Despierta sobresaltada, le falta el aire
y se incorpora en la cama con brusquedad, casi boqueando. Mira de reojo el
despertador. Son las tres de la mañana. Hace tanto tiempo que se despierta una
o dos veces cada noche que ya está acostumbrada. Vuelve a acostarse y hace los
ejercicios de respiración para frenar el golpeteo rápido e incesante de su
corazón contra el pecho. No sabe si podrá conciliar el sueño de nuevo, a veces
lo consigue y otras no. Las alacenas de la cocina, la ropa sin planchar
acumulada sobre una cama o incluso las cortinas polvorientas del salón son una
opción que está ahí siempre por si el dolor de espalda le impide seguir tumbada
en la cama. Se gira lentamente y se le escapa un gemido de dolor. Esta semana
ha doblado dos días turno y la mano derecha se resiente del ratón hasta el
punto de que mover el pulgar sin la férula puesta se ha transformado en una
pequeña tortura más. Le duele la mandíbula, el antidepresivo que toma desde
antes de la pandemia le produce un bruxismo devastador, tomar un ansiolítico a
mayores está descartado. Necesita estar despierta para encarar el día.
Suena el despertador. Son las siete de
la mañana. Hoy, su sobrina de 17 años tiene sesión de quimioterapia a primera
hora y ella es la única con la mañana libre para acompañarla, su hermana tiene
que atender a los dos pequeños y no podrá darle el relevo hasta pasada la una
de la tarde. Ha tenido que dejar hecha la comida de sus suegros esta noche, se
la dejará en una fiambrera de camino al hospital.
Llueve, Marta sale del portal envuelta
en un plumas que la hace parecer un pajarillo indefenso, la mascarilla parece
enorme en su cara de rasgos afilados, las ojeras negras resaltan en la escasa
piel que queda al descubierto en su rostro pálido e infantil. Ya paró antes en
casa de los abuelos, el contacto entre ellos y Marta está descartado, no está
la situación para eso y a ellos no les han contado nada, son mayores, el abuelo
ya ha comenzado a olvidar y necesita cada vez más cuidados. Ella pertenece a
esa generación que no conoció la conciliación laboral para cuidar a sus hijos y
la tiene escasa para cuidar a sus mayores.
En el Hospital de Día Martita se
acurruca debajo de la manta, ella mira las bolsas de medicación mientras el
líquido va deslizándose poco a poco hacia las venas de su sobrina, su pequeña
niña. Piensa en su hermana, separada hace cinco años con tres hijos, en sus
suegros, en la lista de la compra que tiene que hacer hoy para dos casas,
en buscar una persona que la ayude en la
suya propia, en que hay reunión de la comunidad y su marido no puede ir porque
ha cogido la baja una compañera y le ha tocado por reparto su guardia, en su
marido que llegará a casa cansado, física y psicológicamente y en sus dos hijos
uno empezando la residencia en Baleares y la otra con una beca de investigación
en París, el miedo le atenaza el alma, están lejos de casa, solos, sin la
posibilidad de coger el coche y correr a cuidarlos si se enferman, sin poder
abrazarlos desde hace meses… Empieza a dolerle la cabeza y sigilosamente busca
en el bolso un paracetamol de chupar, no quiere hacer ruido y despertar a Marta
que como siempre se ha quedado sumida en un duermevela algo reparador.
Se le rompe el alma al verla así.
Abre el periódico para no pensar un
rato, en portada una mente preclara de la empresa hace unas declaraciones
sobrecogedoras en las que deja a los Médicos de Familia a la altura del betún, vagos
y peseteros es lo único que sacas en claro al leer con calma el artículo que la
voz de su amo recoge en portada. El móvil empieza a vibrar, le ha quitado el
sonido pero se acumulan las llamadas perdidas y los mensajes de texto y voz de
compañeros indignados.
Llega su hermana y ella sube a atención
al paciente. Su padre lleva un año esperando por una RMN pedida como
preferente, ya sabe que la pandemia lo paralizó todo, pero según su Médico de
Familia la petición ha desparecido del buzón de espera. No quiere ir
directamente a molestar a radiología. La verdad es que el pobre está pendiente
de esa prueba para entrar en lista de espera de cirugía y el dolor cada vez le
limita más.
Es la una y media cuando sale del
hospital. Entra a trabajar a las dos, no sabe si comerse el bocadillo en el
coche o en la sala común, opta por lo segundo y se arrepiente nada más entrar.
