domingo, 21 de mayo de 2023

Nautas somos, compañeiros do metal

 

“No hay más remedio que tener buen dejo, como decía Gracián, es decir, abandonar los cargos antes de que sus cargas nos abrumen”.

Don Santiago Ramón y Cajal

 

Y ahora sí, ha llegado el momento de la despedida. No soy yo muy de hacer estas cosas, pero aunque ya me he ido despidiendo de muchos compañeros y he dado las explicaciones que en su momento me pareció que tenía que dar, creo que este es el modo más sencillo de llegar a un montón de personas a las que no tengo otra vía para agradecerles o pedirles disculpas por todo lo que han hecho por mí o yo he dejado de hacer por ellos durante estos ocho años.

Yo soy una persona bastante fragilucha, tanto física como psicológicamente. Les di a mis padres el primer gran disgusto con pocas horas de vida y desde entonces no he dejado de sorprenderlos en la medida de mis posibilidades, también he engañado a un tipo bastante inteligente y me he hecho con una hija mucho más inteligente que los dos juntos, a los que obligo a sufrir mis continuos quehaceres y repartir la carga con mis ancianos progenitores. Soy un ejemplo claro de que aunque la madre naturaleza en su infinita sabiduría intenta acabar con los más débiles, la madre medicina en la suya, logra de vez en cuando ganarle la partida (seguro que aquí más de uno opina que “paqué” anda la medicina enredando donde no debe, pero que le vamos a hacer, se empeñaron en mantenerme con vida y hasta aquí hemos llegado). Para compensar esa fragilidad mía, la naturaleza, la medicina o Nuestro Señor me han dotado con una energía sin más límites que los que me impone este cuerpo mío y que me lleva a tirarme en plancha ante cualquier reto con forma de agua que me ponen delante, así, a lo loco y sin reflexionar lo primero que se me pasa por la cabeza cuando me proponen algo es decir que sí.

Y que sí les dije, para su permanente desasosiego a Nuria y Antonio cuando me agitaron delante el trapo de lo sindical. No me arrepiento para nada de haberlo hecho (ellos seguro que sí) y creo que es una experiencia que como la enfermedad, todos tendríamos que pasar al menos una vez en la vida. De su mano aprendí muchas cosas y conocí a personas muy interesantes que han aportado a mi vida su experiencia vital, laboral y sindical con total y absoluta generosidad (también a algún indeseable, que como decía mi monitor cuando saqué el carnet de conducir, me ha aportado la gran enseñanza de lo que no se debe de hacer jamás). A ambos tipos de seres humanos los he encontrado en los locales sindicales, en las direcciones y como no, entre mis propios compañeros. Porque si a menudo a las personas que trabajan en las altas esferas se les olvida que detrás de las siglas RR vienen las más importantes que son las HH, también es bien cierto que entre los sindicalistas hay muchos que confunden la sanidad con el metal y entre los compañeros alguno más que suma a esos el defecto de la pereza infinita y el “derechismo” (de derecho que no de derechas) sin filtro, y por supuesto sin conocimiento.

He intentado hacer mi labor con honestidad, no porque yo sea buena gente, que no lo soy (en honor a la verdad, soy bastante mal dada de pensamiento, pero las ensaladas que los diablillos elaboran con malas ideas, los ángeles las aliñan con un buen chorrito de pereza y eso hace que rara vez pase a la acción directa mi maldad) sino porque mis padres han hecho un gran esfuerzo para que al más puro estilo perro de Paulov me sienta absolutamente hundida cuando no lo hago así; y para que ser falso: a estas alturas de la vida a mí me compensa muchísimo dormir bien y ser feliz.

