Llega un
momento en el que no sabes si es mejor regresar a tus orígenes o quedarte y
seguir soñando con esos tiempos pasados que ya no volverán.
Decía
Einstein que el tiempo es relativo, y que va más o menos rápido en dependencia
de la gravedad y de la velocidad a la que se desplaza el observador. Pero el tiempo también
se dilata o achica, o al menos se nos antoja que lo hace, según sea la distancia que nos separa de nuestros
amores y de nuestros anhelos.
La mayoría
de los emigrantes sueñan con volver a su tierra, a sus raíces, a aquellos
lugares donde están o estuvieron sus seres queridos, o donde fueron felices.
Aun en contra de la opinión de Félix Grande.
Luego, el
tiempo, ese padre cruel que nos devora, y la vida, con su sucesión de hechos
que nos pasan mientras hacemos planes, les van poniendo en su sitio. Y lo que
iban a ser meses se convierten en años y los años en décadas. Y el momento del
regreso se va demorando una y otra vez.
Y siguen
recordando aquellos paisajes de su tierra cual eran cuando partieron, sin darse
cuenta que el tiempo y la vida han pasado tan crueles e inmisericordes por esos
lugares como por ellos mismos.
Y un día,
por fin, regresan nostálgicos e ilusionados a su rincón de origen, y descubren
abrumados que todo es lo mismo, pero que ya nada es igual. Y perciben que han
desaparecido, o que han cambiado hasta hacerse irreconocibles, aquella plaza
diminuta donde corrían tras las palomas, aquella vieja tienda o librería en la
que compraban comics usados, o aquel puesto de fruta o de chucherías en los que
se gastaban su exigua asignación semanal. Todos han desaparecido, o han sido
sustituidos por otros comercios o por otros establecimientos que se les antojan incongruentes y
postizos.
Ya nadie los
conoce en aquella cafetería donde pasaban media vida. Pero lo más triste es que
ellos tampoco reconocen a ninguno de sus actuales parroquianos, ni a los
camareros.
E incluso
los antiguos amigos, más canosos y circunspectos, están menos dispuestos a reanudar las actividades lúdicas en las que
pasaban los días, porque tienen otras labores, otras ocupaciones y otros
seres con los que seguir viviendo.
Y descubren
que los paisajes son iguales pero que están distintos. Porque las casas, las
calles, la propia ciudad, son las mismas pero están diferentes. Y hasta el Sol, la
Luna y las estrellas se les antojan extraños.
Y se sienten
tan forasteros como en la tierra a la que emigraron y en la que, después de
tantos años, siguen sin acabar de integrarse porque durante todo ese tiempo
permanecieron aferrados a unos recuerdos de algo que ya no existe y que ya no es.
Y se
preguntan nostálgicos, aunque conocen de sobra la dolorosa respuesta, si es que
todo se ha transformado o si los que han cambiado han sido ellos mismos.
Y sienten
como suya la frase Ben Rumson en “La leyenda de la ciudad sin nombre”: “Soy un
ex-ciudadano de ninguna parte. A veces echo de menos mi hogar”.
Publicado por Balder
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