Un administrativo la llama al verla cruzar el umbral. Hay un paciente de la tarde
que acaba de llegar, como son las dos menos diez ya lo ve ella, le recuerda al
PSX que por favor le realicen el filtro covid. No tiene bazo y además es
hipertensa, (nivel de riesgo 3 según riesgos laborales, no puede ver pacientes
con alta sospecha covid), aunque ya ha perdido la cuenta de cuantos exploró en
su consulta después de venir por un esguince y confesar luego que lo que más
les preocupa es la tos, alguno dio positivo, pero ella trabaja vestida de
astronauta e intenta no bajar la guardia. Eso sí, tendrá que esperar a que
encuentre un hueco donde meterse, los médicos de la mañana todavía están en su
consulta, (casi todas son compartidas y en horario de dos a tres están todos en
el centro, si además los pobres tienen 60 pacientes o más citados… como para
acabar a tiempo), y empieza una
peregrinación por las salas polivalentes o por las consultas de algún compañero
ausente. Tiene mala suerte con la única que está libre, no va el ordenador y
como llevan una semana sin cubrir esa baja nadie se ha dado cuenta. La paciente
ya ha protestado en el mostrador que quiere que la vean de una vez. Lleva 20
minutos en el centro de salud. La manda pasar y malo será que no se arregle sin
el ordenador y pueda escribir después. La urgencia figura como infección de orina, se niega a hacerse la tira pertinente, ella sabe que tiene infección y lo que le
pasa… al final el ave canora pía. Esta mañana fue a un centro privado y solo
quiere las recetas. Monta en cólera cuando le explica que no funciona el
ordenador y que además no le va a dar recetas de un centro privado sin valorar
ella antes si las necesita o no… grita y la insulta: “Hija de puta, como se ve
que no tienes a nadie enfermo en tu familia, ojalá lo tengas y sientas lo que
siento yo”.
Se debate entre contestar, no contestar,
gritar, zapatear las cosas contra el suelo… al final solo esboza una sonrisa
cansada debajo de la mascarilla, la paciente se va dando un portazo. Se le han
ido las ganas de comer y el tiempo para hacerlo. A las tres y media entra en su
consulta, su compañera la limpió a fondo, así que solo tiene que encender su
sesión en el ordenador.
Tiene citados 30 pacientes, a priori
parece un buen día. El ordenador parpadea, actualiza la lista. 40 pacientes, se
habían olvidado de hacer el reparto de uno de los cinco compañeros ausentes. La
mitad de la plantilla. Más de dos años así. Algún paciente lleva tres años sin
médico fijo, pero no van a reclamar a dirección, les gritan e insultan a los
PSX, a las enfermeras y a los médicos. Son los que dan la cara. Es lo que hay.
Son las diez de la noche, una hora más
tarde de su horario de salida. Le quedan tres llamadas telefónicas por hacer.
El último le preguntó a bocajarro si se creía que eran horas de llamar a una
casa, venció la tentación de colgar directamente, le pidió disculpas y le
explicó que la agenda ha alcanzado la cifra de 72 pacientes, no entra a contarle que 25 son presenciales y que ha tenido cerca de
32 urgencias en 7 horas, pero si le aclara que la opción era dejarle sin llamar
y que volviese a intentar pedir cita para, en caso de conseguirla, volver a
llamarle dentro de 15 días. Lo entiende.
El cansancio la vence. Como hoy nadie la
espera en casa se da unos minutos para revisar la actividad del día, ver que
queda pendiente para mañana y si se le ha olvidado algo:
1.- 17 llamadas desde el mostrador a lo
largo de la tarde por distintos motivos. Eso no aparece registrado en ningún
sitio.
2.- Varias consultas de las tres
enfermeras con las que comparte pacientes y forma equipazo, nunca mejor dicho.
Tampoco se registran en ningún sitio salvo que el paciente necesite validar un
sintrom o recetas.
3.- De los 47 pacientes citados como
consulta telefónica no han contestado el teléfono la primera vez 12 personas,
la segunda vez 5 y la tercera 2, pedirán cita otro día y la acusarán de no
haberlos llamado o de no intentarlo más de una vez. Ella sabe que muchos
teléfonos leen el corporativo como spam.
4.- Dos o tres pacientes han llamado
para que se les faciliten resultados de pruebas pedidas desde el hospital, por
otro profesional que en algún caso según los pacientes les ha dicho que “para
eso está su MAP” y para remitirlos de nuevo a consulta si el resultado es
patológico (se muerde la mente para no pensar que algunas personas consiguen
sus objetivos pisoteando los de los demás).