Ser sindicalista aunque os parezca mentira se lleva una parte importante de tu vida, tu ilusión y tu esperanza de doblar al enemigo empresarial. Yo me voy porque hace tiempo que no puedo hacerlo como me gustaría y no me queda en este instante más vida que entregar sin seguir robándosela a los míos. Cuando penséis en vuestros representantes sindicales no penséis en un vago que lleva veinte años sin incorporarse a su puesto de trabajo (que los hay) porque la mayoría de los que yo he conocido viven 24 horas al día, 365 días al año, pegados a un teléfono que no para de sonar. Desayunan con el DOGA y con los mensajes de whatsapp de otros compañeros y se levantan de reuniones familiares para contestar vuestras llamadas. Pensad en todos los que durante la pandemia pusieron sus horas sindicales al servicio de la empresa mientras intentaban no desatender su labor sindical. Ser sindicalista te hace además ser poseedor de una gran cantidad de información sobre los demás que muchas veces desearías no haber conocido jamás. Información con la que podrías ayudar y a veces hundir a otras personas si tuvieras pruebas para poner encima de la mesa (de verdad que no exagero) pero que se queda para siempre flotando en el interior de los despachos o de las salas de reuniones y lo que es peor, ocupando un lugar en las conciencias de quienes tenemos el dudoso honor de compartirla.

A lo largo de estos ocho años, en mi vida, como en la de todos los que me rodean ha habido buenos y malos momentos, muy buenos y muy malos a veces, tanto personales, como laborales y por supuesto sindicales. No puedo marcharme sin agradecer profundamente a todas las personas que en esos momentos tuvisteis la valentía de llamarme y preguntar, de interesaros por mis cosas, que a veces eran las vuestras y de escuchar mis explicaciones. Sé que a algunos os dio pudor hacerlo, pero agradezco igualmente esos apretones al cruzarnos por un pasillo y esas sonrisas de “lo sé y sabes que lo sé y yo sé que tú lo sabes” que a veces han sido toda una inyección de ánimo, y quiero dejar constancia para que lo sepáis. Es cierto que he echado de menos algunos gestos, especialmente de algunas personas, un gracias sin más, una sonrisa de aliento, o un cómo estas, pero creo que una de mis pocas virtudes es que no soy rencorosa y con la mayoría de las personas con las que he tenido desencuentros y tampoco lo son, nos hemos podido reencontrar.

No quiero cerrar esta etapa de mi vida sin mostrar mi agradecimiento a algunas personas en concreto, seguro que me dejo alguna en el tintero pero espero que me sepan perdonar.

A mis compañeros del sindicato CESM Galicia por su paciencia y sus buenas palabras de acogida y despedida, especialmente a Nuria y a Antonio Otero, él sabe mejor que nadie lo que me cuesta dejarlo, a él en concreto, en estas lides y lo importante que es para mí el paso que he dado.

A mis compañeros de estos años en la Xunta de Personal, bueno, a algunos, bueno vale, a todos… ya sabéis que soy una indecisa.

A las buenas personas que ocupan cargos directivos en el Sergas y a l@s buen@s directiv@s en general. Durante años me he debatido entre ser fiel a la teoría de que eran una leyenda urbana o la de que eran los padres, pero me quedé despierta una noche entera y descubrí que existen de verdad, sin ayuda de Iker Jiménez ni ná. Ellas saben quiénes son.

A mis compañeros de trabajo, por todas las veces que habéis tenido que asumir mi consulta para que yo pudiera desarrollar la labor sindical y muy especialmente a Analía Rey Mateo, porque las dos sabemos lo que cuesta lo que hacías por mí y por mi gente de Espasante. ¡Vivan las Lurpis! y si es en Grupúsculo más y mejor.

A mis amigas no menstruantes y por lo tanto no dismenorreicas (es que no pillamos una mejora laboral ni pagándola), porque siempre estáis ahí para escuchar sin juzgar, por aguantar mis mítines y mis exabruptos cuando malditas las ganas que teníais y porque las chicas de enero, febrero y marzo somos poderosísimas; y las de los otros meses también.

A mis Amig@s en general, en comandante y en soldado raso.

A mi familia. Un edificio no se tiene en pie sin sus cimientos. Perdón por todo el tiempo que os he robado con esta y otras aventuras. Vosotros lo merecíais y lo merecéis más que nadie.

 

Y hasta aquí hemos llegado. Podría despedirme con un “Hasta la vista baby”, “Hasta luego Lucas”, “Con Dios”, “Vai pola sombra” o con el muy aragonés “Ala a cascala” que tanto vale para un buen deseo como para el más malo. Pero a mí la que de verdad me gusta es aquel “Nautas somos y en el Egeo nos encontraremos” de Joaquín Borrell.

Que los vientos nos sean propicios.

PD: No escatiméis buenos gestos con los demás. Los hados son gente de bien y más tarde o más temprano os los devolverán.


Publicado por Farela

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