Cometió tres pecados imperdonables, fue anarquista,
mujer y lesbiana. Y aun encima poeta. Casi nada. Quizá por ello hoy en día casi
nadie la recuerda. O a casi nadie le interesa recordarla.
Fue dirigente política, una de las creadoras del grupo
“Mujeres Libres” y no aparece en los libros de historia política; fue una
adelantada, incluso dentro de la izquierda, en la lucha por la igualdad de las
mujeres, y apenas consta en ningún libro de feminismo; fue poeta, una de las
figuras más destacadas del ultraísmo y no figura en ningún libro de antología
poética.
Pero quizá la causa de todo eso es que, desengañada,
acabó abandonándolo todo y difuminándose en el triste anonimato del exilio
interior, en Valencia, junto a su pareja de toda la vida, los últimos treinta
años de su vida, renunciando a todo menos a la poesía. Pero es que además y
tristemente se han perdido una gran parte de los poemas de esa última época de
su vida. Y a pesar de que acabó ganándose la vida retocando fotografías, parece que ella misma quiso borrar las
huellas de su paso por el mundo, y apenas se conservan imágenes de su
existencia. Es como si la vida, la historia y hasta ella misma, hubieran
querido condenarla a una suerte de damnatio memoriae.
Nació en 1895 en el seno de una familia humilde en
Madrid. Y desde muy joven, al tiempo que cuidaba de su padre y de su hermana
menor, estudió en la escuela pública y luego simultaneó el trabajo de
telefonista con los estudios de pintura en la Academia de Bellas Artes de San
Fernando. Y, al mismo tiempo, comenzó a publicar poemas en diferentes revistas,
donde combinaba el estilo modernista con la erótica y el deseo homosexual
femenino, bajo el seudónimo de Luciano de San-Saor. Pero su evolución poética
la llevo a formar parte del recién nacido movimiento ultraísta, corriente
vanguardista literaria de principios del siglo XX, del cual es fundadora y una
de sus principales representantes, aunque haya antologías del ultraísmo que ni
la mencionan.
A partir de los años veinte aparta a un lado su
actividad poética, sin abandonarla totalmente, para volcarse en su actividad
política como militante anarquista. Y desde ahí luchar especialmente por la
libertad y la igualdad de la mujer.
Lo hace con sus publicaciones en diferentes revistas
como Tierra y Libertad, La Revista Blanco y Solidaridad Obrera, donde
manifiesta su lucha feminista, aunque a ella le gustaba más el término
“humanismo integral”. Y lo hace aun en contra de los dirigentes de la CNT y de
la FAI, incluida Federica Montseny, que en algunos casos llegan a
descalificarla. Pues en todas partes, incluido en los grupos libertarios,
cuecen habas, y siempre ha habido quien incluso defendiendo las libertades del
pueblo, dejaban a las mujeres en casa, sin considerarlas nada más que madres de
sus hijos. Pero ella defiende que en los hogares anarquistas también predominan
las ideas patriarcales, y que había que reformar sus casas y conseguir la
igualdad de las mujeres en sus hogares antes que en la sociedad. Y rechaza un
planteamiento feminista que se reduzca a una lucha contra el hombre. Defiende
la importancia de la mujer como persona sin más, y que la mujer debe de ser
mujer ante todo y nunca renunciar a ello.
En 1936, junto con Amparo Poch y Mercedes Comaposada
funda el movimiento y la revista Mujeres Libres, que en apenas unos meses ya
contaba con más de 20000 afiliadas. Sus objetivos eran formar a las mujeres, y
lograr su emancipación económica, social e intelectual. Y así organizan cursos
de mecánica o conducción para capacitar a las obreras para un nuevo oficio,
ofrecían charlas de puericultura para las madres y les daban nociones de
sexualidad.
Además ponen en marcha “Liberatorios de prostitución”,
pues consideran que las prostitutas eran mujeres que se habían visto
obligadas a ejercer ese oficio por falta de recursos económicos. Y para sacarlas
de la pobreza las formaban en otras profesiones donde pudieran ganarse la vida.
Y también debatieron sobre temas que aún hoy en día
siguen sin resolverse, como la igualdad salarial, la coeducación, el reparto de
tareas o la libertad sexual.
Pero llegó la guerra civil, y como un vendaval arrasó
con todo, y en 1938 y tras 14 números, la revista y la organización dejaron de
existir, y sus afiliadas fueron dispersadas al viento, hacia el exilio, el
silencio o la represión.
Se exilia con su compañera en Francia en 1939, pero en
1941 vuelven a España, huyendo de los nazis, y mientras escribe:
“En círculos cerrados enloqueces
buscando una salida a tu camino,
pero toda salida es ilusoria
porque en verdad la vida es una noria
rondando sobre un eje de destino.”
Se instalan inicialmente en Madrid, donde intenta reconstruir
el movimiento de Mujeres Libres, pero temerosa de haber sido reconocida acaban
trasladándose a Valencia, donde vivían los familiares de su pareja, y ahí se
recluyen en un anonimato sepulcral, abandonando la militancia anarquista y las
actividades periodísticas, y retornando a la poesía, mientras se ganan la vida,
ella retocando fotografías y pintando cuadros por encargo, y su compañera
trabajando en un consulado. Y pagan así, con su silencio y con el olvido, la
derrota absoluta de las utopías ácratas. Y su sentimiento de derrota lo
manifiesta en versos como este:
“Has jugado y perdiste: eso es la vida.
El ganar o perder no importa nada
lo que importa es poner en la jugada
una fe jubilosa y encendida”.
Como nunca le gustó la publicidad, nadie más la
reconoce, y solo sabe su verdadera identidad el pintor y amigo Pedro de
Valencia. Y van pasando los años, y las dos mujeres van envejeciendo juntas.
Pero el destino, cruel e inmisericorde, no la quiere
abandonar y la mayor parte de su producción poética de esa época ha
desaparecido, pues enviaba sus poemas a una revista sudamericana, para intentar
que se los publicaran, pero ni lo hicieron ni se los devolvieron, con lo que se
perdieron.
Y cuando le diagnosticaron un cáncer de mama, comienza una angustiosa y definitiva cuenta atrás, en la que a pesar de sus ideas anarquistas, dialoga en sus poemas, día a día, con Dios, unas veces invocándolo y otras recriminándolo.
Y así podemos leer:
“Quiero creer en Dios, quiero creer,
no me enturbiéis la fe que voy buscando.”
Pero también:
“¿He de creer en ese Dios absurdo
ese Dios que hizo al hombre contrahecho
exigiendo lo recto por lo zurdo?”
Finalmente fallece el dos de junio de 1970, tras
concluir su último soneto:
“Quiero serenidad me dije un día,
quiero serenidad para morirme.
Yo que afronté la vida sin rendirme
aceptaré la muerte sin porfía.
No quiero que me gane la impaciencia,
que este absurdo esperar sin esperanza
no se me haga tortura a semejanza
de un turbio agonizar de la conciencia.
Para pasar el ecuador temido
quiero mi rebeldía sosegada
y el ímpetu domado y contenido
que si a morir he de rendirme
no he de ser con la muerte porfiada.
Quiero serenidad para morirme.”
Su compañera de siempre, América Barroso, hizo grabar
sobre su tumba este otro verso: “Pero... ¿es verdad que la esperanza ha
muerto?”
Se llamaba Lucía Sánchez Saornil, la que comparando su
destino con el de la Victoria de Samotracia, escribió:
“Perderé como tú si se da el caso
la cabeza pero nunca las alas.”
Publicado por Balder
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