5.- Un paciente llama furioso, le cuesta
cinco minutos filtrar la demanda, por lo que se ve fue ayer a la consulta del
“especialista”, (ella piensa que especialistas somos todos, cuatro años de MIR
lo abalan, pero se calla la boca… no merece la pena entrar en según que peleas,
al menos no hoy ni ahora). Le trataron mal, la insultaron a ella porque siempre
según el paciente, los médicos de cabecera no se enteran de nada y ellos allí
están para otras cosas. No puede resistir la tentación de entrar en la nota
clínica de su estimado compañero. No da crédito a lo que lee en ella y cada vez
más a lo que cuenta el paciente. La firma un residente de primer año que claramente no ha leído la hoja de
derivación porque no sabe a qué va el paciente a la consulta a pesar de que el
copia-pega le ha quedado muy mono; ha puesto en negrilla y subrayándolas una
serie de recomendaciones para el “médico de cabecera” sobre cómo hacer su
trabajo.
El primer impulso es llamar a su tutor y
explicarle que aunque el chaval apunta maneras quizá habría que señalarle un
poquito la línea del horizonte, después piensa que puede ser su hijo, que es un
R1 y que la falta de respeto a saber si la ha perpetrado solo o en compañía de
otros y se le quitan las ganas de perder más tiempo con el tema. Aunque allí en
el fondo de su conciencia una vocecita grita que eso es abandonar al residente
y a sus futuros pacientes a una suerte incierta.
6.- A media tarde hay una llamada
urgente de una unidad hospitalaria, quieren darle el alta a un paciente y el
compañero, amable y correcto le pregunta si podrían diseñar un plan de
seguimiento conjunto. Por supuesto. Hacerlo les lleva casi 40 minutos que
seguro que ninguno de los dos tiene. Están de acuerdo, podrán asumirlo si se
dan soporte mutuo y el paciente estará en su casa rodeado de los suyos. Sabe
que todo irá bien, porque hay compañeros en el hospital con los que todo
funciona sobre ruedas. La satisfacción de formar parte de un equipo sanitario
de verdad le da energías para seguir un poco más.
7.-
Aun no le ha dado tiempo a abrir la historia siguiente cuando la llama
el 061, domicilio urgente, prioridad 1 sin ambulancias disponibles en la zona,
acudir por los propios medios… Mujer de 17 años que ha intentado suicidarse.
Sale de la consulta sin ponerse el EPI completo, no lo piensa. La enfermera
está ya preparada con el material de emergencias, y tampoco se ha dado cuenta
de que ni siquiera han cogido los guantes.
En la ambulancia, que por fin ha quedado
libre, y las traslada al hospital y de vuelta al centro de salud hace esfuerzos
para contener las lágrimas que le empapan la mascarilla. Tiene la edad de su
sobrina, pero mientras Marta lucha por su vida, la chica lo hace por su muerte.
Otra vez siente como el corazón se le encoge en el pecho. La pandemia ha hecho
estragos entre los más frágiles, ancianos, adolescentes, enfermos…
8.- A las nueve menos tres minutos llaman
urgente desde una farmacia por un paciente: alta de urgencias, le han puesto
las recetas en el ordenador pero no las han generado. Nos pasa al más listo. Se
las activa. El paciente pide hablar con ella, se lo pasan y le recuerda que
pida cita programada para seguimiento, no es de su cupo, su médico también hace
meses que está de baja y aprovecha para preguntarle varias dudas sobre citas
pendientes, pruebas, informes. Acaba forzándole una cita presencial en su
propia consulta al día siguiente. Tiene 87 años y la imagen de su propio padre
perdido en este maremágnum no la dejaría dormir esa noche si no lo hace así.
9.- Le quedan aún tres informes de
dependencia pendientes de hacer, (uno urgente para una revisión que se realizó
por última vez hace 3 MESES, pero ha tenido dos caídas sin secuelas desde
entonces y cree que hay que anotarlo), otros dos informes para las mutuas que
exigen saber que pruebas se le está haciendo a los pacientes de baja.
10.- Revisa el correo electrónico y mete
en su agenda a cuatro pacientes más que le piden distintas cosas a través del
mismo. Recetas, un parte de baja urgente por un accidente, un informe para
poder viajar a cuidar a su padre fuera.
11.- Varias llamadas por dudas de la
vacuna, se le pasa por la cabeza contestar que sabe lo mismo que los pacientes
al respecto, pero se contiene y solo piensa “¡Quien tuviera poderes!” y por
supuesto informes para no llevar la mascarilla, algunos aceptan un no y otros
gritan e insultan como mejor se les ocurre. Desde el gastado y aburrido “a
usted le pago yo”… hasta los de más rabiosa actualidad “mueve el culo vaca que
estáis ahí tomando cafés y galletas y os vais a poner redondas”, “a ver si en
los centros de salud empezáis a trabajar de una vez que ya está bien de que
solo curren en el hospital”.
