domingo, 19 de junio de 2022

La Ilíada y la Odisea. O por qué volver a los clásicos

 

Personalmente creo que después de la Ilíada y de la Odisea el resto de las obras literarias son plagios.

Ya sé que decir eso es una exageración, pero es que en estas dos obras de la literatura clásica ya están, al menos esbozados, todos los grandes temas de la literatura universal.

Por supuesto que están la cólera, la ira y la venganza, pero también el nepotismo y el abuso de poder, la codicia y la generosidad, la cobardía y el heroísmo, la lealtad y la traición, el amor y los celos, el honor y felonía, el destino y la voluntad, el cumplimiento del deber y el deseo de regresar al hogar. Todos aparecen bosquejados o totalmente desarrollados en estas dos obras del genial poeta ciego. Y con ello se han convertido en fuente de inspiración de todas las que vinieron después, en mayor o menor medida. Cuando no directamente en base, esquema o estructura de su argumento.

Desde la Eneida de Virgilio y el Ulises de Joyce, hasta la película O´Brother de los hermanos Coen, pasando por cómics, dibujos animados, novelas, películas, series y hasta musicales, han sido infinidad las obras que confiesan abiertamente estar inspiradas o ser adaptaciones más o menos libres de los textos originales de la Ilíada, de la Odisea o de ambas.

Así que no está de más volver a los clásicos para beber de la fuente original.

Pero es que además hay dos fragmentos, en concreto en la Ilíada, que cada vez que los vuelvo a leer me subyugan, me impresionan y me conmueven por su eterna actualidad y por su tremenda humanidad.

El primero, es el último canto de la Ilíada, el número XXIV. En este pasaje podemos leer como un anciano, al que la guerra le ha arrebatado la vida de casi todos sus hijos, se dirige a la tienda del asesino de su primogénito para suplicarle que le devuelva el cadáver de su vástago y así poder llorarlo, honrarlo con las pompas fúnebres que su tradición le dicta, y sepultarlo. Porque todos necesitamos enterrar y llorar a nuestros deudos, y sentir que los dejamos descansar en paz.

Y así, el dolor de un padre ante la muerte de un hijo, pero también el ansia de poder despedirnos de nuestros familiares como es debido, el dolor por la muerte de los nuestros, el duelo, todo eso se descubre en este pasaje del que han bebido innumerables autores posteriores para describir escenas similares.

El otro fragmento es la despedida de Héctor de su mujer Andrómaca y de su hijo, consciente de que va a una muerte casi segura, pero sabiendo que debe hacerlo.

Y esa escena, en la que alguien que es consciente de que va a mirar a la Parca cara a cara, se despide de su pareja y de su hijo, además de ser extremadamente humana y tristemente bella, es el paradigma de la lucha por la vida y por la defensa de los nuestros, y es aterradoramente atemporal.

A lo largo de la historia la humanidad ha visto innumerables veces, con rostros y nombres distintos, representar la misma escena a los mismos seres humanos, porque siempre son los mismos. Ha visto a personas valientes que van a enfrentares a guerras, a catástrofes, a incendios o a pandemias, no por la gloria, el honor o la fortuna, sino tan solo por la lealtad y por el sentido del deber hacia los suyos, a los que tienen que dejar para así poder protegerlos y cuidarlos. Y que se despiden de ellos sin saber si podrán volver a abrazarlos nunca más. Y aunque lo hacen con otras frases y en otras lenguas, siempre repiten, una y otra vez, la misma escena, la del canto VI de la Ilíada de Homero. Ya saben, la que cuenta lo de Héctor, el del tremolante casco, y Andrómaca, la de níveos brazos.

Para eso sirven los libros. Sobre todo los clásicos. Para comprender que, como decía Mark Twain, la historia no se repite pero rima. Y para reconocer en esta triste humanidad a los Príamos y a los Aquiles, a los Héctores y a las Andrómacas. Y para saber que aunque cambien los nombres y los rostros lo que ahora pase, ya pasó otra vez.


Publicado por Balder

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