Personalmente
creo que después de la Ilíada y de la Odisea el resto de las obras literarias son
plagios.
Ya sé que decir eso es
una exageración, pero es que en estas dos obras de la literatura clásica ya
están, al menos esbozados, todos los grandes temas de la literatura universal.
Por supuesto
que están la cólera, la ira y la venganza, pero también el nepotismo y el abuso
de poder, la codicia y la generosidad, la cobardía y el heroísmo, la lealtad y
la traición, el amor y los celos, el honor y felonía, el destino y la voluntad,
el cumplimiento del deber y el deseo de regresar al hogar. Todos aparecen
bosquejados o totalmente desarrollados en estas dos obras del genial poeta
ciego. Y con ello se han convertido en fuente de inspiración de todas las que
vinieron después, en mayor o menor medida. Cuando no directamente en base,
esquema o estructura de su argumento.
Desde la
Eneida de Virgilio y el Ulises de Joyce, hasta la película O´Brother de los
hermanos Coen, pasando por cómics, dibujos animados, novelas, películas, series
y hasta musicales, han sido infinidad las obras que confiesan abiertamente estar inspiradas o ser
adaptaciones más o menos libres de los textos originales de la Ilíada, de la
Odisea o de ambas.
Así que no
está de más volver a los clásicos para beber de la fuente original.
Pero es que
además hay dos fragmentos, en concreto en la Ilíada, que cada vez que los vuelvo
a leer me subyugan, me impresionan y me conmueven por su eterna actualidad y
por su tremenda humanidad.
El primero,
es el último canto de la Ilíada, el número XXIV. En este pasaje podemos leer como un
anciano, al que la guerra le ha arrebatado la vida de casi todos sus hijos, se
dirige a la tienda del asesino de su primogénito para suplicarle que le
devuelva el cadáver de su vástago y así poder llorarlo, honrarlo con las
pompas fúnebres que su tradición le dicta, y sepultarlo. Porque todos necesitamos
enterrar y llorar a nuestros deudos, y sentir que los dejamos descansar en paz.
Y así, el
dolor de un padre ante la muerte de un hijo, pero también el ansia de poder
despedirnos de nuestros familiares como es debido, el dolor por la muerte de los
nuestros, el duelo, todo eso se descubre en este pasaje del que han bebido
innumerables autores posteriores para describir escenas similares.
El otro
fragmento es la despedida de Héctor de su mujer Andrómaca y de su hijo,
consciente de que va a una muerte casi segura, pero sabiendo que debe hacerlo.
Y esa
escena, en la que alguien que es consciente de que va a mirar a la Parca cara a cara, se despide de
su pareja y de su hijo, además de ser extremadamente humana y tristemente
bella, es el paradigma de la lucha por la vida y por la defensa de los nuestros, y es aterradoramente atemporal.
A lo largo de la historia la humanidad ha visto innumerables veces, con rostros y nombres distintos, representar la misma escena a los mismos seres humanos, porque siempre son los mismos. Ha visto a personas valientes que van a enfrentares a guerras, a catástrofes, a incendios o a pandemias, no por la gloria, el honor o la fortuna, sino tan solo por la lealtad y por el sentido del deber hacia los suyos, a los que tienen que dejar para así poder protegerlos y cuidarlos. Y que se despiden de ellos sin saber si podrán volver a abrazarlos nunca más. Y aunque lo hacen con otras frases y en otras lenguas, siempre repiten, una y otra vez, la misma escena, la del canto VI de la Ilíada de Homero. Ya saben, la que cuenta lo de Héctor, el del tremolante casco, y Andrómaca, la de níveos brazos.
Para eso
sirven los libros. Sobre todo los clásicos. Para comprender que, como decía
Mark Twain, la historia no se repite pero rima. Y para reconocer en esta triste
humanidad a los Príamos y a los Aquiles, a los Héctores y a las Andrómacas. Y
para saber que aunque cambien los nombres y los rostros lo que ahora pase, ya
pasó otra vez.
Publicado por Balder
No hay comentarios:
Publicar un comentario