Acaba por perder la calma y al último
insulto responde a gritos “Si no está usted contento con la gestión visite al
gerente o al consejero, pero a mí no vuelva a levantarme la voz”.
Son las 22:30. Apaga el ordenador y se
cambia de ropa sin fijarse muy bien en si ha seguido el orden recomendado o no.
Solo piensa en llegar a casa y darse una ducha. Hoy no está su marido y no
habrá cena preparada, la verdad es que no tiene muchas ganas de comer, solo de
dormir y no pensar. Enciende el coche y marca el número de su hija en el manos
libres, necesita desesperadamente oír su voz y saber que está bien, pero cuelga
antes de que conteste porque los ojos se le han llenado de lágrimas. Esas que
lleva todo el día aguantando, las del dolor físico y psicológico, propios y
ajenos, las que se van acumulando en el alma y en el cuerpo y dejan cicatrices
que difícilmente se van a solucionar, como mucho podrá hidratarlas a base de
llantos solitarios de camino a casa.
Esa casa a la que llega y está vacía, y
de un modo un tanto extraño la reconforta el silencio y la soledad, sigue
llorando mientras se ducha y se frota el pelo y la piel con una desesperación
que no percibe hasta que el agua caliente empieza a quemarle la piel.
Se come un trozo de queso apoyada en la encimera
de la cocina y se acuesta. Intenta leer un poco de ese libro fantástico que le
regalaron hace seis meses, para su cumpleaños, pero siente remordimientos por
no haber estudiado nada hoy. Revisa lo que acumula encima de la mesilla pero ya
son las doce de la noche y mañana toca madrugar. Va a pasar la consulta de un
compañero por la mañana, de ese al que no le funciona el ordenador… espera que
ya esté solucionado el problema. Comerá por cuarta vez, o lo intentará al
menos, en el Centro de Salud.
Intenta poner la mente en blanco, pero a
su cabeza vuelven una y otra vez las preocupaciones, sus hijos, Martita, sus
padres, sus suegros, si su marido estará teniendo una buena guardia o no. La
última paciente que vio esta tarde que no está muy segura de haberla orientado
bien, el paciente que mandó a urgencias y se olvidó de revisar… cierra los ojos
fuerte. Quiere olvidar, de verdad, lo necesita; hace sus ejercicios de
respiración porque nota que se empieza a ahogar otra vez. Se tranquiliza un
poco pero cuando está apunto de dormirse, vuelve de algún lugar remoto el
titular de prensa de esta mañana, el gestor impune que nunca irá a un juzgado
por los errores cometidos en su gestión pero que se permite culpabilizar a los
sanitarios por no dar más de sí, se permite señalarlos con el dedo como la
causa del problema que él y otros tantos inútiles como él han generado durante
años de desidia administrativa con la atención primaria. Se encorajina y lo
nota, no puede evitar el impulso de alcanzar el móvil en la mesilla y entrar en
todos los grupos que se han ido caldeando a lo largo del día con los
comentarios de unos y otros. Le encorajina más todavía que la televisión siga
volcada en políticos que vienen y van, en miserables peleas de bar disfrazadas
de debates de alto nivel. Va a tardar en dormirse y lo sabe. Querría
concienciar a la gente, aunque tuviera que ir casa por casa y en cada casa uno
por uno, explicarles cuanto amaba su trabajo y a sus pacientes, decirles lo
importante que eran para ella, la sensación de tener la profesión más bonita
del mundo que la ha acompañado los últimos 30 años y que se va apagando como su
ilusión, como la luz oscilante de una vela demasiado expuesta a excesivas
corrientes de aire, y decirles que lo peor es que todos estos continuos menosprecios,
insultos, abusos… están a punto de conseguir que ya no desee encenderla. A
punto pero aún no lo han logrado.
Se da la vuelta en la cama, se acurruca
en el lado vacío de su marido y aspira su aroma en la almohada, se siente
querida. A punto de dormirse su pensamiento aun vuela otra vez hacia el R1 y se
promete a sí misma que mañana, por el bien de todos, hablará con su tutor. Cierra los ojos una vez
más y piensa que después de todo mientras pueda resistir nadie va a matar su
preciosa historia de amor, la que comenzó con apenas 10 años cuando sospechó
por primera vez que amaría la Medicina durante toda su vida y que la Medicina
la amaría a ella para siempre. Por encima de todo y más allá de los pacientes,
los gestores, los aplausos o los insultos.
Mañana cuando llegue a las ocho a las
puertas del Centro de Salud, levantará la mano como un gladiador romano
cualquiera y dirá aquello de “Ave Caesar. Morituri te salutant” ya puestos a
morir, morir de Amor.
Publicado por Farela
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