domingo, 2 de febrero de 2020

Los violines de la esperanza


  "Sin todas nuestras tradiciones, nuestra vida sería algo tan inseguro como un violinista en el tejado."
          Tevye. El violinista en el tejado.
          Norman Jewison. 1971.

          Él no había sido creado para formar parte del horror ni de la muerte. Ni para engañar miserablemente a los condenados al exterminio. Las diligentes manos que lo fabricaron lo hicieron para que expresara sensaciones y sentimientos, para que acompañara en las celebraciones y en las despedidas, para transmitir alegrías y tristezas… En fin, simplemente para que enriqueciera la vida de los hombres.
          Pero los años de dolor y sufrimiento en los que sus aptitudes fueron corrompidas, junto con las circunstancias en las que se vio envuelto, habían destrozado su esencia.
          Tras unos confortables años de juventud y de placida actividad en unas manos inexpertas, curiosas y alegres, vinieron otros convulsos en los que conoció el maltrato que ocasionan la incertidumbre, la persecución y la huida, las inclemencias del tiempo y la clandestinidad, y finalmente la prisión y el desamparo. Por último se vio arrastrado, junto con su propietario, a aquel lugar frío y sombrío, antesala del infierno, donde se extinguían cualquier resto de humanidad y de esperanza. Allí conocieron el miedo, la ignominia y la brutalidad metódicamente planificada. Y en medio de todo aquel horror se vieron obligados a interpretar, una y otra vez, dulces y alegres melodías que acompañaban el camino y el sufrimiento de todos los incautos forzados a participar en aquella especie de danza macabra. Esa tarea diaria le permitió al músico mantenerse con vida en aquel averno, pero lo hizo a costa de perder, primero su entusiasmo natural, el amor por la música después y por último su fe en la humanidad; lo que acabó por quebrarle el alma. Nunca sintió que tuviera que agradecérselo a nadie ni a nada, y mucho menos al instrumento que lo acompañaba.
          No, nunca tuvo ningún sentimiento de gratitud hacia aquel instrumento que le había permitido mantenerse con vida donde tantos otros sucumbían día tras día. Todo lo contrario. Cada noche lo miraba con indiferencia, cuando no con animadversión o con odio. Y cuando finalmente todo aquello concluyó, aunque su torturado espíritu fue incapaz de arrojarlo al fuego, como hicieron otros compañeros con los suyos, o ni tan siquiera deshacerse de él, se prometió a si mismo que no lo volvería a tocar nunca más.
          Y así lo hizo. El resto de su vida lo mantuvo oculto pero a su alcance. Sin tocarlo ni mirarlo, acumulando polvo, pero sin atreverse nunca a desprenderse de él. Y eso, unido a los años en que tuvo que hacerlo sonar a la intemperie, en condiciones climáticas adversas, bajo el sol, la lluvia y la nieve, ejecutando melodías sin alma interpretadas para engañar, o incluso torturar, a todas aquellas miles de personas que día a día desfilaban ante ellos, acabaron por destrozar su estructura, su armazón e incluso su esencia. Al igual que le sucedió a la de su dueño.
          Tras la muerte de su propietario acabó olvidado en un desván durante toda una eternidad. Pero tras pasar brevemente por un anticuario, acabó en unas manos fuertes, hábiles y expertas que con una amabilidad ya olvidada, se propusieron recomponerlo, restaurarlo y devolverlo para la vida.
          Fue un proceso largo que duró casi un año. Un proceso de reconstrucción que le devolvió no solo su brillo y su calidad original, sino que reconstruyó su espíritu. Volvía a ser otra vez cuatrocientos cincuenta gramos de madera ligera, frágil y repleta de sonoridad. El lutier había obrado el milagro. Había recuperado la esencia del instrumento.
          Y cuando aquel día sus cuerdas volvieron a vibrar en manos del maestro, junto a las de sus compañeros recuperados y restaurados, el violín volvió a producir la música y las melodías para las que fue creado una vez, hacía ya casi un siglo.
          Y aquellos violines volvieron a emitir aquellos sonidos que ahora los convertían en el altavoz de todos aquellos que ya no tenían voz. De todos aquellos que se quedaron entre los muros y las alambradas del horror. De todos los que escucharon su sonido camino de las cámaras de gas y los hornos de los campos de exterminio nazis.


En memoria de las más de once millones de personas asesinadas en los campos de concentracion nazis, (judíos, gitanos, comunistas, opositores políticos, homosexuales, discapacitados, polacos, prisioneros de guerra, y republicanos españoles), y especialmente en memoria de aquellos músicos prisioneros que fueron obligados a acompañar con su música a sus compañeros hacia las cámaras de la muerte. 

Publicado por Balder

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