honor. Aunque muy pocos, aparte de ellos mismos, sepan ya lo que significan.
Luego, cuando las murallas son desbordadas por mareas humanas, o de lava, o de fuego, o de agua, o por un ejército invasor, y nuestros defensores pagan con su salud, o con algo más, el haber intentado defenderlas, siempre habrá un gesto triste en el rictus del periodista de turno cuando comunique la caída de alguno de ellos en acto de servicio, en una nota a pie de página.
Y nosotros aquí seguimos, viviendo como si todo fuera eterno, como si la paz, la libertad y el bienestar de los que disfrutamos fueran gratis y de balde, y no costaran nada.
Y mientras, ahí afuera, los malos apandadores, los traficantes, los talibanes de turno, la naturaleza salvaje, o los aqueos de hermosas grebas, miran ansiosos nuestras murallas y a los hombres y mujeres que las defienden y a sus escasos medios y apoyos, mientras planifican como asaltarlas, bien sea por la fuerza o envueltos en falsos regalos o en caballos de madera.
Dedicado a Ricardo y a todos sus compañeros de misión, recién llegados a casa, tras seis meses defendiendo el Muro.
Publicado por Balder.
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