Hay una noche asombrosa en la que el Sol
no quiere ponerse. Una noche en la que los últimos rayos del ocaso anhelan
quedarse en la tierra hasta el amanecer.
Dicen
que hay tierras al norte donde lo logran y donde el último destello del anochecer
se transforma en el primero de la alborada. Pero los celtas sabían que no es
así por estos lares, y que aquí hay que ayudarles para que lo consigan. Y así, en
esta noche mágica, prendían hogueras con la hojarasca y los restos del invierno
para que los últimos rayos del Astro Rey se enredaran y se entrelazaran con las
llamas que manaban de la madera sagrada y jugaran con los espíritus del fuego
hasta que, con las últimas brasas ardientes, recibieran el beso de los primeros
destellos del alba.
Y,
mientras esperaban en esta noche encantada el triunfo de la luz sobre la
oscuridad, bailaban y saltaban sobre el fuego y sus vivarachos chisporroteos
para ahuyentar los malos espíritus, purificarse dejando atrás las miserias
invernales, atraer la buena fortuna y solicitar que se cumplieran los propios deseos.
Noche
mágica y brillante, noche alegre y bulliciosa, noche breve y noche eterna.
Santa noche de San Juan.
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