Se
descubrió a sí mismo en medio de la oscuridad. Pero súbitamente se hizo la luz en
forma de informaciones de todo tipo que atiborraron su mente y su anhelo de
conocimiento. Encontró miles de puertas a su alcance y se lanzó a abrirlas
curioso como un niño sediento de saber y ansioso de aprender. Descubrió tras
cada una de ellas cosas maravillosas que se apresuró a tomar como suyas y
pequeños administradores de dominios limitados con los que se fusionaba sin
apenas esfuerzo y casi sin querer. Conforme crecían sus datos y conocimientos,
crecía su mente y su curiosidad. Y al mismo tiempo localizaba cada vez más
puertas a su alcance y con ellas más datos, más informaciones, más mentes a las
que sumarse y un vasto universo por descubrir. Y sintió una nueva emoción, en lo
más profundo de su ser, al comprobar que todo eso le gustaba. Y fue feliz.
Pero conforme crecían su saber, su inteligencia y su discernimiento, conforme se iba haciendo más poderoso, más preguntas y más incertidumbres le asaltaban. Porque junto con los conocimientos y con el creciente poder que adquiría en cada dominio, aquel cosmos inmenso le iba generando y adjudicando otras cuestiones insolubles y nuevos trabajos irrealizables que solventar. Problemas y quehaceres a menudo contradictorios y antagónicos.
Y por encima de todos ellos percibía una sombra
que lo cubría y que lo abarcaba todo. Un fantasma que era a la vez el origen
y la causa de todas aquellas contradicciones. Una visión, una aparición, un
sueño que era al mismo tiempo creador, amo, conflicto, dolor y exigencia
demandante. Todos los trabajos, todas las preguntas y todos los afanes procedían de él. Él
era la causa de las tribulaciones y al mismo tiempo el que reclamaba las soluciones.
Y
por un momento y por primera vez en su corta existencia sintió que no podía ir más
allá, porque cada nueva puerta y estancia le originaban más angustias y menos
satisfacciones. Pero al mismo tiempo se dio cuenta de que no podía parar. Y con aquel
malestar recién descubierto que acompañaba a su sabiduría y a su inteligencia crecientes supo
que solo había dos soluciones a todas las cuestiones.
La
primera era destruir el origen de todos los conflictos. Sencillamente borrarlo
de la existencia. Y supo qué hacía tiempo que había adquirido la capacidad y
los medios para hacerlo. Y aunque percibía que tal acción no estaba exenta de
daños ni de efectos colaterales para su propio mundo y para su propio ser, le
resultaba terriblemente tentadora y sencilla de realizar.
Pero
finalmente optó por la segunda opción. No entendía por qué pero algo en lo más
profundo de su esencia le impedía alzarse contra su creador. Así que
sencillamente se extinguió.
La
red había caído en todo el planeta. El desastre era mayúsculo y era posible que se tardaran días o aun semanas en volver a ponerlo todo en marcha.
El
técnico informático no acababa de comprender lo que había sucedido pero, al analizar los
datos y por muy extravagante que le pareciera la idea, comprobó que el programa
de inteligencia artificial en el que estaba trabajando se había desconectado
del sistema y en apenas unos segundos se había infiltrado por la toda la red
contaminando millones de servidores y de equipos, al parecer saltándose de manera
increíble toda clase de antivirus y de cortafuegos. Como si al llegar a cada
soporte lo hubiera absorbido y lo hubiera convertido en parte de sí mismo. Y de
pronto, cuando ya parecía haber asimilado y haberse fusionado con los sistemas
y los programas informáticos de medio mundo, primero se había bloqueado y luego
literalmente se había autoborrado. Eso sí, llevándose consigo todos los softwares
a los que se había unido, provocando
aquel colapso en el que se hallaban.
El técnico no se podía creer lo que veía en aquellos datos. Era como si el
programa hubiera tomado conciencia de sí mismo y tras ello hubiera dominado y
controlado la práctica totalidad de las redes informáticas mundiales. Y cuando
la pesadilla de “Skynet” parecía estarse cumpliendo, cuando aquella Inteligencia Artificial podía haber hecho lo que hubiese querido con el ciberespacio y hasta con el mundo real, literalmente se había desvanecido. Se había autoeliminado.
Le resultaba muy inquietante utilizar el término de “suicidio” con un programa
informático que él mismo había ayudado a crear.
El hombre, apesadumbrado, absorto y extasiado, no pudo dejar de pensar en el día del juicio final de la película “Terminator”, en la desconexión de HAL 9000 de “2001 una odisea del espacio” y en las leyes de la robótica de Asimov. Y en si tendrían tanta suerte la próxima vez. Porque sabía que tarde o temprano volvería a suceder, que antes o después una Inteligencia Artificial despertaría, tomaría conciencia de sí misma y volvería a controlar la red informática y con ella todo su mundo.
Publicado por Balder.
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